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Mayo, 1988. Mansión Nott

Una de las actividades favoritas de Draco Malfoy era ir a la casa de los Nott cada vez que sus padres se reunían, pero no precisamente para jugar con su amigo Theodore, aunque se divertía mucho, sino para intentar cortejar por milésima vez a la hija mayor de los Nott, Malorie.

Malorie Nott era una hija ejemplar, jamás se había metido en problemas, o al menos no por su culpa. Siempre se encontraba a la izquierda de su padre, parada o sentada junto a él con sus pequeñas manos entrelazadas entre sí, parada perfectamente derecha y con la cabeza gacha. Vestía siempre tan elegantemente y tan bien peinada que parecía una muñeca. No se iba del lado de su padre hasta que él o su madre se lo permitiesen.

Esa tarde Niccolo y Aida Nott, padres de Malorie y Theodore, recibirían a los Malfoy en su casa para discutir ciertos asuntos. Theodore estaba impaciente por la llegada de su amigo, pero no era el caso de la pequeña Nott. Draco había intentado acercarse a ella tantas veces que ya le resultaba insoportable la situación.

Habían llegado.

—Lucius, Narcissa, bienvenidos. Pasen. —dijo Aida para dirigirlos al living dónde su esposo e hijos se encontraban.

Se movieron a la sala dónde estaba el resto de la familia, y como siempre, Malorie estaba junto a su padre con una expresión muy seria para una niña de nueve años.

—¡Draco! —saludó el pequeño Theodore.

El niño rubio sonrió a su amigo y antes de ir a jugar se acercó a Malorie con una flor. Una rosa tan roja y bien cuidada que parecía que si la tocaba se marchitaría de lo delicada que era.

—Es para ti, Lorie. —se la extendió. El padre de Malorie la miró esperando a que diga algo al respecto, pero como vio que ella no emitía sonido alguno, se acercó a su oído y entre dientes le dijo:

—Agradece, se buena y dale las gracias o te meterás en problemas. —Malorie tragó saliva y asintió.

—Muchas gracias. —dijo tomando la flor sin mirar a Draco en ningún momento.

—Ven, vamos a mi cuarto. —Theodore impacientemente tomó a su amigo del brazo y se lo llevó de allí.

Malorie miró a su madre y esta asintió, indicándole que podía retirarse y así lo hizo con su flor en la mano.

—Esos dos algún día se llevarán bien y podrían llegar a ser buenos amigos o quizás una linda pareja. —afirmó Narcissa intentando no hacer más incómoda la situación, no resultó.

—Ojalá Merlín no te oiga y libre a tu hijo de alguien tan desagradable como esa niña. —soltó Niccolo.

Pero la pequeña  Malorie aún estaba lo suficientemente cerca como para oírlo. Siguió caminando, sabía que de nada servía decir algo, lo había aprendido a la mala, así que eligió inhalar y exhalar al menos tres veces hasta calmar las ganas de llorar que sentía. Sus padres ya se lo habían enseñado perfectamente: llorar era para débiles que no sabían controlar sus emociones. Si ella lloraba, ella era débil.

Se metió en la biblioteca que había en su casa. Eso la ayudaba, leer un rato y desconectar con lo que sucedía a su alrededor. Tomó un libro y se lo llevó para encerrarse en su habitación, puso la flor en un jarrón que tenía con tantas otras que le había dado Draco en demás ocasiones, esta última relucía junto a las demás, que ya estaban marchitándose.



Luego de haber leído unas cuántas páginas, su puerta se abrió de un golpe. Eran Theodore y Draco corriendo mientras jugaban a lo que sea que se les haya ocurrido ese día.

—Theo, sabes que no puedes entrar así a mi cuarto. No pueden jugar aquí. —dijo intentando mantener la calma, pero ninguno hacía caso.

Theo seguía corriendo mientras escapaba de su amigo y de un salto, el pequeño de oscuro cabello, se subió a la cama de su hermana pisando el libro que estaba leyendo, arrugando algunas páginas y rompiendo otras.

—¡Váyanse de aquí! —gritó esta vez y ambos se asustaron. En un intento de salir de la habitación, Theodore chocó con el mueble que llevaba el jarrón en la parte superior haciéndolo tambalear hasta que cayó al suelo quebrándose en mil pedazos, mojando todo el suelo y esparciendo las flores en el acto.

Malorie se levantó y volteó a ver a ambos tan furiosa que parecía que se le iban a salir los ojos de lugar. Ya era suficiente que sus padres no la trataran como se supone que unos padres tratan a sus hijos, sino que debe aceptar aquellas flores que no quiere y para colmo estos dos niños por no hacer caso, la meterían en un problema que ella no había generado.

—Lo sentimos. —dijo Theodore.

—¡No! ¡No sienten nada! Quiero estar tranquila, mamá y papá se enojarán conmigo porque cada vez que tú haces algo malo por algún motivo siempre tengo yo la culpa —señalaba el pecho de su hermanito con el dedo índice empujándolo de su cuarto—. Y tú —señaló a Draco—, no quiero más de tus flores, estoy obligada a aceptarlas y no las quiero ¿no entiendes?

—Pero yo te las regalo porque me son bonitas y tú también. Mamá me dijo que a las niñas les gustaban las flores... —su cara estaba llena de ilusión.

—Me gustan las flores, pero no las que tú me regalas. Entiéndelo, no me parece lindo que me persigas cada vez que te aburres de jugar con mi hermano, no me gustas.

La expresión del pequeño cambió al oír la voz de Malorie revelándose ante él, cómo ella siempre había aceptado sus flores, él creyó que le gustaban, pero simplemente era educada y ese día había explotado.

—¡Eres mala! ¡Y le voy a decir a tus padres lo que me dijiste! —las manos del pequeño Malfoy empujaron a Malorie y ella resaló con el agua cayendo sobre los trozos de vidrio, hizo una mueca de dolor, pero no dijo nada, tenía tenía algún que otro trozo del jarrón clavado en la pierna. Theodore miraba toda la situación sin decir nada. Por el pasillo apareció Otto, uno de los elfos domésticos de la familia Nott.

—Señorita Malorie, que desastre —la ayudó a levantarse—. Tranquila, yo limpiaré esto, espérame aquí sentada que traeré un botiquín.

—Si, gracias Otto. —Malorie miró a Draco queriéndolo mandar al carajo, pero sabía que eso solo empeoraría las cosas, las niñas bien portadas no maldicen.

Draco salió del cuarto de Malorie y Theo lo seguía por detrás intentando frenarlo.

—Draco, por favor. No le digas nada a mis padres.

—¿Por qué no? Ella fue grosera.

—Si dices algo la castigarán, por favor. —el pequeño Theo ponía sus manos en forma de súplica.

—Si alguien hace algo malo, debe ser castigado, así funciona.

—Entonces nosotros debemos ser castigados porque nos metimos a su cuarto y rompimos el jarrón. —Draco lo miró furioso, tenía tantas ganas de ir a contarle a los padres de Malorie lo que había sucedido.

—¿Qué es lo terrible de que la castiguen? ¿No la dejarán leer sus tontos cuentos? Como si fuesen a golpearla o algo así.

Theodore lo miró intentando que entienda la gravedad de la situación, sus ojos suplicaban por su hermana.

Y el pequeño Draco decidió no abrir la boca esta vez.

Weakness | Draco MalfoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora