Jared estiró sus piernas hacia el fuego, rodeó con sus manos la copa de brandy, y se recostó en su cómoda silla. Se quedó así quizás por un minuto. Pero no era lo mismo. En absoluto, como había sido antes de la llegada de Amelie, de ella y de los niños. Suspiró, esperando que ella se sintiera mejor, con la certeza, por supuesto, de que ya estaba bien, pues su enfermedad no era en realidad una enfermedad.
Había visto a Amelie sólo de pasada en los últimos tres días. Era obvio que ella trataba de evitarlo y suponía que no podía culparla. Lo había visto semidesnudo en su cuarto y Laura Beth la había avergonzado hasta las raíces de su hermoso cabello.
Para ayudarla, había cenado en el club las tres últimas noches, y había pasado el resto de la velada fuera. No había visitado a Daniella, lo que era muy extraño en él, pero había ganado quinientas libras a Davey Cochrane en la sala de cartas de White's. Como había supuesto, varios de sus amigos lo habían torturado sin piedad a causa de su nueva familia.
Se había encontrado sonriendo de pronto con el recuerdo del pequeño cuerpo de Laura Beth sacudiéndose de risa. ¡Había jugado a esconder el rostro detrás de la toalla con la maldita niña! Le hacía sonreír incluso ahora pensar en eso. En lo que se refería a todos los papeles cubiertos de tinta, bueno, el pobre Trump no había estado demasiado complacido cuando tuvo que volver a copiarlos, pero se dedicó a ello con todo su afán. Los papeles que necesitaba Tilney ya habían sido entregados a su oficina. Ahora se trataba sólo de una cuestión de tiempo y sobornos adecuados antes de que Jared tuviera la custodia legal de los niños.
Decidió ponerse en marcha. Era la hora de la siesta y debía estar camino a Tattersall's. El antiguo barón de Setherly estaba vendiendo, y había un magnífico berberisco negro que Jared quería ver. Escuchó que la puerta de la biblioteca se abría con cuidado. ¿Amelie? Se volvió a sentar en la silla. Su cuerpo estaba tenso y sintió algo tremendamente ardiente y maravilloso que se expandía desde sus pies a sus oídos.
No dijo una palabra. No se movió. Despacio, miró a su alrededor por el costado de su silla de cuero. Era Dean que caminaba —más bien se deslizaba en puntas de pie— a través de la alfombra de Aubusson hasta llegar a la larga pared cubierta desde el piso hasta el cielo raso con estanterías de libros. Observó al niño. Se dio cuenta de que Dean era más delgado de lo que un niño de nueve años debía ser, y era muy pálido. Cada vez que lo miraba, descubría más rasgos de Tris en él la inclinación de la cabeza, la nariz delgada y aquilina, el mentón soberbio.
¿Por qué demonios el muchacho venía a la biblioteca a hurtadillas? Dean estaba aterrorizado. No sabía si el vizconde estaba en casa o no. No lo había visto en un buen rato, pero la casa era del primo Jared y podía estar en cualquier parte. Amelie les había dicho que se mantuvieran lejos del vizconde y él sabía que ella estaba preocupada, en particular después que Laura Beth había manchado con tinta su escritorio, sus papeles, y a él mismo. Dean miró furtivamente y luego trepó a la escalera para buscar el libro que quería del segundo estante comenzando desde el cielo raso.
Era un volumen de cuero negro sobre las remarcables propiedades de la antigua raíz omaya, escrito por un oscuro monje del norte de Italia durante el siglo dieciséis. Era un libro viejo y delicado, y Dean lo tomó con cuidado como si se tratara del broche preferido de Amelie, una amatista en forma de corazón que había pertenecido a su madre.
— Dean.
La voz tranquila venía de detrás de él y lo hizo quedar sin aliento. Las manos se le aflojaron y vio con horror cómo el valioso ejemplar caía al piso. La antigua encuadernación se abrió y varias secciones se separaron. Dean cerró los ojos y se sacudió. Quería morirse.
— Señor —logró decir por fin—. Oh, señor, lo siento tanto, ay, no... —Dean giró en la escalera, vio el desastre, supo que lo vería hasta el día de su muerte, y perdió el equilibrio.
Jared se puso de pie de un salto y logró atajarlo en mitad del vuelo. El impulso del niño los envió a los dos al piso, pero Jared lo sostuvo con firmeza, aminorando el impacto de la caída con su propio cuerpo. Dean luchó para liberarse, entre sollozos. Jared se puso de inmediato de rodillas y comenzó a examinar los brazos y las piernas del niño. No pudo encontrar huesos rotos, pero eso no significaba que Dean no tuviera heridas internas.
Lo tomó de los hombros y lo sacudió con suavidad para verle la cara. Lo puso de rodillas.
— ¿Estás bien, Dean? ¿No estás herido?
Dean apartó las condenadas lágrimas de sus ojos y sacudió la cabeza, con temor a hablar.
— ¿Estás seguro?
— Sí, señor —respondió con la voz más delgada que Jared hubiera escuchado alguna vez.— Bien —dijo Jared con energía y sintió que su corazón dejaba de latir aterrorizado. Se puso de pie y le ofreció una mano a Dean.
Dean quería hundirse rápido y sin ruidos en el piso y aparecer directamente en los infiernos.
— Ven conmigo.
El vizconde tomó la mano de Dean y lo obligó a levantarse. — Te ves de lo peor después de tu aventura. Y yo también. Lamento haberte asustado.
Dean levantó la vista. ¿El vizconde se estaba disculpando? Era demasiado. Sacudió la cabeza, incrédulo, y supo que la verdad debía salir a la luz.
— Señor, ¡le destruí un libro! —ahí estaba, lo había admitido. Ahora esperaba que el vizconde viera la destrucción y lo castigara: eso era lo que se merecía.
Jared frunció el entrecejo al ver que bajaba la cabeza. ¿Qué libro? Vio entonces el viejo volumen en el piso.
— ¿Qué diablos es esto? Ni siquiera lo reconozco.
— Es una primera edición.
— ¿Ah, sí? Bueno, debe ser de lo más aburrido, porque nunca lo leí.
— ¡Oh, no, señor! Se refiere a esta extraña raíz que puede curar todo tipo de enfermedades malignas y...Jared sonrió, aliviado al comprobar que el niño había vuelto a animarse.
— En ese caso, volvámoslo a unir... hay un encuadernador que conozco en la calle Court. Él puede arreglar cualquier cosa, hasta los antiguos tomos sobre raíces milagrosas. ¿Te gustaría venir conmigo, Dean?
— Por supuesto que sí, señor. Y yo... yo pagaré por el arreglo.
— Está bien —dijo con tranquilidad—. ¿Qué te parece si vamos a caballo?El cambio en el niño fue notable. Ante la mirada fascinada de Jared, Dean levantó los hombros. Sus ojos —para nada semejantes a los de Tris— brillaban de excitación. Parecía que iba a reventar las costuras de su chaqueta por el entusiasmo. Luego, de pronto, la luz abandonó sus ojos y podía verse que estaba a punto de llorar otra vez.
— ¿Qué pasa? ¿No sabes cabalgar?
— Hice algo muy malo —aclaró Dean—. No puede recompensarme. Debe castigarme. De veras lo merezco, señor.
— Tiraste ese maldito libro porque te asusté. No es nada. Menos que nada. Ahora, basta de recriminaciones. Me parece que es excesivamente tedioso, Dean. Ve a buscar tus ropas de montar. ¿Bueno?
Dean lo miró con el rostro de alguien que sabía que no había escuchado bien. Estaba esperando la corrección y los proverbiales golpes.
— Dean, estoy perdiendo la paciencia. Tienes quince minutos, ni uno más. Pídele permiso a tu madre. ¿Está bien?
— ¡Sí, señor!Hubo una mirada pensativa en el rostro de Jared cuando vio al niño apresurar el paso al salir de la biblioteca. Se agachó y juntó el libro.
— Qué horror — dijo para sí mismo, mientras trataba de acomodar las secciones separadas en la encuadernación rota—. La única razón por la que es una primera edición es porque nadie quiso una segunda, excepto, quizá, la madre del monje.
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Noche de Sombras || Jared Padalecki Fanfic
Fanfiction» Un amor prohibido surge entre la madrastra de los niños y el primo de su prometido, caer en la miseria no era una opción, ¿rendirse a él seria una solución? Advertencia: es una adaptación con contenido adulto, disfrutenlo! ✨