Capítulo 7

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Semanas después 

Yeonjun observó a Felix pasear entre sus hierbas aromáticas, lo vio inclinarse, arrancar una rama de romero y llevársela a la nariz para oler su intenso perfume con los ojos cerrados, cuando los abrió, creyó captar algo de alegría en ellos, pero no podría asegurarlo. De un tiempo atrás, no había vuelto a oír su cantarina risa, y las pocas veces que lograba arrancarle una sonrisa, esta nunca llegaba a sus preciosos ojos ahora siempre tristes. 

Su amigo era un necio, trató de hablar con él, pero lo único que conseguía era gruñidos y miradas asesinas. Él ya había empezado con su plan, y sabía que tarde o temprano causaría el efecto que esperaba. 

Felix contempló con cariño su pequeño huerto, lo encontró gracias a Momo que se lo mostró nada más saber que él sabía curar. Le contó que perteneció a la madre de su esposo, al parecer la señora conocía el poder de las plantas curativas, pero desde su muerte, nadie se encargó de cuidarlo. 

Aun a la advertencia de la sirvienta del estado de abandono en que se encontraba, cuando lo vio por primera vez, dudó que pudiese conseguir algo de ahí, las malas hierbas crecían a su antojo atrapando entre sus ramas y raíces a las plantas útiles, no se desanimó ante el trabajo que le esperaba, con tesón, ilusión y amor logró sacarlo adelante. Aquella maraña de arbustos salvajes, se convirtió en un maravilloso y milagroso huerto. Observó los romeros, las lavandas, camomilas, salvia... sonrió satisfecho y orgulloso. 

Había plantado más hierbas, en poco tiempo podría hacer sus propias medicinas y guardarlas junto a las que ya tenía para ayudar a su gente. Dejó de andar, "su gente" pensó con tristeza, ya no lo eran, dejaron de serlo ese fatídico día. Sólo Momo y el niño que libró del castigo, seguían tratándolo como siempre. Suspiró. Nadie lo molestaba, sencillamente lo ignoraban, no como su esposo que lo vigilaba, consiguiendo a veces ponerlo nervioso y otras hacerlo arder, sobre todo cuando recorría con ojos hambrientos su cuerpo, era entonces cuando temía y a la vez deseaba que él lo buscase, pero nunca volvió a hacerlo desde aquel aciago día. Se giró al oír unos pasos tras él. 

-Buenos días, Felix -dijo Yeonjun sonriendo-. ¿Cuándo lograré que me hagáis una de vuestras pócimas? 

-No son pócimas, señor -jugueteó con la ramita de romero, antes de guardarla en su cesto-, son remedios. 

-Disculpad mi ignorancia -ensanchó su sonrisa-. ¿Cuándo conseguiré que me preparéis uno de vuestros remedios? 

-No sabía que los necesitarais, ¿sufrís alguna dolencia? -preguntó preocupado. 

-No es a mí a quien le duele el corazón -contestó con gesto serio. 

-Para eso no hay remedio alguno -declaró con un tono seco mientras le daba la espalda y echaba de nuevo a andar-, además, no se puede curar un corazón que no está herido. 

-¿Acaso el vuestro no está roto? -se acercó un poco. 

-Hace un hermoso día -replicó evitando responder, no deseaba hablar de eso con él ni con nadie. 

-Muy bien, tema zanjado -dijo poniéndose a su altura-. Decidme, ¿habéis desayunado? 

-No, ¿por qué lo preguntáis? -lo miró de reojo. 

-Porque yo tampoco lo hice y sería un placer que me honrarais con vuestra presencia –explicó guiñándole un ojo. 

Felix sonrió, asintió y le tomó el brazo. Le gustaba mucho ese hombre, siempre de buen humor, tenía que reconocer que era muy amable preocupándose porque se sintiera mejor. Desde aquel día que lo besó se comportó con gentileza, en él encontró un buen amigo con el que se sentía relajado. 

THE WOLF // CHANGLIXDonde viven las historias. Descúbrelo ahora