Capítulo VI

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Charles salió de palacio en compañia de Sergio conduciendo su propio Land Rover. Tras deslizarse por unas callejuelas estrechas, se paró para hablar con una persona por la ventanilla.

-Es realmente agradable que la familia real tenga tanto contacto con los ciudadanos-Comentó Sergio pensando que Charles estaba mucho más relajado allí que en Nueva York.

-A mi madre no le hace ninguna gracia. Ella prefiere mantener las distancias, pero a mí padre y a mí nos encanta la gente.No podríamos mantener las distancias aunque quisieramos-Le explicó saludando a la vendedora de flores a la que le compro un ramo de campanillas rosas.
A continuación se lo dio a Sergio.

-Huélelas-Le dijo.
A Sergio le entraron ganas de reír. Qué típico de Charles comprarle flores y ordenarle que las oliera.
-Mmm. Huelen a miel-Se maravillo Sergio.

-Sí, la miel de Mónaco huele como estas flores y es la miel más deliciosa del mundo.
-Cómo no-Sonrió Sergio-¿Hay algun producto de Mónaco que no sea el mejor del mundo?
Charles se giro hacía él mientras conducia y lo miró con incredulidad.

-Ya llevas aquí un día, así que ya sabes la respuesta a esa pregunta-Le dijo volviendo a mirar la carretera-Vamos al lugar donde crecen esas flores, a las montañas.
-Que seguro son las montañas más bonitas del mundo.
-Veo que comienzas a comprender.

El Land Rover subió por una carretera llena de baches y rodeada por praderas de flores. Cuando parecían que ya ibana  tocar el cielo, Charles paró el coche y se bajo.
-Vamos.

Sergio se bajó del coche y, cuando levantó la mirada, se quedo sin habla. Estaban muy alto, había preciosas praderas cubiertas de vegetación y, abajo del todo, se veían el puerto y los edificios.

-Estamos a dos mil metros de altitud-Le dijo Charles leyendole el pensamiento.
Allá abajo el océano resplandecia bajo laluz de los últimos rayos del sol, que se estaba poniendo. Sergio veía varios barcos de colores que volvían al puerto con las capturas del día y otros que salían a pescar de noche.

También se veía el humo saliendo de algunas casas, dónde sin duda estaráin cocinando deliciosas comidas.
En aquel momento, la bola de fuego, en la que se había convertido el sol entró en contacto con el horizonte marino.
Era tan bonito, que Sergio apenas podía respirar.

-Ahora ya has visto Mónaco.
La voz grave de Charles hizo que Sergio apartara la mirada del horizonte. Aquel hombre siempre hablaba con orgullo y emoción de su tierra.
Charles lo miró fijamente y Sergio no supo que decir. Sergio no se podía mover y sabía que la excitación se estaba apoderando de él.

La luz dorada del atardecer bañaba el cuerpo de Charles, confiriéndole la apariencia de una estatua de bronce y haciéndole ver más guapo que nunca. Parecía un principe de la mitología antigua que hubiera llegado para rescatarlo del ajetreo de la vida diaria y llevarlo a...

-Seguro que se parecía mucho a ti-Susurró Charles.
-¿Quién?
-La estatua de oro.
-¿La que estaba a la entrada del puerto?
-Sí-Contestó mirándolo a los ojos-Era una estatua de un dios que protegía anuestro país. AHora que te veo con esta luz, me lo imagino perfectamente.

Sergio se sonrojo de vergüenza y se apartó un mechón de la frente.
-Me alegra que la luz del atardecer me favorezca, pero soy Sergio solamente, no lo olvides.
-Sergio, eres el hombre más guapo de todo el mundo-Declaró Charles mirándolo a los ojos.

LO había dicho con tanta convicción que Sergio sintió que el corazón le daba un vuelco, pero pronto la lógica lo sacaba de su error.
"No olvides que es Charles Leclerc, el mayor seductor del mundo"
-Tu tampoco estas mal con esta luz-Intentó bromear un poco.

Un príncipe en la ciudad.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora