Capitulo 12

3 0 0
                                    

Los cambios ocurren lentamente, tan lentamente que no los notamos hasta que este ha dejado secuelas permanentes.

Itatí no sabía esto.

Mientras leía el libro de Howe recostada sobre su cama no se dio cuenta de lo muy cuerdo y sabio que se había mostrado al inicio, ni de como poco a poco la demencia invadía sus palabras. Solo se dio cuenta de el gran cambio que había atravesado el relato cuándo las palabras del lunático se volvieron un sin sentido de oraciones.

“Y aquí Ana, de cabello rojo, dijo al caballo: ‘Mátame’, y el pobre Ruben, que era un perro, por fin hizo realidad su sueño de ser un gorrión”

Nada tenía ningún sentido, y Itatí dudaba que Lucero leyera aquel libro por otro motivo que no fuese reírse de la locura del escritor.

Fue entonces que, casi como si la pintora hubiese leído su mente, su teléfono comenzó a reproducir los primeros acordes de Eighteen, anunciándole a Itatí a que estaba recibiendo una llamada.

Y no era una llamada cualquiera… Era la llamada de Lucero.

-. ¡Luc Hog! -, saludo con entusiasmo antes de cerrar el libro de Howe con brusquedad.

Lo cierto era que la demencia del pobre había comenzado a darle dolor de cabeza.

-. ¿Luc Hog? -, repitió -. Es un apodo un tanto extraño -, reconoció tras el auricular del teléfono -. Pero me gusta -, Itatí amila casi pudo deducir que la joven estaba sonriendo.

-. ¿Casi tanto como los Lindt? -, intento bromear.

-. Casi tanto como tu -, corrigió -. Y tu culo -, agrego -. Pero no planeaba decir eso porque habría sonado poco romántico.

Itatí simplemente se hecho a reír nerviosamente.

Habían pasado dos semanas desde lo sucedido en el departamento de Lucero, y aunque cualquiera habría creído, al escuchar las conversaciones que habían mantenido, que las cosas cambiarían, ese no fue el caso.

No se habían besado en esas dos semanas, y tampoco habían tenido peleas estúpidas. Lucero no había avanzado mucho con la pintura de Itatí, pues siempre terminaban distrayéndose cinco minutos después de empezar… Y los motivos de sus distracciones eran siempre tan estúpidos que cualquiera habría rodado los ojos al escucharlos.

-. ¿Podemos hablar de lo demente que Howe estaba? -, cuestiono con una sonrisa -. Juro que a partir del octavo capítulo el pobre estaba alucinando… Y puedo jurarlo porque se olvido de escribir el capítulo ocho.

-. Es de lo único que hemos hablado durante estas dos semanas -, reconoció -… Pienso que te has leído los cinco libros de Howe que te he prestado solo para burlarte de él.

-. ¡Por supuesto que no! -, se negó no demasiado alto. Andy estaba dormida en la cama inferior de la litera de al lado y no quería despertarla. Como era de noche, Diana y Elizabeth trabajaban -. Lo hago porque quiero entender que es lo que ves en estos libros.

-. No vas a entenderlos si tratas de entenderlos.

-. ¡Esto es confuso! -, se quejo -. ¡Y estresante! -, añadió.

-. Tu también sueles estresarme cuándo te llamo y solo comienzas a hablar de Howe, pero no suelo quejarme de esto.

Itatí rió y respiro hondo antes de hablar nuevamente.

-. Esta bien, lo siento… ¿De que quieres hablar?

-. Iré al estudio mañana para recogerte. Quiero pintarte un poco más… Y tal vez podamos besarnos por fin… Créeme que estoy desesperada.

La chica de las libélulas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora