Capitulo 8

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Se reencontraron en el restaurante de comida china en el cual habían tenido su primera cita, en la misma mesa, y Lucero, de nuevo, pidió por ella.

Aun así, a pesar de que la situación era parecida, Lucero lucia casi incomoda en aquel lugar donde todos ponían su atención en ella, y Itatí podía notarlo debido a su mirada baja y los brazos cruzados sobre su pecho, además de su pierna moviéndose nerviosamente de un lado a otro.

-. Podemos cambiar de lugar si quieres.

-. Me gusta este lugar, Tati.

Y al contrario de las otras veces en las que la había llamado de esta forma, en ese momento Itatí realmente pudo apreciarlo.

-. Me gusta que me llames así.

-. Lo se -, afirmo con una sonrisa. Y era una sonrisa real, como la de un niño al que su madre acaba de decirle que su dibujo es hermoso -. También se que te gusta Gloria Trevi, y la película de Bajo la Misma Estrella. Y te gustan mis ojos… Y mis pechos… Pero eso es otro tema.

Itatí se sonrojo de inmediato y rió nerviosamente.

Lucero tenía razón. Le encantaba todo eso, y tal vez mucho más.

Le gustaba la forma en la que sus labios pintados con labial oscuro formaban hermosas sonrisas. Le gustaban sus palabras. Le gustaba la manera en la que apreciaba el cielo nocturno, y la devoción con la que comía todo tipo de alimentos.

Le gustaba Lucero Hogaza.

El mesero de la vez anterior llevo las bandejas de rollos de primavera a las chicas y se retiro antes de que Lucero pudiera decirle algo.

Itatí la miro. En realidad no había parecido querer decirle nada a aquel joven.

-. Perdón por no responder tus mensajes -, se disculpo, aunque no tenía que hacerlo -. La muerte de Monserrat me ha deprimido bastante… En realidad solo he salido de la cama hoy porque sabía que serías tu quien me tatuaría, y de alguna forma tu siempre logras subirme el animo.

No le gustaba verla así. No le gustaba verla tan rota.

Tampoco le gustaba saber que ella le subía el animo… No quería que Lucero necesitara que le subieran el animo.

-. Lamento lo de Monserrat -, murmuro extendiendo su mano sobre la mesa para acariciar la de Lucero, quien miro aquel gesto de la misma forma en la que había admirado sus caricias durante la noche de la fiesta de Paola.

Al contrario de esa vez, Lucero no se alejo… Al menos, no de inmediato.

-. Yo también…

Silencio.

-. ¿Como te sientes, Lucero? -, pregunto con preocupación.

Necesitaba escuchar la respuesta. Necesitaba comprobar que estaba bien… o al menos, lo más cercano a la palabra “bien” que se puede estar luego de haber perdido una abuela, un hermano y una sobrina.

-. Contigo acá, estoy de maravilla -, contesto con una sonrisa. Y no mentía -… Así que no te extrañes si comienzo a visitarte todos los días. Me gusta esto de sentirme maravillosamente viva.

Itatí simplemente sonrió con cierta timidez y bajo la mirada hacia sus manos unidas.

Ahora podía entender por qué Lucero las miraba con tanta adoración.

Sus manos encajaban a la perfección… Y que lo hicieran la hacían sentir de maravilla.

-. ¿Quieres que hablemos de algo? -, quería escucharla hablar. Le encantaba. Incluso podría haber escuchado el reporte del clima salir de sus labios y no se habría aburrido ni un solo segundo.

La chica de las libélulas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora