Durante dos días, Emma y Elio no habían hablado. Sus conversaciones se interrumpieron de forma repentina (si es que las hubo, claro).
En el largo balcón común a las habitaciones de ambos, se evitaban por completo. Emma, por indiferencia, Elio, porque su orgullo había sido herido al ver mirada hostil de ella cuando tocaba el piano.
Nada más de unos improvisados: «hola» o «buen día», pero no pasaba de eso.
Entonces una tarde, Emma, estaba leyendo un libro bajo un árbol. Le gustaba leer y lo hacía bastante seguido. Tenía el cabello suelto, estaba estirada sobre el césped mullido y sentía el aroma de las flores de durazno.
El lugar le parecía tan pacífico, digno de unas vacaciones. Se permitió dar un vistazo a toda la casa desde lejos. En su perspectiva, era preciosa. Le gustaba la cocina espaciosa, el sol brillante dando en todas las ventanas y rincones de la casa, también como las mariposas y las abejas volaban como si todo estuviera en armonía.
No era nada parecido a Inglaterra, donde las lluvias eran algo cotidiano al igual que el gris frío del cielo, sin dejar al sol salir, como si estuviera atrapado entre rejas, impidiéndole calentar los edificios opacos.
Emma estaba acostumbrada a ese clima, pero debía admitir que el clima de Italia, la estaba llenando de una vitalidad asombrosa. Podía sentir la brisa de verano llenarla y por primera vez en mucho tiempo, se pudo relajar.
Así, siguió leyendo, con él mirándola a lo lejos, intentando entender su actitud.
Elio estaba cerca de la piscina, justo en el borde. Estaba con unos lentes de sol negros, una remera azul con rayas y su brazo estaba sobre el césped, con su mano arrancando pequeños pastitos mientras trataba de no hacer evidente que estaba analizando a Emma.
No sabía qué pensar de ella. Es decir, se acercaba a hablarle y ahí parecía todo bien e incluso rió con él ese día. Luego, volvió a ignorarlo y darle esa mirada hostil y cargada de crueldad.
Era como tirar de una soga y que esa soga se vuelva de nuevo. También como si él lanzara un boomerang y esperara que cambie de dirección, pero terminara por volver de la misma forma que llegó y aquello lo frustraba.
Cuando sentía un progreso con ella, otra vez volvía a encerrarse dentro de si misma, como si le disgustara mostrar de más o como si quisiera controlar la situación, reprimiéndose a si misma.
Y tanto la sobreanalizó, que no sintió las pisadas detrás de él.
—¿Qué haces cielo?—inquirió su madre con suavidad, confundida.
Aquello lo asustó y al estar al borde de la piscina, terminó por sobresaltarse y caer dentro, mojándose de pies a cabeza.
El chapoteo llamó la atención de Emma, que dejó de leer su libro y observó que nada más ni nada menos que Elio Perlman se había caído al agua.
Lo vió salir rápido. Su semblante estaba serio y miraba a su madre con reproche. Parecía un pollo mojado, porque su ropa estaba pegada a él y sus lentes todavía flotaban en la piscina. Aquello le hizo gracia, porque parecía un chihuahua enojado.
Rió de forma discreta, tapándose con el libro, para que no la vieran y así, observó la conversación que él mantenía con su madre.
—¡Mamá me asustaste!—le reprochó el chico, sintiéndose avergonzado de no haber escuchado a su madre llegar y también avergonzado porque seguramente lo descubrió mirando a Emma.
—Lo siento, cariño—ella de disculpó y luego miró en la dirección donde la castaña se encontraba—. Parece ser que te distrajiste un poco.
Su tono de voz sugerente logró que bufara—. Mamá...
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tis the damn season « elio perlman
Roman d'amourEn una localidad de la costa de Italia, durante la década de los ochenta, la familia de Elio instauró la tradición de recibir en el verano a estudiantes o creadores jóvenes que, a cambio de alojamiento, ayudaran a la cabeza de la familia, catedrátic...