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Con todo eso, dos semanas después de su llegada, todo lo que quería cada noche era que ella saliese de su habitación, no por la puerta principal, sino a través de las puertas de su balcón. Quería escuchar cómo se abrían sus ventanales, percibir sus zapatillas bajas y después el sonido de sus ventanas, al abrirse mientras ella entraba a su habitación después de que todos se hubiesen ido a la cama, deslizarse bajo las sábanas y tras conseguir que le desease más de lo que creía que podría querer jamás a alguien, se abriese camino dentro de él, después de haber tenido en cuenta las palabras que él había estado ensayando durante días.

«Por favor, no me hagas daño. Lo que significaba: hazme todo el daño que quieras»

Apenas estaba en su habitación durante el día. En lugar de eso, ahora estaba con una sombrilla circular en el centro, junto a la piscina del jardín trasero. Se encontraba fumando un cigarrillo y aquello lo sorprendió.

Ahora sabía que además de ser borde y despreocupada, también fumaba.

Elio pensó que ella necesitaba compañía, por lo que bajó y extendió una gran sábana en la hierba para tumbarse encima, flanqueado por páginas sueltas de un libro que él poseía.

A un lado de Emma, había una limonada, una crema solar, libros, sus zapatillas, unas gafas, unos auriculares cargados de música que estaba escuchando, lo que le hacía imposible entablar una conversación.

A menos que ella se compareciera de su mirada de cachorro y decidiera hablarle, como había estado haciendo estos días.

Tenía los ojos cerrados, mientras disfrutaba del sol. Él estaba con su libreta de apuntes y un libro, espatarrado al sol en su manta, con un bañador rojo y amarillo.

Él ya estaba listo por si ella querría volver a nadar hoy.

De repente, abrió los ojos y notó su presencia.

—¿En qué momento llegaste?

Él se encogió de hombros—Recién.

Ella lo escudriñó pero volvió su mirada al costado, tomando de su limonada—¿Qué estás leyendo?

Elio estaba festejando dentro de él. Al fin ella estaba siguiéndole el hilo.

—Drácula, de Bram Stoker.

Emma lo miró sorprendida y luego asintió—Muy buen libro. Parece que tienes buen gusto dentro de todo, Perlman.

Elio se sintió halagado y le dedicó una pequeña sonrisa. No sabía si ella estaba tomándole el pelo pero no le importaba. Sonaba sincera y relajada, algo que por más que le sorprendiera, tenía más bien el miedo de volver a acostumbrarse a eso y que después terminara echándolo a patadas de nuevo.

—¿Tú que escuchabas?—le preguntó él.

Emma ladeó la cabeza—A Queen. ¿Te gusta?

Elio temió decir que no, pero de verdad no le convencía mucho su música.

—No es mi estilo, sinceramente.

—Retiro lo del buen gusto—comentó ella, mirando al frente.

Elio la miró ofendido, pero cuando estaba por replicarle, ella lo miró de reojo, con una sonrisa de costado, lo cual lo dejó sin habla.

.    .    .


Luego de un par de horas, Elio miró a Emma, que se encontraba con los ojos cerrados, tomando sol.

—Emma, ¿estás dormida?—solía preguntarle cuando el aire de la piscina de había vuelto aletargado y tranquilo hasta la opresión.

Silencio.

Luego llegaba su respuesta, casi como un suspiro, sin que se hubiese movido un solo músculo de su cuerpo.

—Lo estaba.

Gruñó.

—Perdón—le dijo él, viéndola a los ojos verdes azulados. ¿Cuánto se había quedado admirándolos? Incontables veces, seguramente.

—¿Sigues dormida?

Un largo silencio.

—No. Pensando.

—¿Sobre qué?

Sus labios rosados estaban hechos una fina línea.

—En que quiero matarte.

Él rió con gracia, pero Emma no le encontraba motivo alguno para reírse, porque si tuviera que decir la verdadera razón por la cual quería matarlo, estaba segura de que él no lo entendería.

¿Acaso ella debería decirle que él logró derretir varias capas de su duro corazón?

.   .   .

Cuando él se puso a tocar la guitarra y ella estaba ahí con una gorra de béisbol, su libro en la mano y una limonada en la otra, lo miró.

—¿Qué haces, Perlman?

—Leer.

Emma puso sus ojos en blanco.

—No, no estás leyendo.

Él le dedicó una sonrisa de costado.

—Pensar, entonces.

Ella entornó los ojos.

—¿Sobre qué?

¿Él debería decirle que pensaba en ella?

—Es privado—contestó sigiloso, sin dar demasiada información.

—¿Así que no me lo vas a decir?—le contestó ella con una ceja levantada.

—Así que no te lo voy a decir.

Emma rodó los ojos, pero soltó una risa y a él, le gustaba la manera en que ella repetía lo que no quiso decirle.

Le hacía pensar en una caricia, o en un gesto que es totalmente accidental al principio, pero que después se vuelve intencionado la segunda vez y aún más la tercera.

—¿Seguro de que no me lo dirás?—volvió a preguntar ella, con una ceja levantada y una mirada divertida.

Él encontró en eso un alivio y deseó que esa mirada permaneciera eternamente.

Le recordaba la forma en que Mafalda le hacía la cama cada mañana, una y otra vez. Hasta que se dió cuenta de que arropado entre todos esos dobleces que ella había puesto, le resultaba en una convivencia. Algo cotidiano. Algo a lo que él podría acostumbrarse.

El silencio era liviano y discreto.

—Seguro de que no te lo voy a decir—comentó nuevamente, divertido.

Emma rodó los ojos.

—Entonces me vuelvo a dormir—expresó ella, sin notar como el corazón de él, iba a cien por minuto. Debía sospecharlo. Tenía qué hacerlo. Era imposible no notarlo.

Sus mejillas rojas, el respingo cuando tocaba su piel. Su clara falta de palabras cuando ella lo miraba fijamente o cuando se quedaba quieto y asombrado con el sonido de su risa.

Y ahí Elio, se dió por perdido. Estaba totalmente enganchado con ella.

¿Debería ser un alivio o una tortura? Él todavía no encontraba respuesta a esa pregunta.

tis the damn season « elio perlmanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora