Prólogo. La pesadilla

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La noche había caído como un manto sobre la ciudad Jaspe. A Jessica le aterró ver el sol desaparecer. No porque le tuviera miedo a la oscuridad o porque significara que la hora de volver al trabajo se acercaba sino porque temía que su pesadilla volviera. No era como un sueño cualquiera, en este ella lo sentía tan real que podía percibir los olores, la temperatura en sus poros y el cuchillo ultrajando sus entrañas.

La medianoche ya había pasado hace unas horas y ella no dejaba que sus necios párpados vencieran a sus ojos. Se rehusaba a sentir el calor de su sangre emanar de su vientre otra vez. Estaba casi segura que si lo hacía la pesadilla volviera.

Esto había comenzado a sucederle hace apenas un par de noches y en cada ocasión ella adoptaba un cuerpo diferente pero no tenía ninguna autoridad sobre él. Ella solo miraba sin hablar y sentía sin reprochar.

Pensó tan profundo en lo que la esperaba que no se dio cuenta que su miedo había llegado hasta que ya la había consumido.


Las calles de la metrópoli estaban oscuras y desiertas, como si la noche se hubiera tragado a todos. La única iluminación era la proveniente de los faros que no estaban fundidos. Una joven rubia caminaba apresurada; tomar ese camino a diario no la había hecho acostumbrarse al riesgo que corría al andar sola, pero tampoco ganaba el dinero suficiente como para poder costearse un taxi. Vivir a unas cuantas calles del bar en el que trabajaba no la hacía sentirse más segura, ni el gas pimienta que apretaba dentro de su bolsillo, ni... El sonido de pasos la hizo detenerse, giró la cabeza lentamente, pero no vio a nadie, sólo faros y automóviles estacionados. Escuchaba su propio corazón que latía agitadamente y sentía sudor frío erizando su piel. ¿Estaba tan agotada que comenzaba a tener alucinaciones? Sacó el frasco de gas pimienta de su bolsillo y continuó con su camino, a su vez, acelerando el paso. Faltan sólo dos calles más, pensó.

Pisó un charco, sus zapatos y sus jeans se mojaron y se mancharon. No le importó y continuó. Segundos después escuchó que alguien pisaba agua también, volteó de inmediato, y nuevamente no había nadie. La luz de un faro comenzó a parpadear hasta que se apagó, segundos después se encendió de nuevo y un hombre había aparecido debajo de él. La chica gritó y comenzó a correr. El hombre no corrió, pero caminó dando grandes zancadas. Al poco tiempo, él ya la había alcanzado y empujado hacia el interior de un callejón. Sin dudarlo, la chica disparó el gas hacia los ojos del agresor causándole ningún daño, él usaba un antifaz metálico que lo protegió del líquido. Sus ojos estaban cubiertos con lo que parecían ser dos cristales polarizados. Ella comenzó a retroceder lentamente siendo perseguida por una horrorosa sonrisa.

-Ten mi teléfono y mi cartera-gritó la chica cuando arrojó su mochila a los pies del hombre-. Es todo lo que tengo, lo juro.

El sujeto comenzó a reír a carcajadas y siguió caminando hasta que la acorraló en el fondo del callejón. Ella sintió el muro rocoso y helado en su espalda.

-No estoy interesado en esas cosas mundanas-habló con voz estremecedora.

-¿Qué quieres entonces?-preguntó estremecida. Con sus manos tentaba el muro buscando algo que le sirviera para defenderse.

-Te quiero a ti...-Sacó una vara de cristal de su gabardina y apoyó la punta en el corazón de la chica-. Dámela ahora. ¡¿Qué esperas?!

-¿Que te de qué?-respondió más asustada aún, sus dientes castañeaban y su angustia crecía al no encontrar nada útil en aquel mugroso callejón.

¿Qué deseaba aquel hombre? ¿Que se defendiera?

Él ignoró su pregunta y apretó más fuerte la vara contra la piel de la chica mientras que con su otra mano apretó su cuello y evitar, de ese modo, que gritara. Ella sentía que la vara estaba a punto de perforar su cuerpo y no podía respirar; una lágrima brotó de su ojo cuando sintió en sus dedos una tabla de madera.

-¡Brilla!-gritó enardecido.

Un bote de basura cayó detrás de ellos, él volteó sorprendido y retiró la mano del cuello de la chica. Ella trató de tragarse la tos. Lo que había tirado el contenedor había sido un gato negro que salía corriendo del callejón ahora. Era el momento oportuno para ella y lo aprovechó al golpear con la madera al hombre en el pecho, lo desbalanceó y ella corrió. Él la alcanzó de inmediato y la empujó contra el muro.

-No tengo lo que me pides-imploró llorando.

-No debiste haber hecho eso.- Sacó un puñal de alguno de sus muchos bolsillos y no le tomó más que un segundo para clavarlo en el estómago de la chica.

El cuerpo de la muchacha se deslizó por el muro y cayó inerte al suelo.

El hombre se inclinó y abrió la mochila de la chica, echó un vistazo al interior, extrajo un folder con papeles y después de hojearlas las arrojó al suelo gimiendo enfadado. Finalmente se puso de pie y se alejó furibundo del callejón. Caminó por la acera hasta que desapareció en la penumbra.


Jessica despertó sudando y temblando. Se tocó el pecho y el estómago buscando una herida que no encontró.

Era la tercera vez que había sentido la muerte...

Híbridos. Sangre de bruja y de demonio. Parte IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora