33. Pecado

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     Alastor la reconoce. Ella llega siempre a la misa de las doce, acompañada de su esposo.

     Charlotte, susurra. Ni siquiera saborea su nombre. Lo traga de un bocado, hambriento.
     Sabe a Dios. Como la eucaristía. La manzana que lo inició todo frente a él, delicada, fascinante. Tiene un brillo violento en los ojos que invita.
     Las mejillas le arden. Desvía la mirada.

     Lucha contra sí mismo, enterrándose las uñas en la muñeca. ¿Quién es Dios en ese momento?
     Charlotte, se responde.

     Si tan ella solo pudiese tomarlo, reconocerlo, sentirlo así... Él también podría quedarse dentro de ella, devolverle el favor.

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