Capítulo VII

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Charles despertó a Sergio besándolo suavemente. Le había hecho el amor una vez más antes de vestirse y bajar a ver el amanecer.

Cuando llegaron al palacio eran las cinco de la mañana y a Sergio le habría gustado que se lo tragara la tierra porque tuvieron que pasar delante de los guardias.

"Es evidente de dónde venimos" Pensó.
Charles no parecía preocupado en absoluto.
Claró que él, probablemente, llegaría a menudo acompañado de hombres despeinados y satisfechos.

Lo acompaño hasta su dormitorio, lo que él le agradecio, pues no le habría hecho niguna gracia encontrarse con sus padres con todas esas hojitas por el pelo.

Se despidio de él dandole un apasionado beso en la boca y Sergio se  metió en la cama de nuevo excitado.

••✦ ✿ ✦••

-Buenos días, Sergio-Lo saludó la reina, que estaba leyendo el periódico en francés-Pareces muy cansado. Estás muy rojo ¿Tienes fiebre?
-No, estoy bien-Contestó Sergio, tragando saliva-A lo mejor es que ayer tome demasiado sol.
O la luna...

Apenas había dormido unas cuantas horas, pero consiguió mantener la compostura mientras se sentaba y se servía un cuenco de yogur con miel. De nuevo se había sentado a la mesa con el cabello mojado.

Charles se sirvió un plato de pescado para desayunar. Estaba contento y silbaba encantado. A Sergio le hubiera gustado darle una patada por debajo de la mesa para que disimulara. Los iban a atrapar.
A lo mejor le daba igual.

Mientras desayunaban, charló con su padre sobre las capturas de pesca de la flota monegasca y sobre un proyecto urbanístico en las laderas de las montañas y obsequió a Sergio algunos datos y estadísticas sobre la economía del país.

Sergio sabía por experiencia que aquel hombre podía ser algo gruñon por la mañana, sobre todod hasta que se tomaba un buen café. Para él un buen café debía tener la consistencia de aceite de carro. Sin embargo ese día estaba exhuberante y no se había tomado su dosis de cafeína.

Le contó a su padre de la visita que había realizado el dían anterior por Mónaco y al rey le brillaron los ojos de entusiasmo. Sergio comprendió de quien había heredado Charles su alegría natural de vivir.

Evidentemente, se parecía sus pádres, su madre era una mujer de gran belleza, pero fría y distante, que conversaba educadamente con él y le hacía preguntas superficiales sobre sus estudios universitarios y sobre su vida en Nueva York, pero no tenía la cercanía ni la calidez de los hombres Leclerc.

Sergio se alegró profundamente cuando se fue a ocuparse de unos asuntos. El padre de Charles se echó hacía adelante en su butaca y lo miró sonriente.

-¿Montas, Sergio?-Le preguntó.
-Sí.
Charles lo miró sorprendido.
-Creía que eras el perfecto urbanito.
-Aprendia  montar caballo en el colegio. La verdad es que no he vuelto a montar desde etonces. A lo mejor se me ha olvidado, ahora que lo pienso.

-Imposible-Dijo Charles poniéndose en pie y dejando su servilleta sobre la mesa- Gio, avisa a las cuadras y diles que tengan preparados a Alto y a Magna.

Sergio se quedó mirándolo con la bocas abierta y sintió que la adrenalina empezaba a correrle por el torrente sanguíneo.

¿Sería por que tenía miedo de quedar en rídiculo al no poder controlar el caballo o porque estaba excitado ante la posibilidad de montar después de tantos años?

-¿Te has traído tu ropa de montar?-Le preguntó Charles mientras le retiraba la silla para que se pusiera en pie.
Sergio lo miró como diciéndole "¿Estas de broma o qué?" Pero se contuvo por que estaba en presencia del rey.

Un príncipe en la ciudad.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora