Domingo

14 2 23
                                    

Dormir fue muy rápido pero despertar lo fue más. Se sintió como en medio de una manada de leones, algo parecido a cuando iba de campamento con el colegio y se quedaba quieto, respirando flojo para esquivar cualquier queja. No solo era que ya no estaba en su cama, con su lamparita semi encendida y el libro en la mesilla sobresaliendo un poco para cogerlo más fácil, sino que ahora se encontraba en plena noche y rodeado de ronquidos, con algo de frío, tanta gente en una tienda no permitía que el frío fuese un problema, y olor a humanidad. Un olor que detestaba. A su lado se encontraba Gemma y otros con los que había compartido el rato del fuego.

Durmió de forma intermitente, con miedo a cambiar de postura por si daba alguna patada o golpe a alguien. Obviamente llevaba el pijama puesto lo que significaba que la noche anterior se había ido a la zona del bosque para cambiarse, a pesar del sueño y del miedo a que le viesen. Todas las noches terminan en algún momento y la de ese día lo hizo tarde, la luz empezó a penetrar poco a poco a través de la lona, muy paulatinamente. En algún momento la primera persona se despertó, estirándose como si estuviese solo. Fernando le vio de reojo y no pudo resistirse a reprenderlo con la mirada. Tras girarse para huir de esa visión incómoda se encontró con la mirada de Gemma que le sonrió.

—¿Has dormido bien?

—No, pero he podido dormir algo —Esta respuesta levantó un poco a Gemma, que se sentó y se estiró mientras bostezaba. —Se te ve con buena cara.

Fernando miró el reloj, que no se había quitado por miedo, eran las siete de la mañana por lo que se desperezó también. Al verle el pijama Gemma por poco despierta a los demás por el gritito que se le escapó antes de contener la carcajada.

—tu pijama es peor que tu ropa ¿de qué mundo has salido?

Fernando no supo qué decir, era demasiado pronto y la pregunta muy extraña, no quería contarle que había cogido un tren al azar sin pensar, eso era raro y vergonzoso, nadie en su sano juicio hacía estas cosas y mucho menos contarle que el motivo era porque había escuchado una carta de un amigo que decía que este finde estaría por su casa liándole la existencia. En lugar de seguir por ese tema Fernando le preguntó por el baño.

—¿Las letrinas? esta semana están allí, detrás de esos árboles -dijo mientras le señalaba la zona a la que fue a ponerse el pijama.

—¿Letrinas? ¿tenéis duchas? ¿hay algún restaurante, no?

—Sí, no y... no, ninguna de esas cosas es imprescindible ¿sabes? —Gemma le sonrió después de dar esa respuesta.

—pero entonces cómo tomáis el café para despertaros.

—A veces Mike hace café en la olla al fuego, pero muy ocasionalmente, si se lo pides puede que hoy lo haga.

—¿Quién es Mike?

—Ayer no le conociste, es ese de allí. —Le señaló al chico grosero que se había puesto a hacer ruido mientras todos dormían, eso no le impidió a Fernando ir en pos de él para pedirle café.

El problema se hizo evidente muy rápido. Mike no le entendía por lo que pasó a gestualizar incluso hizo el gesto de beber y mostrar mucha energía. Le molestó que Gemma solo se riese a carcajada limpia en lugar de traducirle. Entonces Mike le hizo una señal con el dedo hacia arriba y dijo una palabra incomprensible. Gemma al escucharla se rio aún más pero a Fernando no le importó, ahora ya había conseguido tomar café.

Al poco rato Mike volvió con una botella opaca y Fernando le dio las gracias de todas las maneras que se le ocurrió, cuando Mike se fue Fernando dio un trago al café en botella, uno grande porque era de los que bebían el café rápido para que no se enfriara y se encontró con una sustancia viscosa en su boca, muy dulce y muy fuerte también. Gemma, por la risa, ya no se aguantaba sentada.

Fernando tragó eso que se había tomado, él no era de los que escupían, y se le encaró a ella pidiéndole dónde se había metido el tal Mike. Gemma le explicó que Mike se lo había traído de buena voluntad, que él había entendido que le pedía eso. Cuando le iba a explicar qué era Fernando dejó de prestar atención porque le vino un cosquilleo.

«Se busca a joven de 35 años, piel pálida y ojos caídos, su nombre es Fernando Florido. Se le vio por última vez el viernes por la tarde, cualquier noticia llamen al 322.» Policía.

—Yo no he hecho nada —dijo Fernando atónito.

—¿Qué? —le respondió Gemma extrañada —¿Ya te ha subido? ¿tan rápido?

—¡Que me están buscando y no he hecho nada malo!

—¡Ah! no te preocupes por eso, puedes quedarte aquí. A algunos les buscan también y somos como una familia, creo que podrías encajar y estar a gusto —le dijo Gemma.

Decir que a Fernando se le puso la cara pálida sería como señalar que en el mar hay un poco de agua. Se alteró tanto que por poco no se le cayó la botella del líquido extraño. Hay que añadir que el sorbo de eso que había bebido ya se le estaba subiendo a la cabeza por lo que lo que en un principio hubiese descartado de primeras y sin discusión ahora era una ventana abierta.

—¿Si me quedo no me encontrarán? yo no he hecho nada, no he hecho nada...

—Eso ya lo has dicho, es lo que dicen muchos por aquí también. —Gemma estaba sonriendo de oreja a oreja intentando calmarle. —No pasa nada ¿sabes? aquí estarás bien y no necesitas explicar nada.

De las siguientes horas Fernando no recordó nada, sabemos que se las pasó dando golpes a un un bongo mientras varios tocaban unas guitarras, cantaban y jaleaban. Comió unos peces raros que habían cocinado a la hoguera acompañado de unas lechugas del huerto comunitario e intentó hablar con gestos con todo el mundo mientras señalaba un árbol muy viejo que había a la vista. A media tarde tuvo un escalofrío que no percibió del todo. El mensaje decía así:

«Abuncio, me he enterado esta mañana. He ido a los sitios que le gustaban hace 8 años y nada, ni rastro de él. ¿Crees que es por algo de lo que te conté? ¿Qué le dijiste? quizás hubiese sido mejor dejarle seguir con su vida sin entrometernos, tengo mucho miedo. Ojalá solo sea un susto y lo encontremos con vida, mantenme informada de todo por favor.» Sandra.

Fernando solo chasqueó la lengua al escuchar la voz de Sandra, un chasqueo con mucha saliva y muy poca coordinación. Más digno de un señor de 95 años que de una persona de 35. Esa voz era más incómoda que cualquier despertador o cualquier gallo matutino. No entendió una palabra, tampoco entendía las palabras de quien le pasaba la botella, pero esas palabras no le importaban, la botella sí.

La historia de un barDonde viven las historias. Descúbrelo ahora