Capítulo 5: La Estación

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Al salir de la oficina, sus esperanzas de regresar se desplomaron

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Al salir de la oficina, sus esperanzas de regresar se desplomaron. Al parecer era buena fingiendo seguridad delante de los desconocidos porque siempre la tomaban en serio cuando la veían así, pero la verdad era que rara vez estaba segura de lo que decía. Incluso en ese momento caminó cabizbaja hacia la estación, mientras pensaba en todo lo que había sucedido. Tantas aventuras en una sola tarde al menos recomenzarían una vida cotidiana y aburrida que la esperaba en su hogar.

Sentada en la estación, su mente divagaba en pensamientos relacionados a su futuro, ahora que ya no podía estudiar junto a sus tutores ya no habría nada nuevo que aprender; tendría más tiempo para estar en casa haciendo quién sabe qué. Como no habían muchas cosas que hacer en casa, su ayuda ya no sería requerida y esto provocaría que sus padres consideraran buscarle un esposo.

Extrañó a sus tutores, y una profunda soledad le perforó las entrañas, de repente la estación se había vuelto más fría, más oscura y silenciosa. Vacía y miserable como todo lo que se gestaba en su interior.

El tiempo parecía estancado mientras esperaba el tren. El eco de unos pasos la sacaron de su ensimismamiento, pasos que retumbaron en el vacío de la estación y la obligaron a voltea en busca de su origen. Miró para ambos lados y descubrió que una figura se acercaba a paso rápido hacia ella.

Pero antes de que pudiese preocuparse reconoció a la persona que, en tan solo unos segundos, ya se encontraba a su lado.

—Qué extraña coincidencia —dijo el joven con falsa sorpresa —, primero en una abandonada vivienda en un recóndito pueblo de la enorme Francia, y ahora en una de las miles de estaciones subterráneas que existen en todo Solunier. ¿Puedo sentarme?

Asintió levemente con la cabeza sin reconocer que su aparición había arrojado algo de claridad a la atmósfera lúgubre en la que se había sumergido.

El joven llevaba un morral de cuero colgando de su hombro, y antes de sentarse junto a ella sacó un libro para presumirle ante sus ojos. Valeria lo reconoció al instante, y recordó que lo había olvidado dentro de la caja con la que había viajado a Solunier. Lo recibió más que agradecida por haberse dado cuenta del descuido.

—Entonces —comenzó diciendo una vez ubicado junto a ella— ¿volverá a Francia?

—Mi hogar está allá, es mi familia.

—Eso no fue lo que pregunté.

Ella suspiró, y solo se mantuvo en silencio por unos segundos.

—Debería visitar esta parte de la dimensión en el equinoccio de primavera. A los amaniences les gusta hacer grandes festivales, coloridas y con la música más diversa que le apuesto a que nunca ha escuchado en su vida —comentó animado, con sus ojos color miel fijos en las vías del tren—. Las calles se llenan de flores y listones decorativos, las personas hacen banquetes fuera de sus casas y hacen bailes cada noche. La locura dura toda una semana.

Guiados por una EstrellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora