Capítulo 4

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— Ella los cuidará bien. No se preocupe. Y no se preocupe más de que yo vaya a hacerle daño. No es mi estilo, sabe. Venga y siéntese de nuevo. Le pediré a Duckett que traiga té, bizcochos de frambuesas, y otras cosas para comer.
Amelie hizo lo que le ordenaba. Estaba tan cansada, en gran parte a causa de los nervios por el posible recibimiento del primo de Tristán, que se deslizó en la cómoda silla con un suspiro de profundo placer.
Cuando Jared volvió de darle las órdenes a Duckett, vio que casi se había quedado dormida. Se acercó sin hacer ruido y le dijo con suavidad:
— Si quiere retirarse a su cuarto ahora, podemos hablar por la mañana.
— ¡Oh, no! Es decir, usted es tan amable, pero debe preguntarse por qué estamos aquí y...
— Tal vez, pero estoy seguro duque, tarde o temprano, aclararemos todo. Duckett, aquí estás. Supongo que tenías todo preparado. Trae la bandeja y colócala delante de la señora Padalecki. Sí, esto es todo.
Duckett, reacio a abandonar la habitación, jugueteó un rato con la tapa de la bandeja; luego, al escuchar el carraspeo del vizconde, salió lentamente de la biblioteca.
— No sé si he sido aprobada o no— comentó Amelie, mientras observaba cómo se retiraba.
— Creo que son las consecuencias de tener sirvientes que me conocen desde que tengo pantalones cortos. No se preocupe por Duckett. Ahora, señora Padalecki... suena tan extraño porque yo también soy un Padalecki. Soy Jared Padalecki.— Se inclinó en una reverencia. Amelie pestañeó, se puso de pie y le devolvió la cortesía.
— Soy Amelie Padalecki, la viuda de Tris, señor. Lamento decírselo, pero él murió el mes pasado en Bruselas.
— Lo siento mucho. ¿Cómo murió? ¿Fue una larga enfermedad?
Amelie trató de ocultar su mirada, pero Jared ya había percibido el dolor en sus ojos.
— No, lo mataron, lo asesinaron. Unos malvivientes, eso me dijo el guardia. No los apresaron, al menos no hasta que los niños y yo abandonamos Bruselas.
— ¿Dónde han estado? Estamos casi a fines de octubre ya. Perdón, siéntese, señora Padalecki.
Amelie le sonrió desplegando todo su encanto, pero pronto volvió a su rostro concentrado y serio como si hubiese cerrado un grifo de agua.
— En la casa de la hermana de Tris, en Yorkshire.
— ¡Dios mío! Me había olvidado por completo de los Damson. Ese es el nombre, ¿no es cierto?
Amelie asintió sin decir palabra.
Jared hizo una pausa y la observó con cuidado. La luz del fuego hacía que su cabello pareciera hecho de suave miel. Tragó saliva. Maldición, ni siquiera le gustaba la miel.
— Creo que estamos hablando del asqueroso Arnold.
— Sí, el marido de Gertrude. La de ellos no es una casa feliz. Nos fuimos de allí hace cuatro días.—Amelie no sabía si Gertrude no sentiría que su obligación era exigir la custodia de los niños, de modo que se escaparon antes de que amaneciera.
— Es un largo viaje. ¿Han venido en coche, verdad?
— Por supuesto.
— Usted no puede ser la madre de Sam o de Dean. Es demasiado joven. De hecho, inclusive Laura Beth...
— Laura Beth es mi hija. Tiene cuatro años. Dean y Sam son mis hijastros. La primera esposa de Tris murió hace unos seis años —hasta eso era una mentira. Había muerto dando a luz a Laura Beth hacía cuatro años.
— Aun así parece muy joven para ser la madre de una niña de cuatro años —dijo Jared pensativo, más para sí mismo que para ella Amelie se incorporó. Ella tenía que estar segura de que él se convenciera ahora.
— Tengo veintitrés años —replicó, y su mirada lo hizo volver atrás. Jared acercó una silla y se sentó frente a ella.
— Por favor, beba un poco de té. Los emparedados de Cuthbert no son del todo malos tampoco. ¿Por qué se fue de la casa de los Damson?
Él sabía la respuesta, por supuesto; con sólo mirarla, un hombre podía perder por completo la cabeza, la perspectiva, el honor, y toda otra virtud positiva que poseyera. No estaba seguro de por qué lo preguntaba.
— No estábamos bien allí, no fuimos muy bien recibidos. Y sí, estaba el asqueroso Arnold, como lo llaman los niños. Usted verá, Tris me había dicho hacía unos meses que si alguna vez le ocurría algo a él, fuéramos a lo de los Damson, y si no estábamos cómodos allí, bien, entonces, que recurriéramos a usted, su primo —lo miró directamente a los ojos—. Estamos aquí porque no tenemos otro lugar adonde ir. Yo puedo cuidarme sola, no malinterprete mi pedido, señor. Pero no puedo hacerme cargo de los niños. Son maravillosos y merecen mucho más de lo que yo puedo darles.
— ¿Tristán los dejó sin dinero? —habló sin rodeos, pero sabía que eso era lo que quería la viuda Padalecki.
— Sí, prácticamente. Después de ocuparme de los arreglos del funeral y vender todo lo que pude, nos quedamos sólo con cuarenta libras —hizo una pausa y él observó que ella hacía unos pliegues nerviosos en su capa. Jared desvió la mirada hacia la tetera.
— ¿Quiere servir? —preguntó con serenidad.
— Por supuesto —respondió Amelie, encantada de tener algo útil para hacer.
Él la observó; admiró la gracia de sus movimientos y supo que era una dama en lo más profundo de su ser, una dama a pesar de su falta de fondos y de alternativas en ese momento.
— Me gusta con sólo una gota de leche.
Las manos de Amelie temblaban un poco y él se sintió un poco culpable. Sin duda, ella estaba muy cansada, probablemente aterrorizada de que él la arrojara a la calle junto con los niños.
— Me encargaré de todo —dijo con una voz profunda y calma—. Por favor, no se preocupe por nada. Debe comer; la señora Allgood le mostrará cuál es su cuarto. Los niños y usted están a salvo aquí, conmigo. No soy como el asqueroso Arnold, lo juro. Me ocuparé de ustedes.
En el mismo momento en que estas palabras salieron de su boca, se asombró. ¿Qué diablos estaba prometiendo?
— Gracias, señor —fue la débil respuesta de Amelie. Jared le alcanzó un plato con emparedados. — Sírvase. Son una de las especialidades de Cuthbert. Bienvenida. Tristán era mi primo favorito, aunque no nos habíamos visto en más de cinco años. Lamento que haya muerto.
Alguien llamó a la puerta.— ¿Sí? —contestó Jared.
La señora Allgood, bastante consternada, asomó la cabeza por la puerta. Obviamente estaba luchando contra una considerable angustia.
— Perdone que lo moleste, señor, y a usted, señora Padalecki, pero su pequeña está llorando y pide por usted. Tiene miedo. Es una casa extraña y nueva para ella.
Amelie se puso de pie al instante.
— Discúlpeme, señor —caminó con paso ligero hacia la puerta, pero pareció que se acordaba de
algo y se volvió—. Gracias. Pienso que iré a ver a los niños, y luego a la cama. Hasta mañana, señor.

Noche de Sombras || Jared Padalecki FanficDonde viven las historias. Descúbrelo ahora