Capítulo 41: ¡Ataque!

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El navío había perdido el rumbo. El agua del mar arremetía desde estribor empujando el barco contra una monstruosa figura que se deslizaba por la madera barnizada. Patas similares a las de una araña brotaban desde su espalda cubierta de escamas, y se clavaron sobre las tablas mientras que con su zarpa atrapó lo alto de la vela mayor, por debajo de la cofa de vigía que por suerte estaba vacía.

Grace agarró el timón con todas sus fuerzas y lo direccionó hacia el lado contrario de la corriente para oponer resistencia, mientras que Wildar a su lado le pedía a gritos que lo liberara. Pero antes debía evitar a toda costa que el barco se volteara.

— ¡Brac! —gritó desde lo alto del castillo de popa, y repitió su llamado varias veces.

El hombre fornido corrió en su auxilio, pero se quedó a los pies de la escalera esperando las órdenes de su capitana.

— ¡Ancla! ¡A estribor!

Un sonido agudo acuchilló los tímpanos de todos haciéndolos estremecer. La bestia había abierto la boca para lanzar un largo chillido, y los navegantes se llenaron de pavor porque ese sonido era un aviso.

Solo era cuestión de minutos para que terminaran rodeados de serpines igual de grandes que aquél.

Brac se tapó los oídos y corrió hacia popa seguido por varios marineros en dirección al ancla.

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Máximo y Valeria aún estaban en el suelo cuando una de las seis patas del monstruo perforó las tablas a unos pocos metros de ellos. Máximo, tapándose los oídos y aún recostado, pateó la puerta del castillo de proa hasta abrirla por completo. Ambos intentaron ponerse de pie pero el suelo inclinado se lo impedía, y si no tenían cuidado podrían caer hacia las fauces del mar. Gatearon hacia el interior del castillo de proa, que funcionaba como depósito.

— ¡¿Qué era esa cosa?! —se escandalizó Valeria una vez que encontró su voz apresada por el pánico y el aturdimiento.

—Parece un gusano enojado. —Máximo asomó la cabeza por la puerta para contemplar la figura del monstruo que se arrastraba por el costado del barco. Lo invadió el terror, pero también la admiración. Desde ese ángulo apreciaba el torso alargado del animal adornado por dos hileras de membranas circulares como las que tienen los tentáculos de los pulpos, que se adherían al navío. Sus dos zarpas eran encorvadas y resaltaban de la niebla blanquecina, puesto que vibraban en un color dorado mientras buscaban dónde aferrarse.

La criatura abrió la boca y Máximo se ocultó otra vez antes de que emitiera el chirrido agudo y estridente.

Del otro lado del navío, Annabel y Fred bajaban por las escaleras hasta el primer pañol, el de los cañones, junto a un numeroso grupo de marjos. Muchos se ubicaron en sus puestos de batalla mientras que otros se pasaban armas de mano en mano. Sables, pistolas, espadas, o cualquier cosa que pudieran utilizar para defenderse. Habían apagado todas las luces, y solo podían guiarse con los escasos hilos de luz de la luna que se filtraba por entre las grietas de la madera.

Annabel no parecía asustada, pero no se podía decir lo mismo de Fred, que movía su cabeza de un lado a otro en un intento de localizar un extraño sonido. Pero el grito de la bestia los aturdió a todos y lo desorientó más de lo que podría estarlo.

 Pero el grito de la bestia los aturdió a todos y lo desorientó más de lo que podría estarlo

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