•|Capítulo 10|•

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Centretown, Ottawa, Canadá - 1964.

Había pasado una semana desde que Cameron se desvaneció de la realidad y tuvo que ser llevado al hospital, donde se mantuvo interno por dos días. A pesar de que lo hayan enviado a casa, se vio a sí mismo yendo casi diariamente al hospital para la toma de diferentes exámenes después de sufrir síntomas peligrosamente inusuales.

Cameron aún sentía una inconmensurable incertidumbre cuando el resultado de la audición de Verónica en Quality Records le paseaba por la mente, pero sabía que a ella no le importaba eso por ahora. Durante aquellos siete días, la chica se había puesto manos a la obra y compró una casa amoblada ubicada al frente del parque Dundonald, en Centretown. Le había dicho a Cameron que no podía quedarse toda la vida hospedándose en hoteles lujosos y despilfarrando los ahorros que había hecho para el viaje, y mucho menos ahora que debía cuidarlo de los desmayos que recurrentemente lo desconectaban del mundo. Según ella, después de su primer desmayo, habría sufrido dos más, cada uno más corto que el anterior. Esto le hizo preguntarse qué demonios le estaba ocurriendo en más de una ocasión, pero, a su vez, le hizo alegrarse por tener a Verónica a su lado, pues a pesar de no ser la persona más paciente del mundo, sí era la que más se preocupaba por él. Y, diablos, sí que lo estaba.

Cameron se encontraba mirando por la ventana derecha del asiento trasero del taxi, completamente embelesado por las vistas de Centretown, que de forma inexplicable, le recordaban inmensamente a las calles de Brooklyn y su majestuosa sencillez. Se dirigían nuevamente hacia el hospital Restore, que según el taxista, se encontraba a unos quince minutos desde la calle MacLaren hasta la avenida Bronson 784. Allí le dirían el resultado de los rigurosos exámenes que le fueron tomados con el fin de dictar la causa de sus desmayos.

Verónica estaba nerviosa. Lo notó porque dijo menos de diez palabras durante todo el trayecto, y porque se mantuvo de brazos cruzados observando ansiosa de un lado al otro del taxi. Sin embargo, muchas de las miradas que dirigía apuntaban hacia su rostro, pues el sarpullido que le apareció en las mejillas había crecido y era imposible que esos enormes puntos rojos no llamaran la atención de nadie, mucho menos de su amiga, que no era demasiado discreta para observarlos.

—¿Cómo te sientes?—Preguntó ella, y él no sabía qué contestar. Cada día de esa semana había tenido un inusual síntoma diferente: El lunes había tenido un ataque de pánico después de desmayarse por segunda vez. El martes olvidó el nombre de Verónica y la llamó por el nombre de su madre, Bianca, por alguna razón. El miércoles intentó leer un periódico que un repartidor dejó a la puerta de la casa y no parecía comprender ni una sola letra escrita en el papel, a pesar de que sabía perfectamente que el artículo estaba escrito en inglés. El jueves casi se cae por las escaleras y el viernes se fatigó con tan solo subirlas. Sin embargo, y para un efímero alivio, el día presente, sábado, no había sentido nada extraño.

Suspiró.

—Hoy me siento un poco mejor. 

El rostro de la chica se alivianó, y Cameron percibió una media sonrisa asomarse en la comisura de sus labios.

—Estoy nerviosa por el resultado. No sé qué esperar de todo esto.

Verónica Cortez era usualmente una chica extraña. Sus cambios de humor, su vanidad, la manera en que negaba cualquier sentimiento que llegara a expresar, su imprudencia y sus comentarios clasistas eran el gozo diario de Cameron, pero también lo eran su sinceridad, su risa contagiosa, su lealtad y su amor por la vida. No obstante, la chica se había mostrado sensible, preocupada, alerta, casi como una madre. El chico sonrió y se cruzó de brazos.

—Es raro escuchar eso de ti.

—Lo sé.—Respondió, llevando su cabeza hacia atrás y poniendo los ojos en blanco.—No me gusta cómo se ve esto. Me recuerda tanto a...

Armonías Incompletas | ElianDonde viven las historias. Descúbrelo ahora