Una comida

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"Espero que esto te ayude a ver el mar como es" Gemma.

Apenas se estaba despertando. El sol y el calor no le dejaban dormir más a pesar de que todo su cuerpo se lo pedía a gritos. Se levantó viendo que muchos lo habían hecho ya. Los tres visitantes estaban hablando con gente del campamento. De alguna manera Abuncio conseguía hacerse entender, incluso reía. típico de él. Se acercó al grupo y empezó a desayunar con ellos.

—Fernando, ¿volvemos hoy? —preguntó Abuncio.

Le sentó bastante mal la propuesta, si había algo que quería cambiar era eso, que su vida dejase de estar en manos de otras personas. Debió notarse que no le había gustado porque Alberto añadió:

—Solo te ha preguntado si volvemos hoy, no que tengamos que hacerlo así.

Se les unió Gemma y les preguntó si querían ver una cosa, obviamente querían, esperaron a que Fernando terminase su pan y fueron siguiendo a la chica. Fue un paseo medio rápido que terminó en una esquina del huerto. En ella asomaba un calabacín mucho más grande de lo normal.

—¿Habéis visto qué preciosidad? —Tomó el calabacín y lo desprendió de la planta madre —Hoy celebraremos vuestro paso por aquí —dijo con una sonrisa.

De los tres la que parecía más sorprendida era Sandra. Gemma abrazó con fuerza el calabacín y se dirigió hacia la zona de cocina, que era una especie de barbacoas al aire libre con una estantería de ollas y sartenes. El resto la siguieron contagiándose un poco de su alegría.

Ese paseo era corto pero duró lo suficiente para que Sandra se situase al lado de Fernando y le pidiese para hablar un rato. Fernando reaccionó instintivamente con un "claro, vamos" pero Sandra le dijo que prefería que fuese en otro momento porque parecía que iban a estar ocupados. No se equivocó. Gemma había llegado a las cocinas y ya estaba situando a cada uno de ellos en un quehacer diferente. A Abuncio le tocó ir a buscar agua para lavar los ingredientes. Alberto, al ver que la siguiente tarea se la encargarían al él dijo:

—Yo puedo entreteneros.

—De eso ya estamos sobrados aquí —le contestó Gemma divertida —anda, ve a avivar el fuego que si tarda en coger fuerza nos llegarán todos los buitres.

Luego se giró hacia Sandra y Fernando y añadió:

—Fernando, trae algo de leña para ver si le quitamos la cara larga a Alberto, y Sandra, ven conmigo. Voy a necesitar ayuda para triturar este calabacín.

No dio la sensación de que ponerse a pelar verdura entrase en los planes de Sandra pero accedió sin rechistar.

Cuando Fernando volvió cargado de leña de todos los tamaños vio que Alberto ya había conseguido una llama considerable y que Abuncio estaba trasteando entre los cajones del aparador. Era curioso ver un mueble de cocina con su repisa de mármol, sus cajones y puertas, su fregadero y su escurridor a la interperie, como delimitando el espacio entre cocina y campo. Pero llamaba más la atención ver que las ollas que sacaba Abuncio estaban en perfecto estado, como debía ser.

Alberto empezó a cantar, él siempre se movía por la vida de forma involuntaria y natural. Como si los impulsos fueran la solución perfecta para cualquier momento. Fernando ayudó con la verdura, tras trocearla usaron un aparato que parecía más un juguete infantil que una trituradora, pero era muy eficaz. A Fernando le tocó ir estirando la cuerda para activar el mecanismo de las aspas e ir poniendo todo en un bol de plástico bastante alto. El aparato le recordaba a cuando de niño tenía que encender la alternadora de gasolina.

Cuando tuvo el recipiente medio lleno de calabacín, cebolla, y otros ingredientes, por lo visto aparte del calabacín que habían traído ellos estaban preparando muchos más, Gemma le dijo que licuara la pasteta y señaló un cajón. Cuando tuvo el aparato en la mano Gemma le indicó el enchufe. Hasta ese momento Fernando estaba convencido que en el campamento no había electricidad. Se llevó la mano a la cara, a esa lija que ya brotaba de sus mejillas y que había consentido en pro de su libertad y se enfadó bastante consigo mismo por no haber preguntado. En su cabeza alguien que hacía hoyos para sus necesidades era imposible que pudiese usar una maquina de afeitar o un secador. La minipimer funcionaba bastante bien. Necesitó triturar las verduras en cuatro tandas para poder acabar la crema al completo. En el campamento había mucha gente. 

Esta vez todo el campamento se reunió para comer en unas mesas puestas a partir de caballetes. Los cuatro junto a Gemma se dedicaron a servir y a atender a todos. El aire jocoso del ambiente convertía la escena en una mezcla entre familiaridad, complacencia y solemnidad. El presente era eso, presente. Durante la comida toda su atención estuvo en eso, en escuchar las bromas y los chismes. En interpretar palabras en idiomas desconocidos, en cantar.

El plato era una crema de calabacín y eso hacía aún más especial el momento. Para Fernando la expresión de la sencillez se entrelazaba con la vida como hace el agua de una cascada que atraviesa las rocas y reacciona a cada una de ellas regalando brillos, salpicaduras y música. Qué fácil era verlo todo encajado desde el prisma de una fiesta celebrada entre palés y calabacines, gente que no parecía tener nada lo tenía todo. 

Al acabar la comida Fernando sacó su pipa, como queriendo aportar aún más de perfección a todo ese momento.

Al acabar les tocó recoger también, no sin antes recibir la ovación de todos los comensales. Gemma se fue por su cuenta y Sandra comentó a Fernando que ese era un buen momento. Se retiraron hacia el mar, el guía era Fernando quien trataba de recordar ese camino que hizo con Gemma. Llegaron bien y se sentaron.

—Este lugar parece perfecto —Sandra dijo esto con una sonrisa.

—Por lo visto los lugares no son tan importantes —respondió Fernando encogiéndose de hombros.

—¿tú crees?

—Ya no sé en qué creer —dijo Fernando.

"dijiste que el mar se intenta comer la tierra, yo creo que quiere abrazarla y lo consigue. Todo depende de como quieras mirarlo" Gemma.

Tras la carta Fernando se quedó un rato en silencio, luego dijo para sí:

—depende de como quieras mirarlo.

—Para mí ahora es perfecto, lo quiero mirar así.

El comentario de Sandra se quedó en el aire, como el sonido de una ola más. Fue música, eco y silencio.

La historia de un barDonde viven las historias. Descúbrelo ahora