Durante el desayuno, cuando Emma se presentó en la mesa, ni siquiera levantó la cabeza y él, francamente, hizo lo mismo. Recordó con una sonrisa lo ocurrido anoche (razón por la cuál se acostó muy tarde).
-Insomma, más o menos-habló él, en un tono furtivo, sigiloso, solo para que ella y nadie más que ella, entendiera.
Emma lo miró fijamente y se abstuvo de rodar los ojos, pero en su falsa cara de molestia, Elio alcanzo a ver un atisbo de sonrisa.
-Debes estar cansado entonces-comentó ella, irónica.
Elio sonrió-Si, algo me quitó el aliento.
Emma dió un sorbo a su café para que él no viera la sonrisa tonta que tenía en su rostro.
. . .
Cuando Emma volvió a subir en busca de sus libros, encima de su mesa, encontró un trozo de papel doblado. Frunció el ceño y cuando lo abrió, estaba la caligrafía perfecta de Elio, entonces se puso a leer.
"Por favor, no me evites por lo que pasó anoche. Lo olvidaré si tú quieres.
No puedo dejar de pensar en que me odias, a pesar de tu cercanía".
Emma se sorprendió. ¿Por qué pensó que ella lo ignoraría? Ya habían pasado estos días besándose y pasando tiempo juntos. ¿Acaso ella daba la impresión de que se alejaría súbitamente?
Ella pensó en ir directo a encararlo, pero lo desistió enseguida. Le parecía mejor escribir "Te veré a medianoche, a ver si piensas que sigo ignorándote".
Fue hasta su habitación y le dejó el papel sobre la cama.
Bajó a leer justo cuando él subía. No lo miró, no le dijo nada. Él la miró desconcertado, pero ella se aguantó la risa.
Tendría una cara de poema al ver lo que ella le había escrito.
Elio entró a su habitación frunciendo el ceño. ¿Ella había leído su nota? Si era así, ¿por qué lo ignoraba? ¡Debería estar enojado, no triste!
Luego, vió un papel sobre su cama. Reconoció la caligrafía de Emma. Era desprolija, pero a su vez reflejaba parte de su personalidad.
Leyó lo que escribió y lo llenó instantáneamente de ansia y consternación. ¿Deseaba ahora esto que se le ofrecía? Y si quisiese o no lo quisiese, ¿cómo iba a soportarlo hasta medianoche? Aún no eran ni las diez de la mañana. Quedaban catorce horas.
Elio resopló. Ella lo estaba haciendo esperar a propósito.
Y las preguntas lo asaltaron de golpe. ¿Iban solamente a hablar? ¿Dónde iban a encontrarse a medianoche? ¿Ella le diría que no lo quería ver más o que correspondía cada uno de sus sentimientos? Y cuando él se encontrara frente a ella... ¿le daría una sonrisa felina o una mirada fría y borde?
Maldijo en italiano todas y cada una de las blasfemias y luego se acostó en su cama boca abajo. ¿Qué debía hacer ahora?
Esperar.
Lo sabía desde el principio. Trabajar toda la mañana. Esperar. Nadar. Jugar al tenis. Ir al pueblo. Volver a medianoche. Bañarse, arreglarse.
. . .
El día pasó cómo Elio había temido. Emma encontró la forma de irse justo después de desayunar, sin decirle. No volvió hasta la hora de comer.
Se sentó a su lado. Él intentó entablar una conversación pero se percató de que era de esos días de no hablarse, en los que ambos intentaban dejar muy claro que ya no simplemente fingían estar callados.
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tis the damn season « elio perlman
RomanceEn una localidad de la costa de Italia, durante la década de los ochenta, la familia de Elio instauró la tradición de recibir en el verano a estudiantes o creadores jóvenes que, a cambio de alojamiento, ayudaran a la cabeza de la familia, catedrátic...