Mew Suppasit está más allá de la redención.
Como Capo de la Cosa Nostra, gobierna con una mano brutal sobre su territorio... un territorio que la 'Ndrangheta de Chicago infringió.
Ahora Mew está buscando retribución.
Una boda es sagrada, robar a un...
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Tul se desmayó a mi lado. Lo contemplé de cerca. Ahora que no estaba golpeando o gritando, podía admirarlo como se merecía un omega. Manchas de sangre salpicaban su traje como rubíes y estropeaban la cremosa piel en su escote. Pura perfección.
— Parece que los hemos despistado — murmuró Davikah.
Mis ojos fueron atraídos hacia la ventana trasera, pero nadie nos seguía por el momento. Tuvimos heridos, no matamos a los dos alfas acompañantes de Tul, de modo que parte de las fuerzas perderían tiempo atendiendo a sus lesionados.
— Es tremendo pedazo de culo — comentó Simeone desde detrás del volante. Me incliné hacia adelante.
— Y nunca más lo volverás a mirar a menos que quieras que te arranque los globos oculares y te los empuje por el culo. Una puta palabra más faltándole el respeto y tu lengua acompañará a tus ojos, ¿entendido?
Simeone asintió bruscamente.
Davikah me miró con una expresión curiosa. Me enderece hacia atrás y volví mi mirada hacia el omega acurrucado a mi lado en el asiento. Su cabello liso estaba sujeto firmemente a su cabeza con pequeñas binchitas de perlas como si incluso esa parte de él necesitara ser domada y controlada, pero un mechón caprichoso se había liberado y enrollado salvajemente sobre su sien. Lo envolví alrededor de mi dedo. No podía esperar a descubrir qué tan sumiso era Tul en realidad.
Llevé a un inerte Tul a la habitación del motel y lo puse en una de las dos camas. Alcanzando una ramita de árbol que se había enredado en su hermoso cabello, la quité antes de deshacerme de las perlas, dejando libre su corto cabello ondulado.
Me enderecé.
Davikah suspiró.
— Rizzo buscará venganza.
— No van a atacarnos mientras lo tengamos. Es vulnerable y él sabe que no podrá sacarlo de Las Vegas con vida.
Davikah asintió, sus ojos desplazándose a Tul, que estaba recostado inerte en la cama, con la cara inclinada hacia un lado, su largo y elegante cuello desplegado. Mi mirada bajó hasta el fino encaje sobre el suave oleaje de sus pectorales, tenía el torso más ancho que la mayoría de los omegas que había conocido, incluso llegaría a parecer un hombre beta si no fuera por su claro dulce aroma, que ni si quiera los inhibidores de feromonas podían ocultar.