meeting Italy

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Elio se encontraba caminando por la acera arbolada mientras esperaba al próximo huésped y de paso, con la brisa veraniega, debatía mentalmente cómo sería.

Entonces, de un momento a otro, un taxi paró en la entrada y él vió salir a una joven.

Parecía de su edad, porque era alta, con el cabello castaño largo y lacio. Tenía unos lentes de sol puestos, una piel blanquecina y unos labios rosados, que estaban serios. Ella inspeccionaba todo el lugar y por la pinta que ropa que tenía, por la remera negra y los jeans rasgados, le daba la pinta de «rebeldía».

Se notaba a mil leguas que ella no quería estar ahí, pero aún así, él observó que miraba a todo su alrededor con curiosidad.

Miró en su dirección y casi como si lo hubieran petrificado, él se quedó quieto. Se sentía un tanto intimidado pues la presencia firme de ella le causaba un poco de temor, más por su cara seria, quieta y un tanto calculadora, sin ninguna emoción en ella.

Puede que todo comenzase precisamente allí y en aquel instante, su actitud causó que Elio de inmediato sintiera rechazo.

Casi sin mediación y ya de espaldas al coche, se acomodó el pelo y sin ganas, comenzó a caminar hacia él.

-¿Es la residencia de los Perlman?-preguntó desganada, con un acento inglés bien marcado.

Actuando despreocupado para que ella no notara que lo había intimidado, asintió.

-Sí, soy Elio Perlman. Mis padres están dentro por si quieres pasar y dejar tus cosas. ¿Necesitas ayuda?

Ella negó-. No, puedo sola.

Luego, siguió caminando igual de desganada pero un poco más rápido para alejarse de él, según su opinión.

Él frunció el ceño. Le pareció la chica más borde, indiferente y maleducada que había visto. ¿Acaso todos los ingleses lo son? Se preguntó algo malhumorado.

Ni siquiera se presentó. No lo saludó o le agradeció, sino que lo despachó con un gesto en silencio, lo cual lo dejó muy molesto.

No sabía si podría soportarla todo el verano, pero debía admitir que estaba francamente intimidado.

Desde su mandíbula redondeada hasta sus zapatillas bajas, ella le inspiraba una sensación extraña y seguramente después, tras unos días, aprendería a odiarla igual que ella parecía odiarlo a él.

Pero no podía decir nada, o al menos lo intentaría, ya que acoger a huéspedes durante el verano, era la manera que tenían sus padres de ayudar a universitarios jóvenes a revisar manuscritos antes de su publicación. Todos los veranos durante seis semanas, debía dejar libre su habitación y mudarse a un cuarto del pasillo mucho más pequeño y que había sido de su abuelo.

En los meses de invierno, cuando estaban en la ciudad, se transformaba en un cobertizo, almacén y ático a tiempo parcial, donde se rumoreaba todavía que su abuelo aún rechina sus dientes en su sueño eterno. Los residentes estivales no tenían que pagar nada, se les otorgaba un uso libre de toda la casa y podían hacer básicamente lo que les apeteciese siempre y cuando dedicasen más o menos una hora al día a ayudar a sus padres con la correspondencia y papeleos varios.

Se convertían en parte de la familia y, después de unos quince años haciendo esto, se habían acostumbrado a recibir una tonelada de postales y regalos, no sólo en Navidad, sino todo el año, de gente que estaba en deuda emocional con su familia y que solía desviar sus itinerarios cuando venía a Europa.

Al entrar a su casa, él vió cómo ella se encontraba charlando brevemente con sus padres. Tenía una cara muy distinta a cuando la vió por primera vez y aquello francamente, lo ofendió.

tis the damn season « elio perlmanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora