Capitulo 4

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-. ¿Entonces Itatí y tu irán a una fiesta hoy? -, pregunto Elena a Diana mientras le daba una cucharada de cereales al pequeño Seth y corría apresuradamente a dar vuelta a los panqueques para sus otros hijos.

El comedor era pequeño, con apenas seis sillas para trece personas, pero no era algo que a Itatí le importara.

Comer de pie no le incomodaba, y tampoco tener que estarse moviendo continuamente para que su madre adoptiva pudiera rodear la mesa. Tenía una familia, y eso era todo lo que realmente le interesaba.

-. Si -, asintió quitándose un auricular del oído. El otro lo estaba usando Eliz a su lado, y lo más seguro es que alguna canción de Beyonce se estuviese escuchando -. Andy y Eliz decidieron quedarse a ver la misa del padre Alberto.

-. El padre Alberto es increíble -, murmuro Andy sentada en el suelo, terminando de bendecir sus alimentos para por fin llevarse un enorme bocado de panqueques a su boca. Era increíble lo que aquel pequeño cuerpo podía ingerir.

-. Supongo que iras con Nela -, intuyo la madre.

-. Así es -, afirmo con una sonrisa. El chico podía no ser el más agraciado del planeta, pero hacía feliz a Diana y eso era todo lo que importaba.

-. ¿Y con quien iras tu, Itatí?

-. Iré con Gabo -, respondió en cuánto consiguió tragarse un enorme bocado de panqueques que se había metido a la boca -. Lo cual me aterra porque el pobre es tan gay que posiblemente se colocara un vestido rosa….

-. Pensé que irías con esa chica del restaurante -, murmuro Saúl extrañado detrás de su periódico.

Sintió las mejillas arder cuándo sus diez hermanos y Elena se giraron a mirarla con los ojos bien abiertos.

-. ¿Cómo… como sabes de eso? -, tartamudeo.

-. Estaba reunido con mi jefe en la mesa del fondo. Estoy seguro de que no me viste… Estabas demasiado ocupada mirando ese cuadro del panda… y a esa chica.

-. ¡¿Por qué no me contaste, Ita?! -, aquella fue Diana, entre enojada y eufórica.

-. Fue solo un almuerzo -, respondió apresuradamente -. No fue nada importante.

Lo cierto es que si lo había sido, pero el contárselo a sus hermanas implicaba que estas la obligasen a llamar a Lucero Hogaza.

-. No parecía ser “solo un almuerzo”, Ita. Te veías bastante entretenida.

“Gracias, Saúl”

-. ¿Es bonita? -, pregunto con una leve sonrisa su madre.

¿La apoyaban con el tema de su sexualidad? Por supuesto que si. La amaban. Amaban cada detalle de ella, desde la forma rápida en la que comía hasta sus débiles ronquidos en la noche. La amaban más de lo que sus padres biológicos lo habían hecho.

-. Bastante -, afirmo. No podía mentir -. Deberías ver sus ojos. Son increíbles.

-. Tal vez deberías presentárnosla -, sugirió Sofia dulcemente. No había curiosidad en ella como en sus padres y hermanos adoptivos, ni enojo como en Diana, solo el profundo deseo de ver a Itatí feliz.

Y esa era su pequeña hermana biológica, siempre logrando hacerla sonreír. Si había algo que le agradecía a Elena y Saúl más que haberla adoptado era que no la separaran de su hermana menor, la única cosa buena que Amanda y Alejandro, sus padres biológicos, le habían dado.

-. ¡Solo comimos rollitos! ¡No es para tanto!

-? ¡Claro que si! ¡Incluso pago por ti!

-. ¡¿Cómo es que mi papá sabe más de tu cita que yo, Itatí?! ¡¿Acaso no me quieres?! -, de nuevo, Diana, hacía su drama.

La chica de las libélulas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora