bach

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Otro día, mientras él practicaba con la guitarra en la mesa de afuera, en la parte trasera del jardín, ella estaba tumbada cerca, en la hierba. Elio se dió cuenta de ese semblante en aquél momento.

Estaba mirándolo fijamente mientras él se concentraba en los acordes y cuando de repente, levantó la cabeza para ver si le gustaba lo que él estaba tocando, ahí estaba ella.

Cortante, cruel, como una cuchilla reluciente que se repliega justo en el momento en que la víctima se percata de su presencia.

Aquella bienvenida tan fría, logró molestarlo pero debió percatarse de eso, quizá, porque comenzó a hacerle preguntas sobre la guitarra, inesperadamente.

Pero Elio estaba molesto, luchando contra las respuestas que quería saber, dándole la sensación de que pasaba algo más que quizá él no veía.

—Tócala otra vez—le dijo ella.

—Pensé que la odiabas.

—¿Odiarla?—lo miró con el ceño fruncido—. ¿Qué te hizo pensar eso?

Él se abstuvo de contestarle y siguió con sus acordes.

—Oh vamos, no te hagas de rogar Perlman—la sintió rodar los ojos.

Él la miró brevemente.

—¿La misma?

—La misma—confirmó ella.

Sin decir nada más, se levantó y entró al salón. Dejó las puertas abiertas para que pudiese escucharlo tocar el piano. Ella lo siguió hasta la mitad del camino y tras apoyarse en el quicio de la ventana de madera, lo escuchó durante un rato.

—La cambiaste. No es la misma. ¿qué le has hecho?

—Tan sólo la he tocado de la manera en que lo hubiese hecho Liszt si hubiese experimentado con ella.

—Sólo tócala, por favor.

A él le gustaba la forma en que ella en ese momento, fingía estar mosqueada. También, como le había prestado atención a la melodía y por ello, comenzó a tocarla de nuevo.

Al terminar, la miró y estaba indignada.

—No puedo creer que la hayas vuelto a cambiar.

—Bueno, pero no demasiado. Así es como Busoni la hubiese tocado si hubiese alterado la visión de Liszt.

—¿Puedes, por favor, tocar a Bach como lo escribió el propio Bach?—lo miró con el ceño fruncido.

Él se abstuvo de sonreír. La miró de forma inocente—Pero él nunca lo escribió para guitarra. Quizá ni siquiera lo escribiese para clavicémbalo. De hecho, no estamos seguros de que sea de Bach.

Emma rodó los ojos—Olvídalo.

—Bueno bueno, no hace falta que exasperes tanto—dijo él.

Era su manera de demostrar una fingida y reticente conformidad.

—Esto es Bach transcrito sin influencias de Busoni o Liszt. Es de un Bach muy joven y está dedicado a su hermano.

Elio sabía perfectamente qué fragmento de la pieza le iba a conmover a Emma la primera vez que lo tocase y todas las veces que lo oyese. Se lo estaba enviando como un pequeño regalo, pues en realidad iba dedicado a ella, como señal de algo muy bonito en él, que no hacía falta ser un genio para reconocer y lo impulsaba una cadencia prolongada.

Solo para ella.

Estaban-Y ella debió haber reconocido las señales mucho antes que él-ligando.

Aquella misma tarde, Elio escribió en su diario:

“Estaba exagerando cuando dije que creías que odiabas la pieza. Lo que quería decir es que creía que me odiabas a mi. Tenía la esperanza de que me convencieses de lo contrario; y lo hiciste, durante un rato.

¿Por qué mañana ya no me lo creeré?

Así que ésta es también ella, pensaba él para sus adentros. Vió como Emma se transformaba de hielo a luz del sol.

Podría haberse preguntado a si mismo si él era igual de variable.

Pd; no estamos compuestos para un solo instrumento; ni yo, ni tú”.

Elio estaba dispuesto a etiquetarla como alguien difícil e inalcanzable con quién no tenía nada más que hacer. Dos palabras suyas y veía cómo su apatía llorosa se transformaba en un jugaré a lo que ella quiera, hasta que le pidas que pare, hasta la hora de comer, hasta que ella le pidiese parar.

Le gustaba hacer cosas para ella, porque él haría cualquier cosa para que le prestase atención, aún cuando congelara sus renovadas propuestas de amistad, él nunca olvidará lo que tuvo lugar entre ellos con esa conversación y que hay formas más fáciles de recuperar el verano en plena tormenta de nieve.

Pero lo que Elio se olvidó resaltar en esa promesa es que el hielo y la apatía, tienen maneras de truncar instantáneamente todas las treguas y los propósitos firmados en veranos anteriores.

tis the damn season « elio perlmanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora