Desenmascaremos algo: EL MIEDO ES MALO. Tapémoslo. Huyamos.
Hagamos cosas todo el tiempo para no escucharlo. Tomemos pastillas. Llenémonos de ruido y actividades. Estemos con gente sin quererlo. Socialmente está mal visto: ¿miedo a que? ¿Cómo vas a tener miedo?...
Lo cierto es que el miedo es un sentimiento que todos nosotros experimentamos en algún momento de nuestra vida y puede aparecerse en miles de situaciones y ser vivenciado por cada uno en intensidad y forma distinta.
Lo que quiero contar, es cómo aprender a agradecerlo y entender que aparece como un motor de crecimiento.
Yo era una chica extremadamente sensible. Siempre recordaba mi infancia con nostalgia, tal como la viví. Ese sentimiento era vital en mi. La melancolía como forma de vida; desde muy temprano todo había sido así: Barracas, el barrio de mis abuelos, siempre me conectó con esa forma de ser y sentir que conocemos los que gustamos del tango...
Veranos con almuerzos de tres, los abuelos y yo, Daysi, la perra que molestaba en medio de la cocina al pasar, y la tele con sólo cuatro canales.
Eran momentos muy queridos en mi memoria y con gran alegría los traía al presente.
Como pasa en toda vida, empecé el colegio secundario. Escuela pública con imponentes columnas y examen de ingreso de inglés.
Al principio todo iba bien: recreos y compañeros nuevos eran parte de lo cotidiano. Una amiga comenzó a pasar cada vez más tiempo conmigo. Nos hicimos casi una, y con las mochilas pegaditas, caminábamos amores, dolores e historias familiares. Ella era un ser que me llevaba a la aventura...
Yo creía ser feliz. Mis calificaciones eran buenas y disfrutaba de mi adolescencia, salvo por la ausencia de mi padre. Esto no era fácil, pero era así desde que yo tengo memoria. Mis padres habían vivido poco tiempo juntos, asique no había recuerdos de eso.
Él era pianista y viajaba mucho. Esa era la única explicación de su ausencia.
Yo siempre esperaba que volviera, lo necesitaba, pero había aprendido a vivir con lo que me tocaba: pocas salidas, paseos cortos con helados y chocolatadas en bares mirándome si tenía las uñas cortas y limpias para ir a la escuela. Era horrible, pero era lo único que compartíamos, asique intentaba disfrutarlo como podía y cada vez que esos paseos cortos terminaban, sentía un profundo vacío en el pecho.
En aquel momento no fui consciente, pero hubo un episodio que me marcó para siempre.
Una noche había ido con mi hermana a un cumpleaños, y ya de vuelta en mi cama y leyendo a Mafalda, sentí la primera sensación de ahogo y miedo. Mis padres habían ido al teatro y estábamos con la Sra. que nos cuidaba. Esta sensación física me asustó y llamé por teléfono a mi tía, que muy preocupada me llevó al hospital. Al ir en el auto, el aire de la noche entrando por las ventanas me dio cierto alivio.
Diagnóstico: atracón de comida cumpleañera. A casa. Pensé que si mis padres hubieran estado conmigo tal vez el malestar no hubiera existido...
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Los Ataques De Pánico Salvaron Mi Vida
SpiritualBreve historia personal,en donde cuento cómo salir fortalecida de una traumática experiencia que termina siendo una de las mejores cosas que me sucede. La intención al darle orígen a esto,es compartir y ayudar a quienes sientan empatía con esto.