Capítulo 16

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Boy nunca había estado en Londres. Se sintió de inmediato como en su casa. Después de todo, se hablaba en inglés. Era un regalo tras haber pasado por Francia y Bruselas con todos esos sapos que emitían melindrosos sonidos extraños.

Monk, un hombre de Londres, lo llevó a ver todas sus antiguas guaridas en el muelle y juntos disfrutaron de los olores de los callejones miserables y descubrieron los humos asfixiantes de las tabernas.

— Tenemos tiempo, Boy —dijo Monk mientras bajaba un enorme porrón de cerveza tibia—. Encontraremos a ese maldito caballerete cuanto antes y, con él, a la queridita de Tris, no lo dudes. Haremos esto como una especie de cortesía. Sí, señor, te mostraré toda mi ciudad.
— Sí —afirmó Boy. Trató de imitar las acciones de su amigo, pero terminó tosiendo hasta expulsar sus pulmones—. Me encanta Londres.
— Hace mucho tiempo que no vengo —agregó Monk y le guiñó un ojo a una disgustada moza—. Mucho tiempo.
— Ciudad maravillosa, Londres.
— Ah, sí. Allá por el año 02, creo que fue, era todavía más linda. Yo apenas me levantaba del suelo y un maldito guardia me agarró con las manos en el bolsillo de un mercader. Me escapé, por supuesto. Mamá había muerto por ese entonces y eso me trajo mala suerte. Te encontré en Liverpool, ¿te acuerdas? Luego nos fuimos para Francia pero antes le robamos a esa dama que no me acuerdo cómo se llamaba en Dover.

Siguieron los recuerdos, ordenaron más cerveza para beber, y pronto Monk y Boy dormían en el esplendor de su borrachera, completamente ignorantes de dónde se encontraban.
Boy quiso conocer todos los lugares de interés, en particular la Torre de Londres, y Monk, que se sentía en control de sus destinos y henchido de una graciosa bonhomía, llevó a su amigo a ver el lugar donde la encantadora lady Jane Grey había perdido su hermosa cabeza. En general, evitaron la calle Bow.


Julien St. Clair, el conde de March, se sentó al lado de Jared en la sala de lectura de White's.

— Hay rumores, Jared —dijo sin preámbulos—. Muchos. Probablemente porque estábamos tan ocupados tomándote el pelo, no nos detuvimos a pensar en los tontos que podían estar escuchándonos. Algunos, con suerte, hasta tuvieron la fortuna de verlos a todos ustedes en el PanDeann Bazaar.

Jared había bajado con lentitud la Gazette y miró a su amigo con ojos sombríos.

— Entiendo. Por favor, continúa, Julien.
— Sabes que odio tener que decirte esto, pero Amelie es, naturalmente, tu enamorada, y la pequeña Laura Beth es, obviamente, tu hija. Es una desgracia que tenga el cabello casi tan negro como el tuyo.
— No me había dado cuenta, pero creo que tienes razón —reflexionó Jared, con una sonrisa divertida en su rostro—. Sus ojos son de un azul muy oscuro, sin embargo, nada parecidos a los míos.
— Supongo que los chismes no llegan a adjudicarte la paternidad de las tres criaturas. Después de todo, el mayor tiene nueve años, ¿no es cierto? Tendrías que haber tenido una gran potencia a los diecisiete para ser su padre.

Y Amelie tendría que haberlo tenido a los diez años, pensó Jared. No lo dijo en voz alta. No quería que Julien supiera que su primo se había casado con una niña de quince años y la había dejado embarazada de inmediato. Trató de escuchar a su amigo. Es cierto que se había enterado de algunas habladurías y que había comprobado que antiguos conocidos lo saludaban con frialdad, pero había ignorado todo eso. Era absurdo, nadie había hecho nada malo, X. no podían molestarlo con semejantes estupideces. Sin embargo, si Julien estaba lo suficientemente preocupado como para venir a verlo y contárselo, las cosas andaban mal.

Más que mal. Pronto se tornaría intolerable. Maldijo en voz baja.

— Estoy de acuerdo —dijo Julien—. He divulgado la verdad, al igual que todos nuestros amigos, pero tú conoces los chismes —se encogió de hombros—. Es como una rueda que gana velocidad cuando va barranca abajo. Por desgracia, no hay un escándalo más jugoso en este momento, entonces todos hablan del tuyo hasta que por fin aparezca uno nuevo —Julien sonrió—. Nunca vi a mi esposa tan enfurecida. Creí que iba a insultar con un lenguaje poco digno de una dama a lady Gregorson la otra noche en una velada musical en Ranelaghs. Fue una experiencia terrible, por otra parte. Por suerte te la perdiste. Una soprano de Milán que nos mató a alaridos.
— Creo que debo enviar a Amelie y a los niños a Castle Rosse Ya soy su tutor legal, de modo que el asqueroso Arnold no podrá llevar a cabo ningún plan nefasto que tenga preparado para ella.
— Vi el anuncio en la Gazette. Sólo provocó más furor, como te imaginarás.
El conde, que sabía del intento de ataque de Arnold en el PanDeann Bazaar, preguntó arrugando un poco la frente: — ¿Estás seguro de que el fulano sabe leer?
— Julien, te informo que el querido Arnold es un terrateniente de primer orden. Su esposa es mi prima, lamentablemente. Bien, gracias por lo que me dijiste, pero...
— Por supuesto —interrumpió Julien—, ya sabías de las lenguas viperinas.
— Sí, pero es peor de lo que pensaba. No he llevado a Amelie a ningún baile ni a ninguna velada musical sólo porque está de luto por la muerte de su esposo, y no le gusta dejar a los niños solos —Jared sonrió—. Tiene miedo de que Sam tape todas las chimeneas y nos obligue a salir tosiendo en medio de la noche con nuestras camisas de dormir puestas.
— Tú no usas camisa de dormir.
— Sería una vergüenza mayor, ten la plena seguridad.
— Amelie es una hermosa mujer. Si fuera más vulgar, no se hubieran generado estos chismes.
— Lo sé — Jared hizo una pausa y se puso a jugar con sus dedos—. Es de lo más extraño. Es desconcertante, en particular, para un hombre que ha pasado tantos años en la escena social londinense. Pienso que me han involucrado en todos los planes, todas las maquinaciones que las fértiles mentes de las madres casamenteras pudieran inventar. Por supuesto, tú tenías el mismo problema hasta que conociste a Kate.
— Es verdad, pero no hasta este punto. ¿Debes enviarlos a Castle Rosse?
— ¿Qué diablos puedo hacer si no?
Julien examinó por un momento sus uñas bien cuidadas. — Supongo que podrías casarte con Amelie.
Esto sí que era increíble, pensó Jared con la boca abierta. Miró al conde de March como si hubiera perdido su capacidad de razonar así como sus oídos y sus dientes.
— No tengo cuarenta años — dijo Jared con lentitud, modulando cada palabra—. Tengo veintisiete. Todavía me quedan trece años de libertad antes de... hacer... semejante cosa.
— Se dice casarse —acotó al conde—. Era sólo una sugerencia, compañero. No hay necesidad de hablar tan lento como si fueras medio idiota.
— He contratado un instructor para los niños. —Jared hizo una pausa de nuevo. Luego agregó: — En realidad se trata de John Jones. Vendrá a que Amelie lo entreviste el lunes.
— ¿Entonces, él los acompañará a Castle Rosse?
— Supongo que sí.

Pero Julien sabía que ese instructor que todavía no había sido contratado nunca estaría a cargo de Amelie o de los niños, no si Jared tenía voz y voto en el asunto, y era obvio que la tenía. Esta sería una situación completamente impredecible y bastante divertida si no fuera por los chismes. Julien no podía imaginarse, después de haber conocido a Amelie, que Jared saliera de ella como entró. Cada vez que lo comentaba con su esposa, Kate, ella siempre terminaba estallando en carcajadas, y lograba decir entre ahogos:

— ¡Pobre Jared! Escribiré una obra de teatro sobre él. El hombre astuto que juró y perjuró con palabras grandilocuentes que un hombre sabio nunca se casaba antes de los cuarenta años y entonces sólo lo hacía para conseguir un heredero. ¡Ah, no, nada tan tonto para Jared Padalecki! Y ahora tiene veintisiete años y es el padrastro de tres niños. Ah, es maravilloso. El Final Esperado del Hombre que Protestaba Demasiado: ese sería el título de mi obra.

— Tu nuevo instructor... seguramente se volverá loco de amor por ella, Jared.

Jared parecía demasiado sombrío. Luego de reflexionar un momento, suspiró.

— Sí, sé que lo hará, aunque sea medio ciego y un idiota, que no es el caso —volvió a suspirar—. ¿Alguna vez has oído hablar de una mujer instructor?
Julien echó a reír.
— Entonces, tú estarías en problemas, mi amigo. Se enamoraría de ti.
— Oh, vete al diablo, St. Clair. —Julien se levantó de su silla y Jared lo detuvo—. Gracias por contarme. Haré algo. Debo proteger a Amelie y a los niños.

Julien lo miró con la cabeza ladeada y se marchó.

Aunque resulte extraño, fue el día de campo en Richmond la mañana del sábado, lo que decidió a Jared que Amelie y los niños debían irse a Castle Rosse. Cuanto antes, mejor. Para todos. 

Noche de Sombras || Jared Padalecki FanficDonde viven las historias. Descúbrelo ahora