Capítulo VIII

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Sin embargo, me descubrí a mí misma deseando que sus manos me arrancaran gemidos de placer una vez me hube quedado en ropa interior sobre su enorme cama. El alcohol me había desinhibido y había despertado en mi la necesidad de sentirlo cerca. 

Hacía tanto tiempo desde la última vez que nos vimos. 

Y me di cuenta en ese momento que el episodio en el que nos habíamos enredado ya se había convertido en algo muy diferente a la culpa que sentía cada vez que lo recordaba como el fracaso más importante de mi vida sentimental.  Ese encuentro previo al desastre con su mellizo, mi novio de aquellos días,   había dejado una huella imborrable en mi. 

Sobre su cama, medio desnuda y borracha tenía que admitir que no había conseguido olvidarlo en absoluto. 

Y tampoco me asustaba admitirlo.

 El recuerdo de lo que me había hecho sentir antes de que Chris nos sorprendiera besándonos frente a la puerta del apartamento que compartíamos despertó en mi interior la intensa necesidad de revivir aquellas sensaciones.

Empecé a dar vueltas en el colchón, sin saber qué hacer con las sábanas. 

A ratos me molestaban porque tenía calor y a ratos, tenía frío. Las noches allí eran más frescas que en Barcelona y también me sentía avergonzada por dormir medio desnuda en la cama de un casi desconocido.

Jack por consideración a su invitada se había quedado a dormir en el sofá, cumpliendo con su promesa de ser un caballero. Ahora encarnaba al perfecto anfitrión educado, considerado y a mí empezaba a gustarme. 

Solo que yo no era una persona de iniciativas de este tipo. Me habían educado para saber esperar a que el hombre diera el primer paso y me sentía un poco sucia.

¿Qué iba a pensar de mí si de pronto me lanzaba a sus brazos? Tampoco quería que pensara que era una mujer fácil.

Pero no podía dejar de pensar en él. Antes de cerrar la puerta del cuarto había podido ver por el rabillo del ojo cómo se quitaba la camiseta, el pantalón y quedaba solo con los bóxer puestos. Murmuré un "buenas noches" con la voz temblorosa, cerrando la puerta tras de mí sintiéndome como una adolescente.

Saberlo tan cerca era tentador y peligroso.

Y ahora era mucho peor.

El alcohol había alterado mis sentidos hasta el punto de volverme audaz. Ya estaba en ropa interior, así que parte del trabajo estaba hecho. Me había envalentonado lo suficiente como para levantarme e ir a buscar un vaso de agua para aliviar la sequedad de mi garganta. El primer síntoma de una incipiente resaca, sin embargo me decidí a cruzar aquella puerta que nos separaba.

Jack estaba tumbado sobre el sofá cama, en ropa interior. El contorno definido de su cuerpo esculpido en gimnasio revelaba una musculatura fuerte e imponente. Un hermoso tatuaje japonés le cubría parte del antebrazo hasta llegar al hombro. Era un dragón de la mitología nipona, un ser de agua, hermoso, finamente trabajado por el artista que había logrado darle alma al dibujo cuyos trazos me tenían hechizada hasta el punto en que me acerqué con la intención de tocarlo.

No me llames en septiembreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora