La esencia de un bar

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El bar Lusitán de alguna manera había pasado a ser casi más importante que su casa. En ese lugar Fernando había reído y llorado, había hablado de romanos y del precio de la mermelada. Era su oasis aunque probablemente no se diese cuenta. Cuando salía de casa para dar un paseo era de los que "andaba sin rumbo" y casi siempre ese rumbo indefinido le dejaba en la puerta del Lusitán. A Abuncio le parecía gracioso y tierno a la vez. Cuando le veía paseando por la zona le arrastraba hasta el bar con las palabras "tranquilo Fernando, yo seré tu excusa" y entraba con una carcajada muy natural.

En el Lusitán todos conocían a Fernando como "el que nunca se iba", y es que cada media hora hacía un comentario de "me tengo que ir" seguido de "que mañana trabajo", "estoy cansado" o "me toca cortarme las uñas de los pies" y si en aquel momento alguien le hascía cualquier pregunta, se le borraba toda necesidad de abandonar el bar.

Una noche estaba en el bar cuando la cocina ya había cerrado, Alberto, el barman, estaba recogiendo las sillas y Abuncio y Fernando le hacían compañía, era bastante tarde.

—Hoy ha sido genial Alberto —comenta Abuncio— ¿Cómo se te ocurren estas cosas?

Alberto estaba arrastrando una mesa con bastante esfuerzo, para contestar a Abuncio necesitó pararse.

—La idea me la dio Fernando.

—¿Yo?

—Si claro, tú. —Le contestó Alberto sonriendo —Cuando me hablabas de ese Bar de Citas mágicas que quieres fundar en el que cada noche hay violines y todo el mundo se mirará a los ojos sin decir palabras mientras disfrutan de los aromas que irá soltando la aromatizadora.

—No has hecho nada de mi idea —Le replica Fernando un poco enfadado —¡Pero si hoy hemos hecho un concurso ridículo de adivinar los olores! encima con un ventilador ruidoso.

Abuncio se rio con tal energía que cualquiera podría extrañarse de que no se encendiesen las bombillas de la barra. Luego dándole una palmada a Fernando le dijo:

—Al final ese bar tuyo que te ronda por la cabeza va a llegar a existir.. jajaja cuentaconmigo como cliente fijo.

—Claro que existirá —le respondió Fernando sorprendido.

—Fernando es imposible que un bar con maquina de humo y luces rosas tenga éxito.  —Dijo Alberto —Mucho menos si pretender que de vez en cuando las mesas se muevan como las ollas de Disneyland.

—Si eso es imposible entonces el amor no existe —Dijo Fernando.

Alberto tomó una silla y se acercó a la mesa, sentándose apoyando en el respaldo.

—Fernando, cualquier idea que tengas es bienvenida, por descabellada que te parezca. ¡Ya sabes cómo somos aquí —Le sonrió con una de esas sonrisas que solo pueden destilar simpatía

—¡Haz una noche de citas!

—Lo dices tanto que voy a tener que acabar montando el plan, —Alberto contestaba entre preocupado y divertido —sabes que no será como lo que tienes en la cabeza, ¿verdad?

—No me digas que vas a poner sonido de bosques por los altavoces — dijo Abuncio dedicándole una mirada socarrona a Fernando.

—Lo de la naturaleza ambiente es de las cosas más necesarias del mundo para que el lugar sea perfecto. —Le respondió Fernando.

—Sí, y para que la gente se pregunte si el sonido de las ranas era necesario, jajaja.

—Ese sonido casi ni se oía...

—jajaja, claro que se oía. grabaste los audios en la zona de anfibios del centro de reinserción animal.

—En la reserva natural especializada..

Alberto siempre disfrutaba cuando los dos empezaban a comentar o discutir de estas cosas. Para eso había creado el bar, para que todo el mundo pudiese sentirse en casa y que su casa fuese un lugar de sorpresas y fascinaciones. Fernando había sido la guinda del pastel para el local. El incondicional. Le consideraba una de esas personas que "hace familia sin pretenderlo", así como Abuncio llegó al bar de forma natural, por el boca a boca. Para que viniese Fernando tuvieron que hacer periplos. La insistencia de Abuncio valió la pena. Fernando era ya imprescindible.

El rival con el que se batían para que Fernando accediese a aparece por allí era el tradicional momento pipa. Fue un contrincante difícil y requirió del ingenio de los dos. Abuncio, de vez en cuando, le daba las gracias por haber hecho ese plan especial, una velada que consistía en hacer un tour guiado con el proyector por los mejores paisajes naturales de los cinco continentes. Desde el principio el único sentido de esa velada era atraer a Fernando. Nadie más podría disfrutar de algo así. Valió la pena pasar una noche aburrrida por toda la diversión que la siguió. 

Gracias a eso ahora tenían a Fernando en sus filas, ese que pedía una tostada de mermelada para mojarla en la cocacola, el mismo que se dedicaba a sonreír de una manera especial cuando se generaba el silencio y daba pie a que todo se reactivara. Si el Lusitán era una Familia, para Alberto, Fernando era su punto de unión. Muchos clientes le pedían que pusiese una foto de Fernando en la barra y él se negaba porque "mucho mejor tenerlo en carne y hueso". Una cosa que le rondaba por la cabeza era hacer una fiesta de premios del Lusitan y que uno de ellos fuese el cliente del año. Estaba convencido de que Fernando se llevaría ese premio concreto, le hacía mucha ilusión.

Cuando pararon de hablar Fernando dio un respingo, sacó una libreta y un boli del bolsillo, se encaramó a la mesa, estuvo un rato buscando la palabra "oficina" y la tachó. Tanto Abuncio como Alberto estaban atónitos e hipnotizados. Respetaban cada cosa que hiciese sin ser indiscretos. Si había algo aún más enigmático de Fernando era esa libreta llena de lugares tachados.

—Fernando, ¿mañana trabajas? —preguntó Alberto.

La pregunta hizo que Fernando girara la cabeza un poco.

—Mañana es martes, claro que trabajo.

—Lo decía porque estaba pensando en si querías ayudarme a organizar una noche de vinos.

—¿Te refieres a organizar una cata de vinos con un maestro que dé la sesión? —Preguntó Fernando emocionado, Abuncio le miraba de forma simpática.

—No no, me refiero a una noche de vinos, ya sabes... mezclar vinos y luego dárselos al catador para que juzgue quién a ganado.

La cara de Fernando se había convertido en un cuadro vanguardista. Empezó a balbucear palabras a todo volumen mientras se levantaba de la silla y se sentaba por momentos. Abuncio miraba entretenido a Alberto y luego a Fernando, parecía desear tener las palomitas a mano. Y Alberto, en cambio, se reía.

—Fernando, era broma pero no me parece una idea mala, ¿eh? —Siguió riendo. No estaba dispuesto a tener a Fernando incómodo en el Lusitán. Hacer eso sería fallar a la propia esencia del bar.

Conteo de palabras:1070

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La historia de un barDonde viven las historias. Descúbrelo ahora