Capítulo uno. Reencuentro incómodo.

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Ale exhaló antes de dar un paso para entrar al hotel. Una semana antes del 20 de noviembre, la dirección de operación triunfo los había convocado para preparar las actuaciones y dejar todo zanjado. Ella llegó el martes, incapaz de poder llegar el lunes, al igual que todos sus compañeros. Tres días antes, su hermana había pillado un resfriado enorme y decidió quedarse todo lo que pudo junto a ella.

Durante ese tiempo, la burgalesa solo había mantenido contacto con Martin y Paul. Con Ruslana tan solo se mantenía en contacto mediante fotos por Instagram y comentaba en cada publicación de Chiara. También dio a seguir, con su cuenta -ahora, antigua- a los que podían ser sus compañeros. Incluso a Juanjo. Aunque él no le devolvió el follow, no pudo evitar cotillear sus historias. Ahora que tenía la nueva cuenta, podía dejar eso en el pasado.

Trató acercarse a recepción, mientras arrastraba la inmensa maleta que iba detrás de ella. Había aprovechado a comprar cantidades insanas de prendas; suéteres, camisetas, pantalones... Había de todo ahí dentro. Saludó con amabilidad a la recepcionista, pero un empujón brusco impidió la respuesta. Unos brazos rodearon sus hombros, pegándola cerca del cuerpo contrario. Reaccionó pegando un chillido, pero al ver que era Paul, correspondió el abrazo, descansando sus manos en su espalda baja.

―¡Parece que han pasado años desde la última vez que nos vimos! ―exclamó él, nada más separase―, he contado los minutos para volver a vernos.

―Yo también te he echado de menos.

Mientras permitía a la burgalesa conseguir la llave de su habitación, Paul contó las novedades durante los últimos meses; sobre su carrera, el estreno de Lola o las ganas que tenía de verla y ver a todos. Poco comentó ella, al contrario del granadino, su vida era muy monótona. Entre la carrera, exámenes, amigos y deportes no había tenido tiempo de componer ni siquiera la mitad de una canción.

―Todos han preguntado por ti ―confesó Paul―, a decir verdad, me he sentido muy solo sin ti. Aquí la gente va mucho a su rollo.

―Tengo ganas de ver a todos ―comentó ella―, pero sobre todo a ti, Paul. Estaba cansada de solo poder escuchar tu voz o ver tu cara por videollamada. Necesitaba volver a abrazarte.

Paul rio. Mientras esperaban a que el ascensor abriera, comenzaron a hacerse cosquillas. En realidad, parecían dos niños encerrados en cuerpos de adultos. Ale podía ser ella misma con el granadino, podía permitirse verse sensible o fuerte, compartir ambiciones o hablar durante horas de música.

Cuando la puerta del ascensor se abrió, con ella aparecieron dos figuras al otro lado. Primero observo al más alto, con su mirada fija en ella. Juanjo no mostró ni un solo sentimiento al volverla a ver y huyó, desapareciendo de su vista. Sin embargo, la segunda figura entró en el ascensor y la escondió entre sus brazos, empujándola hasta chocar contra la pared. Martin gritó su nombre y apretujó con aún más fuerza.

―Ya estaba pensando que no vendrías.

―¿Tanto me echabas de menos? ―preguntó con una sonrisa picara

―Incluso más que Paul.

El aludido protestó y los otros dos rieron. Cuando salieron en dirección a su habitación, el vasco no cerró la boca, contó absolutamente todo lo que había pasado en sus últimos tres meses. Dejaron a la burgalesa poder acomodarse en su habitación y aunque hubiera preferido haberla compartido con alguien, tener algo de silencio siempre era gradecido.

Las vistas por la ventana eran espectaculares. Se encontraba en el piso decimo de un total de doce, sin incluir la terraza. La habitación, en general, tenía lo justo y necesario. Se desabrochó el abrigo y los zapatos. Tan solo abrió la maleta y sacó una sudadera. Llevaba puesto un jersey gordo, ya que abandonó Burgos con una temperatura en números negativos.

remedio. juanjo OT23Donde viven las historias. Descúbrelo ahora