2. SURGIMIENTO

224 32 3
                                        



Habían pasado cinco semanas desde su llegada. El instituto, fuera cual fuera y donde fuera, para Renjun parecía ser igual de tedioso, siempre había el mismo panorama: las animadoras y los deportistas por un lado, los estudiosos por otro, los que no se podían encasillar porque sobrepasaban la normalidad, y los matones de los cuales algunos rozaban la delincuencia, y en ese grupo se encontraba la pesadilla diaria de Renjun, «Lee Jeno».

Días tras día, y aunque intentaba evitarlo, se topaba con el bruto de Jeno, el cual no paraba de insultarle, hacerle bromas o amenazarle, pero Renjun, acostumbrado a ese tipo de individuos, respondía siempre con mordacidad e indiferencia, lo que molestaba más al acosador, que sin querer reconocerlo, encontraba divertido el carácter apático de su compañero de aula, aunque más le gustaban las respuestas sagaces e irónicas que le dedicaba, tal era su entretenimiento, que dejó de amenazarle para, solamente, fastidiar al chico que le hacía el día más soportable.

Uno de tantos días, Jia llamó a su hijo a la hora de salir éste del instituto.

—«Lo siento, cielo, no podré ir a recogerte hoy».

—No importa —respondió acostumbrado a
esas palabras.

—«Lo lamento. Te compensaré con la cena».

—No te preocupes.

—«Lo lamento, cariño... ¿Qué? Ahora voy... Renjun, cielo, he de dejarte».

—Hasta luego.

Su madre ya había colgado antes de oir a su hijo despedirse. Renjun, resignado ya ante la notable preocupación de sus padres de anteponer el trabajo a él, se encaminó a pie para volver a casa, su hogar se encontraba a tres cuartos de hora de distancia, lo que para el chico no era más que un paseo.

Dispuesto a variar de ruta, tomó la parte posterior del pueblo, marchando por la zona más tranquila y deshabitada, plagada de parcelas boscosas que eran recortadas por un pequeño río, a medio camino oyó un silbido familiar.

— Mierda, qué pesado — suspiró dándose la vuelta. — ¿No tienes bastante con fastidiarme durante el día? ¿No tienen descansos los matones? No sé, ¿vacaciones, un horario laboral o algo similar?

—¿Te crees tan importante como para que te siga hasta después de clases?

—Estás aburrido y quieres molestarme, ¿ver-dad?

—¿A quién pretendo engañar? —sonrió con burla — Pues claro que quiero molestarte. Resulta que no tengo nada que hacer y tú puedes librarme de una fastidiosa tarde.

Renjun soltó la mochila; le pesaba, y no era por el peso en sí, sino por la desgana y pereza que le provocaba el haberse topado con Jeno.

—Ya sabemos cómo irá la mal llamada conversación; sueltas alguna estupidez, yo te replico, te burlas de mí, respondo de manera indiferente y me haces una broma pesada para reírte mientras te vas. ¿Podemos ahorrarnos los pasos intermedios e ir directos a que tú te vayas?

Jeno rió y se acercó.

—Siempre creí que los niñitos de papá no tenían agallas, pero veo que me equivocaba.

—Se paró ante Renjun con gesto arrogante.

—¿Niñito de papá? —bufó molesto—. Si de algo carezco es de la sobre protección de mis progenitores.

—Cada vez hablas más raro, niño —rió—. ¿Por qué hablas como un anciano?

—Es como hablo con mis padres. ¿También te molesta que hable como un ser humano civili-zado? ¿A caso te cuesta entender lo que digo?

—¿Me intentas enfadar? — sonrió con malicia.

Se acercó de forma intimidante — Vamos, no me hagas recordarte qué pasa si me tocas las pelotas.

Impaciente, Renjun estalló:

—¿Qué no te toque las bolas? Eres tú el que me busca, yo sólo quiero llegar a mi casa y terminar otro maldito día. No pretendo molestar a nadie, sólo quiero pasar de largo, y cuanto menos contacto tome con otros mucho mejor para mí. Pero si tantas ganas tienes de partirme la cara, ¡venga! No sé qué esperas. Mi día a día ya es una mierda, termina de arreglarlo, por favor.

La decisión y fuerza de las palabras de Renjun hicieron recapacitar a Jeno, el cual se apartó un paso y miró al joven en silencio, dedicándole una sonrisa divertida. Con tranquilidad sacó un paquete de cigarrillos, tomó uno, se lo colocó en los labios y lo encendió.

—Me empiezas a caer bien, niñito — dijo al fin.

—Pues no es esa mi intención, créeme.

Jeno rió tras agarrar el cigarro antes de que se le cayera.

—Ya me imagino, ya — Dio una calada y se lo tendió a Renjun, que lo rechazó de inmediato.

—Los tipos como tú suelen acabar mordiendo el polvo.

— Y yo conozco bien a los tipos como tú; hasta que no te aburras de mí no me libraré de ti.

—Los tipos como yo, ¿eh?... No creo que haya más como yo —sonrió arrogante.

—Pues bien por ti. Yo ya debo irme a casa.

—Qué responsable es el niño. Déjate de tonterías y vente conmigo a tomar unas cervezas.

—Ni tengo edad, ni me apetece beber alcohol.

—¿Vas a rechazar mi invitación? Por una vez que soy amable...

—¡Mierda! ¿Es que no te enteras? No quiero relacionarme con nadie, ¿entiendes? No me apetece ni recordar tu nombre, porque, con suerte, a mitad de año me mudaré otra vez y la vida seguirá, y tú, si es que llegas a ello, sólo serás un recuerdo borroso.

Jeno se sorprendió de la rabia con la que Renjun se expresó, tal fue la sorpresa de su comportamiento que, cuando el chico tomó su mochila y se fue, no pudo decir nada para intentar detenerlo.

Renjun llegó a su solitaria casa, como era costumbre. Sacó de la nevera una lata de refresco, agarró de una alacena una bolsa de papas fritas y subió a su cuarto, cerró la puerta y se tumbó en la cama, mientras comía con tranquilidad, lo que para él sería la cena, pensó en aquella tarde.

Jeno, pese a que ya había lidiado con otros chicos como él, había logrado sacarle de sus casillas. Siempre había tenido que encontrarse con algún que otro matón de recreo, pero tras recibir algún golpe y no mostrar más interés en nada, al poco tiempo lo dejaban tranquilo, lo llamaba «el efecto novato», lo definía como la reacción del abusador ante el nuevo, pegarle para marcar territorio y luego olvidarse de él tras haber dejado clara la posición social de cada cual.

«Olvidate de él», pensó con enfado. Dejó la bolsa de patatas sobre la mesita auxiliar, lanzó la lata vacía de refresco a la papelera, se acomodó para dormir y apagó la luz.

«Olvídalo... Olvídalo...», pero, por alguna razón, no logró sacar de su cabeza la última conversación que tuvo ese día y, al final, se durmió pensando que había algo en Jeno distinto a los demás.

ATÍPICO amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora