8. DECISIONES

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Renjun cerró la puerta tras de sí. No podía apartar la vista de Jeno, que se encontraba sentado en el suelo, rodeado de varias botellas de cerveza vacías, con aspecto lamentable; llevaba la camiseta rota y manchada de sangre, con la cara golpeada y evidentes signos de embriaguez.

—Jeno, ¿qué te ha ocurrido? — Corrió a su lado y se arrodilló.

—Tu cara... ¿Quién te ha hecho esto? — Con delicadeza le levantó el rostro, viendo el pómulo inflamado y amoratado, el labio partido e hinchado y algunas otras muestras más de haber sido golpeado.

—Has... has venido —susurró feliz.

—Claro que he venido; no podía hacer nada más si estás borracho y... solo — Miró las heridas con detenimiento.

—Hay que limpiarlas y curarlas.

Jeno lo tomó por la muñeca.

—Creí que... que me habías dejado.

«¿Dejado? Está hablando como si estuviéramos en una relación. ¿Lo era para él?», pensó preocupado. «No, estoy desvariando. Se referirá a otra cosa, dejado solo o algo así». Renjun lo miró con ternura.

—No podemos tener una conversación contigo así — suspiró acariciándole el cabello, luego la mejilla que no estaba dañada.

—Iré a comprar algo para curarte, un poco de café y luego te prepararé un baño tibio.

Ayudó Jeno a ponerse en pie y lo sentó en la cama. Corrió a la tienda de 24 horas y compró todo lo que necesitaba. Cuando llegó le dió el café, después preparó el baño; agradeció que el sitio estuviera cuidado y limpio, por lo menos a la vista. Con el agua a la temperatura que quería, taponó y llenó la bañera.

—Vamos, hay que meterte —bufó.

—Pero antes... antes quítate la ropa —dijo inquieto.

—Renjun ... eres... eres tan bueno.

—Mierda, estás fatal — sonrió con lástima.

—Desvístete, que se enfría el agua —Jeno obedeció con torpeza, Renjun impaciente, resopló desesperado.

—Será mejor que te ayude o no terminaremos nunca.

Aguantándose los nervios lo desnudó, pero la inquietud se volvió temor al ver más moratones en el torso: «Le han dado una buena paliza. Y esto...», pensó agarrándole del brazo: «Quemaduras de cigarrillo». Sin demora, ayudó al joven a meterse en la bañera y, con cuidado, empezó a limpiarle las heridas.

—Duele...

—Lo siento, seré más cuidadoso.

—Duele que... me dejaras —masculló con la mirada perdida.

—Me... me echaste de tu casa.

—No digas esas cosas —gruñó avergonzado.

—Pero me gus...

—Deberías dejarlo. «Tal como está la situación con Mark es mejor que no me diga nada más».

—¿Qué te... pasa? Creí que... estábamos bien.

—No sé de qué hablas. «No quiero que tengas más problemas por mi culpa, total, al final me marcharé, me mudaré y será más difícil».

ATÍPICO amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora