La cara T de la vida

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Al día siguiente a Fernando le costó bastante dejar de abrazar la almohada, evitar el suelo frío tanteando para encontrar las zapatillas o llegar hasta el despertador que siempre colocaba en lo alto de la estantería. Solía decir que tenía mal despertar y muchas veces, los que le conocían, le preguntaban si no era que se quedaba hasta muy tarde en el bar. Eso ponía nervioso a Fernando. "¿Cómo se atrevían a cuestionar lo de que tuviese un despertar aparatoso?".

Necesitaba levantarse porque si llegaba tarde al trabajo sabía que ningún tren de la estación podría salir en hora. Su función allí era la de dar los anuncios de los deferentes trenes según su horario y su dirección. Todo el mundo necesitaba saber cual era su tren y si fallaba estaba fallando al mundo. Por eso mismo no le importaba tener que ducharse con agua fría para desperezarse o incluso, alguna vez, ir a trabajar con el pijama debajo de la ropa.

No es que tuviese una voz bonita o una musicalidad especial. De hecho anunciaba cada tren con un sonido plano y arrastrado. La gente asociaba ese sonido a su estación. Una vez le hicieron una entrevista por "la fama que tenía su estación gracias a su trabajo" Fernando no cabía en si de gozo. Quiso comprar compró cinco periódicos para poder enseñarlo a la gente sin miedo perderlo.

Lo que más le gustaba de su trabajo era poder ver a Sandra sentada en su despacho, con las gafas de pasta transparentes e iluminada por una lámpara de mesa. Saber que estaba allí le daba paz y estabilidad, a veces la miraba de reojo y enseguida volvía a su trabajo. No se podía permitir despistarse un minuto en "cantar un tren". Desde que trabajaba en esto se sentía importante. Sandra compartía despacho con una amiga suya y más gente, pero eso a Fernando le daba igual, él solo la veía a ella.

En una de las miradas secretas a Sandra vio como tomaba un papel, lo recortaba y se ponía a escribir. Segundos después a Fernando le dio el calambre de la nuca y al poco rato empezó a escuchar.

«Chica, el espejito que me dijiste que me pusiera me da muy mal rollo. Me está mirando cada dos por tres, parece un maniaco.» Sandra

Luego vio como doblaba el papel y se lo pasaba a su amiga. El momento favorito del trabajo para Fernando era la merienda. Era el único rato en que podía hablar con Sandra directamente y lo aprovechaba. El tema de conversación podía ser cualquiera. Cada día esperaba con ansias un momento en el que los trenes estuviesen quietecitos, cuando eso pasaba tomaba su comida y se iba a buscar a los compañeros de trabajo. Solía llevar su táper con una ensalada con frutos secos e intentaba compartir con los demás aunque casi nunca si éxito.

«¡Ves lo que te decía! Por eso te dije que te pusieras el espejo.. siempre te está mirando y si te levantas por cualquier cosa se empieza a mover buscando el ángulo. Da miedo» Paula

Hasta ahora nunca había tenido la voz de la amiga de Sandra en la cabeza y se le hizo raro. Era una compañera con la que Fernando no se relacionaba. De vez en cuando se daban los buenos días y poco más. Vio a Sandra tomar la nota, darle la vuelta, y volver a escribir.

«Si no llega a ser por el espejo no te habría creído, a mi me parecía mono, aunque rarito, no entendía lo que querías decir, estaré alerta.» Sandra

Fernando había llegado a convivir tanto con estas voces en la cabeza que incluso, a veces, no se sentía ni aludido. Estaba bastante centrado en el próximo tren como para ponerse a pensar en las notitas que escribe la gente y se pasa por debajo de la mesa. 

«Con estar alerta no basta, eres un imán para esta gente y lo sabes, jajaja además que hoy cuando te ofrezca su comida de caballo caerás como haces siempre, te lo digo como amiga. muac.» Paula

A pesar de que le encantaba su trabajo la mañana se le estaba haciendo larga. Uno de los problemas de escuchar "las cartas" es que luego no sabía si actuar como si nada, cosa que le parecía horrible "hacer eso es de matones", o bien respetar lo que la otra persona había dicho. Por suerte en estas de ahora no habían hablado de lugares. Se le complicaba mucho cuando después de una carta descubría que a la otra persona no le había gustado un sitio. Ponía todos sus esfuerzos en que, al estar con ella, no se acercaran a ese lugar. Quería proteger a esa persona de una sensación así a toda costa y eso hacía que las rutas de paseo fuesen complicadas y extrañas. A veces se habían metido por callejones para no acercarse a la fachada de una iglesia, el problema era que, al día siguiente, recibía una "carta" despotricando contra los callejones. Un día decidió que necesitaba tener un mapa en casa para preparar las rutas contemplando los distintos lugares y zonas vetados. No estaba dispuesto a que se estropeara un paseo por un desliz que podía manejar. 

Cuando llegó el momento del descanso fue directo a la oficina a saludar y con una sonrisa se fue hasta la mesa de Sandra. Se sorprendió al ver el espejo y, tras pensarlo, le pareció buena idea, un espejo siempre amplía el espacio y da luz.

—¡Hola! Es la hora de descansar, ¿vamos?

—Fernando, ve tú, hoy me quedaré aquí, que tengo que terminar una cosa.

La respuesta tuvo a Fernando unos segundos paralizado, tras varios movimientos dubitativos al final dijo:

—Te dejo aquí el táper. —Hizo lo que prometió y se fue.

Se le hizo muy raro ir solo a la zona del jardín de la estación. Era un lugar que a todo el mundo le gustaba. El hecho de que Sandra no hubiese podido estar le afectó más de lo que pensaba. ¿Iba a estar encerrada en ese cubículo de luz artificial toda la jornada? ¿Podía hacer algo por ella? Se quedó mirando una palmera durante todo el descanso. No comió nada porque hasta ahora siempre compartían el táper. Cuando acabó la pausa volvió al trabajo con la sensación de que ese jardín en verdad no era tan especial.

Por la tarde acabó dando el paseo sin rumbo que le llevó a Lusitán, entró como casi siempre y esta vez pidió una cerveza. Alberto no se lo podía creer. Cuando le preguntó qué le pasaba Fernando dijo que había tenido un dia raro, luego sacó la cartera y se puso a mirar una foto. Alberto no se atrevió a preguntarle de quién se trataba. Decidió cambiar el tema.

—Fernando, he estado pensando sobre el bar de citas ese... ¿De verdad crees que puede ser viable un bar sin alcohol?

De alguna manera la pregunta activó toda la energía y optimismo de Fernando. Hablar del lugar de sus sueños era como poner una moneda en un espectáculo de luces. Cambiaba todo el color.

—Claro, es que el alcohol es el enemigo del amor Alberto, hace que todos digan cosas que no sienten.

—Un bar sin alcohol es un coche sin ruedas. Además que muchos dicen lo que sienten gracias al alcohol.

—Un bar sin alcohol es un oasis —Tras decir esto apartó la cerveza de delante y se giró hacia Alberto  emocionado —Hoy es la cata de vinos, ¿no?

—¿Sabes que el vino lleva alcohol?

—Bah, pero el vino es otro mundo, hace que cualquier lugar pueda ser especial.

—Creo que no puedo entenderte, ¿preparado para ganar el concurso?

Esa noche, Fernando también se fue a dormir tarde.

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La historia de un barDonde viven las historias. Descúbrelo ahora