Mary on a Cross (II).

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Pasaron varios meses desde que Spreen y Carrera se conocieron; se defendían mutuamente, hacían bromas entre ellos, conocían más del otro, compartían intereses (entre ellos, que no entendían algunas reglas del lugar, pero que aún así trataban de seguir)...era una amistad bastante bonita a pesar de que el oji-verde solo pasaba algunas semanas en la zona. Era lógico, vivía en otro lado y solo iba de visita.

Y para los dos fue inevitable enamorarse del otro. Se amaban demasiado; Carrera por un lado ya sabía lo que sentía, y Spreen...no era la primera vez que alguien le gustaba, pero sí era la primera vez que se hablaba a diario con esa persona que le ponía los nervios de punta. El único problema era que ninguno se atrevía a confesar sus sentimientos por el otro.

Robleis lo había estado tratando de ayudar con eso, pero de todos modos, Carrera se seguía sintiendo demasiado inseguro y asustado de perderlo, así que prefería callarse todo y seguir fingiendo que no sentía nada por el. Y como de costumbre, estaba pensando en el mientras lo esperaba; era normal que alguno de los dos llegara tarde, pero el asunto era que Spreen se estaba tardando más que de costumbre.

Quiso creer o pensar que tenía cosas por hacer y que tardaba por eso, en lugar de pensar que quizás le pasó algo...o bueno, no pensó eso último hasta que pasaron dos horas. La verdad, se estaba preocupando más que antes, así que decidió ir a su casa a corroborar que estuviera a salvo. Sí, sabía dónde vivía, ya había ido varias veces.

Cuando llegó, tocó la puerta y esperó a que alguien la abriera; unos largos segundos después, el azabache la abrió. El corazón del castaño volvió a latir con normalidad en cuanto lo vió, al menos sabía que estaba bien...

—Hola...¿Qué te pasó? ¿Estás muy ocupado?

—Ah...hola.—Spreen evitó mirarlo.— No, eh, me quedé dormido. Perdón. ¿Podemos salir mañana o algún otro día? Estoy muy cansado.—Se rascó la nuca con incomodidad y solo en ese instante miró al castaño, quien asintió.

—Sí, tranqui. Descansa todo lo que necesites, Spreencito. Te quiero mucho.—Le sonrió con dulzura y de nuevo, el azabache evitó mirarlo.

—Chau.—Murmuró tras dos segundos de puro silencio para luego cerrar la puerta. Carrera sintió que algo extraño le sucedía a su amigo, pero no quiso indagar en el tema. Lo único que no sabía era que se iba a arrepentir.

Se dió la vuelta y caminó hasta la casa de Robleis, de todos modos, era el lugar donde se quedaba, al menos el tiempo durante el cual estaba de visita.

Y tras varias semanas después, hubiera deseado profundizar en ese presentimiento de que algo le pasaba al pelinegro. Después de ese día, se empezó a repetir lo mismo; ponía excusas vagas, lo evitaba, y los últimos días que lo vió solo le decía el "tengo sueño, estoy cansado". ¿Luego?...no supo más de el. Aunque fue varias veces a su casa, por más que le preguntaba a las personas, no había rastro de el, ni siquiera contestaba a sus mensajes. El oji-verde se sentía terrible, tenía miedo de que algo le hubiera pasado o que se hubiera cansado de el...aunque, honestamente, prefería que fuera la última opción antes que resultara que estuviera muerto, secuestrado...etcétera.

Cada día se sentía peor para el; pasaron días, semanas y hasta meses, y no sabía nada de él. Ni siquiera sus amigos o familiares lograban animarlo, ni su gato. Sus ojeras empeoraron visiblemente, empezó a perder el apetito, sus ojos perdieron la emoción que los caracterizaba, ya no salía tanto...se sentía atrapado en el mismísimo infierno, como si fuera un castigo no saber de Spreen. El tiempo seguía pasando, y el oji-verde cada vez perdía más la esperanza de volver a verlo. Había pasado casi un jodido año, y no tenía noticias relacionadas a el, y ese día no era la excepción.

Robleis le había insistido en que vaya a dar un paseo, y tras mucha insistencia, terminó por hacerle caso; no estaba particularmente animado, caminaba cabizbajo y en su propio mundo de pensamientos, y estuvo así durante horas. Cuando llegó el atardecer, había decidido que el último lugar al que iría sería a donde vió por primera vez a Spreen. Y para su sorpresa, ahí mismo lo vió; lucía igual que siempre, a excepción de que se notaba un desánimo, ojeras (no tantas, o al menos no como las suyas), más delgadez y el pelo un poco más largo, y estaba sin lentes. Por el lugar en donde estaba, sus ojos morados brillaban por los rayos del sol.

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