Día 11: Treffen

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Hoy ha sido un día bastante movidito.

Por la mañana, como siempre, salí con Alena, desayuné y me quedé viendo las noticias.

No sé porque lo hago, pues todo lo que pase yo lo sé de antemano.

Pero bueno, es eso o cotilleo de la familia real británica, y, sinceramente, no me gusta nada ese tipo de cosas, y menos de esa gente.

Hoy había una reunión del antiguo G8.

¿Que por qué?

Porque resulta que USA necesitaba hablar con Rusia, UK y Francia se querían enterar y Canadá tiene algo que hablar también con Rusia, así que, simplemente, han montado una reunión improvisada para quedar bien y para no meterse en una guerra nuclear por alguna estupidez.

Total, le dejo la comida y el agua a mi preciosa Alena y me teletransporto a Estados Unidos.

Porque claro, la reunión, si no es en Estados Unidos, él no viene, a menos que sea en territorio de algún familiar suyo.

Llegué a una enorme mansión blanca de tres pisos, una piscina olímpica, un jardín gigantesco y una bandera de Estados Unidos exageradamente grande.

Lo miré todo de arriba abajo con desdén, no me gusta tanto floriponcio y tanto lujo, no lo veo necesario. Somos representaciones de nuestros pueblos, ¿por qué tenemos que vivir mejor que ellos si se supone que tenemos que ser lo más modestos posibles?

En fin, hipócritas, que le vamos a hacer.

Al llegar a la puerta todos los guardas me miraron y algunos agarraron sus armas reglamentarias.

Como si tener una bandera en la cara no fuese suficiente, entregué mi identificación como máximo contingente de Alemania al oficial con más estrellas que encontré.

Él tomó la identificación y, nervioso, me la devolvió e hizo el saludo militar; que, tras haberlo hecho él, el resto lo imitó rápidamente y me dejaron pasar.

Entre tranquilamente en la casa y me recibieron dos enormes Rottweilers rabiosos.

Me quedé quieto y les puse una mano a cada uno en la cabeza y se quedaron mansos.

Necesitan algo más que perros para pararme, y más si esos perros son alemanes.

Busqué el salón más grande de la casa en la que sólo estaba el estadounidense con sus típicas gafas de sol, aún en interior, y un chándal que usaría para estar por casa.

Lo saludé amablemente y él se empeñó en abrazarme, lo cual me molestó de sobremanera.

A los 5 minutos llegó Rusia sin su ushanka dejando ver su largo pelo blanco recogido en una cola alta y sin chaqueta, sólo con una camiseta negra de tirantes.

Nada más puso un pie en el salón la tensión se palpó en el ambiente.

Nos dio las buenas tardes y se sentó justo enfrente de USA encabezando la otra pare de la mesa.

Diario de un locoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora