Capítulo I

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Cuando decidí dedicarme a planificar bodas, nunca pensé que tendría que enfrentarme a la situación surrealista de tener que organizar la boda del hombre que había roto mi corazón tras terminar la universidad. No era de las que soñaba con casarme con el primer amor pero tampoco creía que lo nuestro fuera a romperse tras una tonta discusión en el baño del minúsculo apartamento que compartíamos.

Pero pasar página después de la ruptura no me costó demasiado.

Era una devoradora de libros de autoayuda y una adicta a las charlas terapéuticas con mis amigas. Una de ellas me sugirió poner en práctica una teoría que hablaba de que para superarlo debía de buscarme a alguien opuesto. Y he de decir que la mayoría me aconsejaba que cerrara ese triste episodio de mi vida porque claro: "un clavo saca otro clavo" pero por desgracia, ese clavo nunca llegó para mí.

Y con el tiempo dejé de pensar en ello.

La idea de montar mi propio negocio surgió tras dejar atrás empleos precarios y mal pagados donde sentía que me hacían luz de gas. Porque, lo cierto era que cuando hablaba sentía que mis compañeros hacían como que oían zumbar a las moscas y seguían con sus conversaciones como si yo no estuviera. Eso sí, en el momento en que había que realizar alguna tarea pesada y que nadie quería hacer, en ese preciso instante reparaban en mí.

Para mí no había escapatoria posible ya que necesitaba el trabajo.

No soy de las que se dejan pisotear y estaba harta de que ignoraran mis ideas. Trabajaba como ayudante de una organizadora de bodas bastante conocida en la ciudad donde me vine a vivir poco después de la ruptura con mi novio. La jefa era una persona obsesiva y exigente que no sabía lo que era respetar la jornada laboral. Las horas extras remuneradas para ella eran algo salido de la ciencia ficción y tampoco me las compensaba con días libres porque según su criterio aquello uno lo hacía "porque quería" . Su cinismo no la dejaba pensar que quizás mis compañeros y yo lo hacíamos porque necesitábamos el trabajo y creíamos en la cultura tóxica de su próspera empresa que habíamos asimilado como si fuera una maravillosa droga, porque todo el mundo se peleaba por trabajar para una firma tan conocida como la suya.

Lo que nadie sabía era lo que cocía entre bambalinas. 

La realidad era que todos estábamos saturados de trabajo. Cegada por su propia ambición, la jefa creía que no era necesario contratar a más personal y aceptaba más clientes de los que podíamos asimilar. Lo que podía acabar en desastre.

Total que yo trabajaba para ella consciente de que aquel lugar no era para mí. Trabajar bajo aquella presión y en aquel ambiente tóxico me ayudaba a curtirme como profesional. Me levantaba todas las mañanas pensando que aquel día iba a ser el último en aquella casa de locos, motivada, convencida de que los conocimientos y habilidades que iba adquiriendo me servirían para el futuro.

No me llames en septiembreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora