Esperar lo inesperado

14 2 22
                                    

Darse cuenta de que, tras horas de caminar, ya se había hecho de noche y de que ya no tenía otra opción que aceptar la oferta de la chica que estaba delante como única opción y no le hacía mucha gracia. Llegar al lugar y encontrarse un poblado de caravanas, tiendas de campaña y hogueras le hizo menos gracia aún.

Al entrar en el recinto un chico sudado y sin camisa le dio un abrazo y se le arrimó al hombro llevándole hacia la hoguera. La chica rubia, que había descubierto que se llamaba Gemma, les acompañó pidiendo a gritos alguna cosa con nombre raro. Antes de que le sentaran en una silla plegable y vieja le pusieron una cerveza en la mano. Nadie le preguntó qué hacía allí, ni a qué se dedicaba, le trataron como a uno más, de vez en cuando le hacían algún comentario sobre su ropa pero no invadieron su intimidad. Eso sí, ellos contaban las suyas con un desparpajo que Fernando no sabía donde esconder la cara.

Pasada una hora dio su primer trago a la cerveza. Empezaba a sentirse cómodo allí hasta el punto que sin darse cuenta sacó la pipa y eso le regaló unos cinco minutos de ser el centro de atención, "tenemos a un gentleman entre nosotros" y risas, muchas risas, "a este le iría bien fumar otras cosas" más risas. Al final acabó riéndose Fernando también, e incluso intentando unirse a la conversación con comentarios como "sabéis que sin camisa se pasa más calor" lo que provocaba más carcajadas. Si algo había aprendido en sus 35 años de vida es que la gente se ríe de las cosas que les sorprenden, de alguna manera estaba orgulloso y acostumbrado a las risas. Era algo muy familiar y reconfortante.

Tras unas horas de estar allí, ya noche cerrada, el ritmo de todos había bajado un poco, sus palabras eran más divagantes y menos jocosas. Los temas de conversación ahora eran la vida y la naturaleza, eran las dificultades sociales y los libros. Pocas veces Fernando había dicho algo como "el mejor lugar del mundo creo que es allá donde se encuentre una catarata y sea de noche" sin que las personas de alrededor cambiaran el tema. Por primera vez sintió que tenían verdadero interés y hasta le pidieron que desarrollara eso.

—Lo es porque el sonido del agua cayendo da la paz, si hay jilgueros más aún, y las estrellas junto a las nubes dan la harmonía, si encima hay luna todos los colores pálidos ayudan a descansar los sentidos.

Tras esto siguió el silencio hasta que Gemma lo rompió.

—¿No crees que el mar nocturno es aún mejor? 

Sin darle tiempo a responder le tomó la mano y se lo llevó por un caminito silvestre que, pasados unos 10 minutos, acabo dejándoles delante del mar, en una zona semi rocosa en el que las olas susurraban murmullos. Se sentaron y callaron.

Sin saber porqué Fernando empezó a llorar en silencio, unas lágrimas que creía secretas y que estaba convencido que Gemma no percibiría. Las emociones tienen sus propias reglas y casi nunca sabemos cuales son. Gemma le dejó hacer mientras el mar y el paisaje seguía allí, siendo el tema principal y a la vez lo más secundario de la historia.

A Fernando se le juntaron los recuerdos de Marta, con los del Lusitán, los de su infancia y los de Sandra, los del trabajo. Se le juntaron los recuerdos de infinitos lugares preciosos y perfectos, los recuerdos de muchos sabores incomparables y afloraron a la vez como cuando despega un globo, salieron de sí mismo a modo de burbujas que van explotando y dejando aromas diferentes. Sensaciones incontrolables de una vida que había sellado para poder seguir viviendo. Ahora, frente a ese mar constante, probablemente la primera música que escuchó el mundo y a la vez la lámina que escondía un universo. De pronto, esa masa de agua que hace unas horas había visto como una tapa para las heridas de la tierra, ahora era su masajista o más bien su mecedora. 

—Al final vemos las cosas como las queremos ver, ¿no? —Dijo Fernando susurrando y para sí.

—Sí, es así —Le contestó Gemma

—Hubo una época en la que creía que era capaz de saber lo que necesitaba el mundo, me di palos por todos los lados, me equivoqué.

—Eso no lo he entendido. 

—Hace mucho estuve casado con una chica que me enseñó a vivir experiencias y a fijarme en lo que me rodeaba, ella era capaz de encontrar las cosas más preciosas del universo en cualquier parte. Hacía que todo fuese especial. Me casé con ella sabiendo que tenía cáncer y lo volvería a hacer, al año de estar casados murió. Fue muy duro. Cuando empecé a levantar la cabeza creo que lo hice viviendo desde sus planteamientos, como si intentara que una parte de ella viviese a través de mi, buscando lo especial de cada cosa y potenciándolo, pero a mi no se me daba bien. Dediqué mucha parte de mi vida a encontrar esa fórmula perfecta a la que llamamos vida. Busqué también el amor y siempre fallé. Bueno, no siempre, hubo alguien a quien me acerqué y que el tiempo nos separó como si hubiésemos sido desconocidos desde siempre. Cada vez que intentaba mostrarle la belleza de un lugar se alteraba y me decía que eso no era importante, para ella lo importante era hablar y siempre hablaba de cosas superficiales. No funcionó nada bien. Además creo que hablaba sobre mi con su amiga y las respuestas de esta solían ser "tía, no se qué estás haciendo con ese" y cosas así. En ese momento no me enteraba de nada, vivía en una nube de idilios pero todas las nubes acaban precipitando. Ahora he conseguido estabilizarme por fin, ya no intento abarcar más de lo que puedo, ya no busco lo que no sé si voy a encontrar y la verdad es que no me siento bien tampoco.

Cuando Fernando fue consciente de que estaba contando su vida se tapó la boca mientras miraba de reojo a Gemma. Ella le había puesto en algún momento la mano en la espalda, al ver que se había callado le dijo:

—A mi me gusta pensar que cada vida es una historia y que esa historia es como una flecha capaz de atravesar montañas y llegar a su fin. Creo que lo importante es creer que se puede atravesar esa montaña, basta con eso, ¿no te parece?

—¿Qué quieres decir? -le preguntó Fernando.

—Pues que al final, por mucho que se compliquen las cosas, la vida va hacia delante y la manera en que tengas de mirar el futuro será la manera en que vivirás, pondría la mano en el fuego.

Luego le sonrió, una sonrisa resaltada por las sombras de la noche y añadió mirándole a los ojos:

—Si mirando al mar solo ves agua pensarás que lo único que puedes sacar del mar es agua y solo buscarás en el mar eso mismo, tu futuro lo condiciona tu mirada, ¿Entiendes ahora lo que quiero decir?

Fernando se quedó en silencio, rumiaba esta última frase intentando exprimir su contenido e interiorizarlo, cuando creyó haberlo conseguido lo expresó en voz alta:

—Sí, creo que te entiendo, dices que quizás debería mirar también la espuma para ver qué puedo hacer con ella.

Gemma se empezó a reír y le dio un par de palmaditas mientras decía:

—ya lo descubrirás, yo confío.

Estuvieron un rato largo en silencio contemplando el paisaje, luego se levantaron y fueron al campamento, por lo visto el sitio para dormir era una tienda de campaña repleta de gente. Se acostó sin pensar en nada y durmió.

La historia de un barDonde viven las historias. Descúbrelo ahora