Capítulo siete. Egipcias

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Todo lo relacionado con los egipcios nunca le había dado buena espina a Ale. Recordaba, cuando era pequeña, como las historias sobre momias o tesoros escondidos tras trampas mortales la asustaban hasta quitarla el sueño. Sabía que era imposible, que ningún monstruo o ser maligno iría a atacarla, pero cuando tienes cinco años, piensas que todo es posible.

Tutankamón era una de las momias que más le daba miedo. Bueno, realmente era su tumba, la forma en que había sido dibujada su rostro, con esos ojos tan inquietantes. Ahora, casi dos décadas después, estaría cantando una canción sobre caminar como un maldito egipcio.

Rodó los ojos cuando escuchó, a su lado, una risa fuerte. Sabía perfectamente de quién provenía y también cuál era razón. Ruslana se tapaba la mitad de su cara con un manta. La otra mitad, expuesta, estaba roja como un tomate.

En serio, estaba ganándose una paliza allí mismo.

Y esta vez le daba igual las cámaras.

—¡Oh, por favor, ten piedad! —exclamaba Ruslana con inocencia fingida, mientras se escabulló del sofá, manteniendo una distancia prudente con la burgalesa—, ¡no quiero morir joven!

—Vas a estar a cinco metros bajo tierra como no dejes de huir.

Chiara, la cuál tenía un yogurt de alpro de limón entre sus manos, sonrió. No era normal lo feliz que le hacia que sus amigas alegrarán tanto la academia. Las dos tenían mucha espontaneidad y, al tener los mismos gustos, congeniaban muy bien. A la menorquina no tardaron en adoptarla.

—Bueno chicas, quizá va siendo hora...

—¡Te pillé!

El chillido de Ruslana, a causa del placaje efectuado por la contraria, alertó al resto de concursantes. Algunos como Martín o Paul se acercaron corriendo, pensando que algo malo había sucedió. Al contrario, encontraron a las tres tumbadas como sardinas, riendo con mucha fuerza.

—Nos hemos preocupado por nada —musitó el granadino, con una mueca en sus labios. Martín corroboro el mismo pensamiento negando con la cabeza.

—La próxima vez ni de coña venimos —juró Martín, antes de desaparecer de nuevo por donde había venido.

—¿Pero que demonios pasa aquí?

El que faltaba, pensó Ale con la mirada en el techo. Juanjo poso una de sus manos en su cadera, esperando una respuesta que jamás llego.

—No es nada importante —aclaró Chiara, que se había levantado con prisa y le miraba, sonriente—, es solo que Ruslana y Ale no saben quedarse quietas ni por un segundo. 

—¡Eso no es cierto! —exclamó Ruslana—. Si Ale dejará de ser tan petarda y no parar de provocarme, no haría nada.

—No te crees ni tu lo que acabas de soltar por esa boquita. 

Antes de poder llegar a otra nueva discusión, el zaragozano y el granadino pusieron orden, como si se tratarán de dos padres tranquilizando a sus respectivas hijas. La pelirroja la sacó la lengua, mientras que la otra la sacaba el dedo corazón, con cara de pocos amigos. No fue hasta que Juanjo se llevó a Ruslana, que Ale volvió a un estado de animo normal. 

—Ya estas más amigable —suspiró Paul, agarrando entonces ambos hombros de su amiga—, cualquiera diría que tienes diecinueve años. 

—Y los tengo. 

—Mentalmente los tienes como yo —intervino Chiara, tras ingerir otro cucharón de yogurt—, como una niña de cinco años. 

—¡Eso no es cierto!

remedio. juanjo OT23Donde viven las historias. Descúbrelo ahora