Capitulo 5

4 0 0
                                    

Lucero hacía tan poco ruido al caminar que de no haber estado observando la acera no habría notado su llegada.

Se sentó a su lado con un encendedor en la mano y el cigarrillo encendido dentro de su boca.

¿Por qué Itati no se había marchado en cuánto tuvo la oportunidad? Ni siquiera ella misma lo sabía.

-. En una bonita noche ¿No crees?

Se sintió confundida al instante.

-. ¿Perdón?

Lucero ignoro su pregunta.

-. Podría pintar este cielo, estoy segura. Captar el brillo de la luna sera algo difícil, pero puedo hacerlo. Supongo que lo demás sera pan comido.

-. ¿Hablas en serio?

¿Cómo podía interesarse más en pintar el cielo que en el hecho de que sus brazos seguían estando más libres de tinta que los de un bebe?

¡Lucero era tan extraña!

-. Por supuesto que lo hago -, afirmo con una sonrisa sin apartar su mirada ámbar de las estrellas -. ¡Mira la luna! Puedo jurar que se ve más grande que nunca… Y las estrellas… jamás había visto tantas.

Le encantaba la forma en la que los ojos de Lucero apreciaban el cielo nocturno, y como sus palabras salían de sus labios con cierta admiración, pero estaba tan preocupada por sí misma que no pensó en el hecho de que la chica realmente estaba disfrutando la vista.

-. ¿Puedes dejar de darle tantas vueltas al asunto e ir al grano?

-. ¿De qué estas hablando? -, cuándo se volteo a mirarla, Itatí pudo notar algo de disgusto en su rostro. Tenía el ceño fruncido y sus labios formaban una fina linea. Se asemejaba a una niña a la cual le han quitado un dulce.

-. ¡Sabes de lo que hablo, Lucero! ¡De mis brazos!

-. Son bastante lindos -, halago con una sonrisa -. Pero siendo sinceras prefiero tu trasero.

En otra situación se habría sonrojado.

-. ¿Puedes dejar de ser tan irritante y…?

-. ¿Quieres un cigarrillo? -, la interrumpió sacando uno de sus pechos. Itatí pensó que tal vez tendría una enorme reserva allí, y luego se sintió algo enojada al notar que Lucero, de nuevo, la había ignorado.

-. No fumo, Lucero -, la chica simplemente se encogió en hombros y volvió a guardar el cigarrillo, dando una calada al que tenía en su boca para luego alejarlo con sus dedos y soltar el humo.

De no haber estado tan preocupada por sí misma habría notado como Lucero parecía poner todo de si misma en esta simple acción, y la delicada forma en que sus dedos tomaban el cigarrillo y sus labios expulsaban el humo.

-. No se lo digas a nadie, por favor -, suplico. Tenía miedo, y no solo por ella misma.

Temía por su familia.

-. ¿Qué cosa? ¿Qué no fumas?

-. ¡Lucero! ¡Sabes de lo que hablo!

-. En realidad no -, afirmo mientras la miraba -… Y es frustrante -, reconoció.

-. No le digas a nadie que no tengo tatuajes.

La chica de ojos ámbar solamente la miro completamente confundida y luego le sonrió dulcemente.

-. Bien -, accedió encogiéndose en hombros. Y aunque Itatí veía en sus ojos el deseo de seguir mirando el cielo, aquel ámbar intenso se quedo recorriendo sus facciones lentamente, como intentando captar cada mínimo poro en su piel.

La chica de las libélulas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora