5. AUSENCIA

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Otras tres semanas pasaron, Renjun no se podía creer que su extraña relación con Jeno había dado un gran paso hacia lo carnal.

Tras el encuentro en el bosque, Jeno, como un adicto ante una droga, buscaba a Renjun en cualquier rincón tranquilo para intimar.

—Vamos, más rápido, hazlo más... rápido—gruñó Jeno.

Renjun intensificó sus movimientos, estaba pendiente de la hora, no quería saltarse la siguiente clase.

—Ya... casi... Voy a... — Quiso apartarse, por alguna razón no quería que Renjun volviera a atragantarse o pasara por el trago de sentir su esperma en la boca, quería ser algo más delicado con él, algo que nunca le había preocupado con otros.

Renjun lo agarró por las nalgas, apretó las manos para que no se apartara, se había percatado que, desde la primera vez, ya no había vuelto a terminar dentro de su boca y eso lo estaba molestando, él quería y deseaba todo de Jeno, y sentir la calidez del logrado orgasmo de su compañero le hacía sentir bien.

—¿Estás... bien? —preguntó Jeno al ver que Renjun no lo expulsaba.

—Vamos, escúpelo.

Renjun lo miró con decisión; tragó.

— Estoy bien — susurró limpiándose la boca con el dorso de la mano.

Jeno sintió un escalofrío, la mirada de Renjun lo puso nervioso; su pecho dolió, su corazón latió con fuerza. Se colocó la ropa y se encaminó a la puerta del aula. Se encontraban en una de esas aulas olvidadas , aquellas que se dejaban de lado en un rincón del instituto y en las que se almacenaban los muebles viejos y otras cosas que jamás saldrían ya de allí.

Jeno abrió la puerta y miró a ambos lados, salió sin decir nada y cerró.

—¿Qué carajo...?

Renjun se puso en pie, se limpió la boca y las manos con un pañuelo de papel que llevaba en el bolsillo y salió, primero con la idea de seguirlo, luego se detuvo. «Debería dejarlo. No debo implicarme más allá de lo físico. Él no... él no es así, seguro que no quiere nada serio, y yo no debo quererlo tampoco».

Con paso firme se encaminó al aula donde le tocaba la siguiente clase, había perdido el apetito y la hora de comer se estaba acabando.

Con el fin de las clases, Renjun se fue al estacionamiento, su madre no le había llamado, por lo que esperaba que fuera a recogerlo como siempre hacía al salir del trabajo.

Vio llegar el coche. Jia estacionó y Renjun subió al coche, callado, serio y distraído.

—¿Va todo bien, hijo? ¿No me vas a saludar? —sonrió amable.

—Lo siento, estoy cansado.

Se quedó mirando por la ventanilla, contemplando a todos salir, hasta que vio a Jeno y su corazón se aceleró, su pecho dolió. Se sujetó la cabeza sintiendo un ligero mareo.

—Quizá deberías quedarte en casa mañana; no tienes buena cara.

—Sí, puede que sea lo mejor. «La verdad es que no me encuentro muy bien».

A la mañana siguiente Jia entró en la habitación de Renjun.

—Hijo, ¿no me oyes llamarte? ¿Renjun?

El joven seguía en la cama. Ella se acercó y lo destapó.

—Lo siento... —Carraspeó— No me he enterado.

Jia le posó el dorso de la mano sobre la frente.

—Estás ardiendo —susurró preocupada.

—Lo primero es destaparte; nada de mantas gruesas — Retiró la ropa de cama.

— Te traeré el termómetro, agua y algo para bajarte la fiebre. Debes comer para tomarte la pastilla, ¿vale?

—Sé cómo hacerlo— indicó entre carraspeos.

—Lo sé, pero eres mi niño — sonrió dándole un beso en la frente.

—No puedo evitar querer cuidar de ti cuando estás enfermo — Salió de la habitación.

«Es una pena que el resto del tiempo te importe poco cuidarme», pensó molesto.

Tras desayunar y tomarse la medicación durmió toda la mañana. El sonido de su teléfono lo despertó.

«¿Un mensaje?». Miró el texto y lo leyó:

«Soy Jeno. ¿Por qué no has venido hoy? ¿Cómo voy a desahogarme?».

¡Será cretino! Tiró el móvil contra la cama con las pocas fuerzas que tenía. Tosió con fuerza. Quizá debería decirle algo o no me dejará en paz.

Tomo el teléfono y respondió:

«¿Faltó toda la mañana y eso es lo que te preocupa? ¿Quieres una mamada? Pues arréglatelas. No soy tu putita, también tengo vida».

Sonó el teléfono y leyó:

«¿Quieres que me enfade? Y no me digas que esperabas que te dijera que te echo de menos o alguna mierda así. ¿Te estás burlando de mí? Si pasa algo quiero saberlo».

¡Imbécil! Lo que pasa es tu cara, pendejo.

Volvió a escribir:

«¿Me estás controlando? ¿Te has vuelto un completo acosador? Lo que haga no es problema tuyo. Cuando vuelva te haré el favor si eso te hace feliz y me dejas en paz, pero ahora olvidate de mí».

Llegó otro texto:

«No te estoy controlando, niñito engreído, te estoy preguntando si pasa algo».

Renjun se sorprendió, pero aún así se sentía molesto, por lo que la respuesta seguía con tono mordaz:

«¿Te estás preocupando? A ver si eres tú el que se está burlando. Aunque si realmente quieres preguntarle a alguien por algo usa los signos de interrogación, ya sabes, esos dibujitos que señalan una pregunta ¿? Y no, no ocurre nada, estoy en casa, enfermo. Déjame descansar».

Sonó de nuevo.

¿Esté es idiota? ¿Qué parte de «déjame descansar» no entiende?

Miró el mensaje:

«Estás muy defensivo para estar enfermo, ¿o es que estás de mal humor? Quizá debería pensar echarte un polvo de una vez para que te relajes. Si te aburres ya me dirás algo, estoy seguro que tú si me echas de menos».

Renjun no respondió, se quedó mirando la última línea: «"Si te aburres ya me dirás algo" ¿Está pidiéndome que mantenga el contacto? No, será otra burla más y no tengo ganas de esto ahora».

Jeno estaba en el aula olvidada donde se encontraba con Renjun. Se había sentado en el suelo, apoyado contra la pared, miraba el teléfono con ganas de ver una respuesta.

Suspiró inquieto sin saber qué hacer.

¿Debería ir a verle?

Se dio un débil cabezazo contra la pared emitiendo un gruñido como queja a la situación, como queja ante una impotencia que no sabía de dónde nacía ni el motivo de ella.

¿Qué mierda me está pasando?

Ese niñito engreído, ¿por qué no me contesta? Voy a tener que ponerme serio con ese creído, no me gusta que me ignore. Aunque... Escribió por última vez:

«¿Quieres que te lleve las tareas,cerebrito? Aprovecha que no tengo nada que hacer en la tarde».

Su teléfono sonó. Nervioso e impaciente lo leyó:

«Está bien, puedes venir, pero ni se te ocurra tomarme el pelo».

Jeno sonrió.

A este insolente mocoso he de enseñarle a respetarme.

Suspiró aliviado, sabiendo que las horas hasta el final de las clases se le harían eternas, pero podría ver a Renjun aunque sólo fuese un rato.

ATÍPICO amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora