Capítulo 9

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 Damson Farm Harrowgate, Inglaterra

— Sí, doña. Somos amigos de Amelie Tremaine, la muchachita de su hermano. No sabe cuánto sentimos que al viejo Tris lo hayan liquidado, pero estaríamos muy contentos de ver a la muchacha, sí, nos gustaría.

Gertrude Damson logró captar la esencia de este discurso mal expresado, aunque no pudo reducir el miedo que le engendraron estas dos criaturas con aspecto de villanos. El hombre más grande, el que había hablado, parecía lo suficientemente malvado, con su cara redonda y sus chatos ojos oscuros, como para robar de la caja de los pobres en la iglesia y después estrangular al vicario. Y en lo que se refería a su pequeño compañero, con su aspecto de comadreja, parecía capaz de sostener al vicario mientras su amigo cometía semejantes fechorías. Se contuvo.
Querían hablar con Amelie, ¿verdad? ¿Eran amigos de Amelie? Eso no era muy probable, pero a Gertrude no le importaba, en lo más mínimo.
Buscó a ese tonto de Beem. No estaba por ningún lado. ¿Por qué había dejado que esos dos malvivientes pasaran? En realidad, Beem había recibido cinco libras de ellos por dejarles pasar, pero, no obstante, estaba preocupado. Rondaba el salón, rezando para que el hombre más grande no ahorcara a la señora.
Gertrude sabía en lo profundo de su ser que habría gritado con todos sus pulmones si los hombres le hubieran preguntado por cualquier otra persona excepto por Amelie Tremaine, la pequeña perra. Todavía estaba enfadada por la miserable obsesión que tenía Arnold por esa ramera. ¿Así que quería recuperar a los niños? ¿Un hombre que había prestado tan poca atención a sus propios hijos ahora quería ser el padre de sus pobres sobrinos?
Gertrude le habría escupido en la cara si no hubiera sido tan patético y obvio. Pero Amelie había recogido a los niños y había desaparecido. Gertrude tenía más que una ligera sospecha de por qué había huido, pero jamás lo admitiría, ni a ella misma, ni al vicario, ni a ningún poder de lo alto. Gertrude sonrió a los dos villanos que estaban con sus sucios sombreros en la mano en medio de la impecable sala.

— Amelie Tremaine está en Londres —dijo con viveza—. Creo que ahora está viviendo con el vizconde de Castlerose. Era el primo de mi hermano. No recuerdo su dirección.

Monk no estaba preparado para una capitulación tan fácil. Frunció el ceño ante la mujer de grandes pechos y se preguntó si no le estaba mintiendo.

— ¿Está segura? —le exigió, del modo más amenazante posible. Gertrude pestañeó.
— Por supuesto que sí. Mi esposo fue a buscarla a ella y a los niños para traerlos de vuelta.
— Ah —agregó Boy y le tiró de la manga a Monk—. Vámonos, Monk.
— Muy bien— aceptó Monk, todavía atónito por la facilidad de su éxito. No necesitó amenazas; no necesitó el pequeño estilete, su posesión más valiosa, un regalo que le había hecho hacía muchos años su santa madre; no necesitó maldiciones. Era desalentador. No era a lo que estaba acostumbrado. Después que Beem vio alejarse a los villanos, se presentó de inmediato a su señora y le dijo que lo habían amenazado si no les mostraba la entrada. Gertrude lo miró y le extendió la mano.
— Dámelo, Beem, todo.
Beem se quedó sin respuesta, luego negó todo y trató de mostrarse ofendido e inocente y terminó colocando el billete de cinco libras en la mano de su ama. No era justo.
— Querían a la señorita Tremaine —dijo mientras Beem miraba cómo acomodaba el billete en su abultado seno. Beem se alertó de inmediato.
— Dios —exclamó—, espero que usted no sepa dónde fue, señora.
— Por supuesto que lo sé, y se lo dije, ¡imbécil! A diferencia de ustedes, hombres absurdos, no creo que ellos se derritan cuando miren esos "ojos hermosos". Ahora sal de aquí antes de que te eche de una patada de Damson Farm.



Padalecki House Londres, Inglaterra 

— Cuéntanos todo, Amelie. Todo.
Amelie se sacudió el sueño de los ojos y de la mente. Miró el reloj que estaba en la repisa de la chimenea y vio que sólo eran las seis de la mañana, y ahí estaban los tres niños, subiéndose y bajándose de la cama. Cuando fue a verlos la noche anterior, estaban completamente dormidos. Por eso no los despertó para contarles lo que había acontecido durante la cena.
— Muy bien. Denme un minuto. Colóquense debajo de las cobijas. Hace frío y no quiero que ninguno se enferme.
Laura Beth, con Czarina Catherine bajo su brazo, se deslizó al lado de Amelie y se acurrucó lo más cerca posible. Dean y Sam se pusieron debajo de las cobijas a los pies de la cama, y se sostuvieron con unas almohadas.
— ¿Tenemos que irnos, mamá? —preguntó Laura Beth.
— Yo no... no, no tenemos. —Amelie rogó estar diciendo la verdad. No lo sabía y tenía miedo de ser optimista. Eso era lo que su padre había sido toda la vida.
— Cuéntanos —repitió Dean y su voz parecía asustada—. No podemos soportarlo más.
Amelie quiso abrazarlo y jurarle que nunca permitiría que nada malo le sucediera, nunca. En cambio, le sonrió con calidez, con lo que ella esperaba brindarle seguridad.
— Bien, el asqueroso Arnold se comportó como siempre. Al principio de la comida pensé que todo estaba terminado para nosotros. —miró al retrato de una espantosa mujer metida en un duro miriñaque de un color gris bilioso. ¿Una antigua Padalecki? ¿Con mal gusto?
— Mamá —reclamó Sam, impaciente, y ella volvió al presente.
— Les contaré todo. —no todo, se corrigió en silencio. No las maldiciones ni la maldad apenas encubierta por una falsa cortesía.

Noche de Sombras || Jared Padalecki FanficDonde viven las historias. Descúbrelo ahora