No había nada más que le gustase más que estar sentado en su mesa, escudriñando sus transcripciones mientras la tenía a ella, tumbada boca abajo haciendo marcas en las hojas que el Sr Perlman le había dado como parte de su trato.
—Escucha esto—decía ella de vez en cuando mientras se quitaba los auriculares, rompiendo con ello el silencio opresivo de aquellas mañanas estivales largas y sofocantes—. escucha esta estupidez—y se ponía a leer en voz alta algo que no podía creer que alguien hubiese escrito unos meses atrás—. ¿tiene algo de sentido para ti? Porque para mí no.
—Quizá lo tenía hace unos meses o su madre pensó que era lindo—sugirió con una mano apoyada en su mentón—. a veces usamos hasta una camisa para hacerlas sentir queridas.
Ella recapacitó, quizá midiendo sus palabras.
—No hace falta que siempre seas tan tierno, ¿sabes?—dijo con un pequeña sonrisa, de una forma muy honesta, como si le hubiese sobrevenido una revelación repentina y estuviese otorgando a lo que dijo él, un significado mayor.
Se sintió enfermo de forma súbita, apartó la mirada sonrojada y finalmente murmuró lo primero que se le pasó por la cabeza.
—¿Tierno?
—Si, tierno.
Él no entendía que tenía que ver la ternura con eso. O quizá no veía con total claridad hacia dónde se dirigía todo esto y prefirió dejar pasar el tema. De nuevo silencio. Hasta la siguiente vez que abriese la boca.
Pero él no notó, que Emma seguía mirándolo fijamente, con otra emoción que él no veía, pero era muy distinta a lo borde y fría.
. . .
Y así pasaban los días. Emma cada vez le hablaba más y Elio estaba más que contento. Le gustaba cuando ella le preguntaba opiniones sobre libros, música o simplemente sobre algún tema banal.
Nadie en su hogar le preguntaba jamás su opinión de las cosas y si aún no sabía dado cuenta de por qué, él se la daría muy pronto.
Era cuestión de tiempo antes de que ella cayese de la misma cuenta que el resto de que él era el bebé de la familia. Y así con todo allí estaba en su tercera semana con ellos, preguntándole si alguna vez había oído hablar de Alejandra Pizarnik, Julio Cortázar o Jane Austen.
—Si, oí hablar de ellos.
—Mi padre los mencionaba mucho. Le gustaba escribir sobre ello y recitar citas de sus libros—reveló ella, mirando al frente.
Él sonrió—Debió ser lindo.
Emma asintió y luego resopló—¿Cómo es posible que te guste si eres muchísimo menor que mi padre? A nadie de mi edad le gusta.
—Mi padre es profesor universitario. Crecí sin televisión. ¿Ahora lo entiendes?—le respondió vacilón y luego agregó, guiñándole el ojo—. Y yo no soy cualquier chico.
Emma le lanzó un cojín.
—Eres un idiota—contestó y luego soltó una risa.
A Elio le gustaba cuando ella se relajaba y actuaba de esa forma. Era como si la verdadera Emma saliera de su caparazón de ermitaña.
Y entonces recordó algo:
Un día, mientras él movía su cuaderno encima de la mesa, tiró accidentalmente un vaso.
Se cayó al suelo, pero no se rompió. Emma, que estaba cerca, se levantó, lo agarró y lo puso junto a sus papeles.
—No tenías por qué...—profirió él, ante su cercanía. Podía sentir el perfume de vainilla que ella tenía puesto en el cuello.
Emma se acercó en demasía, rozando su mano con su brazo descubierto, enviándole pequeñas descargas eléctricas por todo su cuerpo.
—Ya sé, quería hacerlo—contestó ella, con una sonrisa de costado. Lo miraba fijamente de forma tan intensa que lo quemaba.
Sus ojos verdosos azulados lo dejaban sin habla. Emma repasó toda su cara y la posó en sus labios, lo cual le causó un mini ataque al corazón.
«quería hacerlo» repitió en su mente muchas veces y jamás iba a dejar ir ese momento, se prometió.
Lo dejó suspirando como un idiota mientras ella se iba por donde venía, dejándolo solo con sus emociones cada vez más, tomando control sobre su cuerpo.
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tis the damn season « elio perlman
RomansaEn una localidad de la costa de Italia, durante la década de los ochenta, la familia de Elio instauró la tradición de recibir en el verano a estudiantes o creadores jóvenes que, a cambio de alojamiento, ayudaran a la cabeza de la familia, catedrátic...