Me sorprendieron para bien esa noche. Ya tenía el miedo de quedarme solo en cinco minutos, en cuanto ellos conocieran a alguien que yo no y me dejaran de lado. Eso no sucedió.
Marcos fue el primero en adoptarme, llevándome del brazo de un lado para otro hablando en un catalán chapucero mientras me presentaba a más gente de la que podría recordar al día siguiente. Todo el mundo parecía majísimo, y acabé la noche sin rastro de ese miedo adolescente que todos teníamos a no encajar.
Carles volvió después de cogerse un vaso de un líquido de un color que yo había visto poco por aquella época.
—Yo voy a estar poco aquí, que es un bajón —avisó, dándole una palmada a Arnau en la espalda— y dentro van a poner música guapa.
—Yo casi que también, tío —avisó Marcos—. ¿Te vienes?
—Eh... —Los nervios me traicionaron, y solo pude pensar en mi amigo—. ¿Y Agoney?
Sonrieron, creyéndose poseedores de una verdad que nada tenía que ver con mi realidad.
—Pues estaba por ahí, me ha dicho que entraba enseguida —informó Carles, señalando algún punto que no logré localizar—. Si quieres te puedes venir con nosotros, o esperarlo. Todo depende de cuánto pretendas gastarte dentro.
—No creo que mucho. —Arrugué el gesto.
—Pues para dentro. —Y me agarró el brazo que no tenía sujeto por el de pelo más largo.
Mi mente petó y se dejó arrastrar. Estábamos cubiertos de ropa, porque era invierno y hacía bastante frío, pero me estaba tocando. Llevaba años suponiendo que me iba a conformar con dos sonrisas por los pasillos o en clase, y ahora me estaba tocando y me hablaba como si fuéramos amigos.
No duró tanto como me gustaría, porque me soltó en la barra. Él sí quería gastarse unos cinco euros de media por cada cosa que se pidiera.
Sonreí a sus otros amigos, que avanzaron hacia la pista al grito de: ¡vaya temazo guapo! Solté el aire acumulado. Eran buena gente, eso tenía que salirme bien, aunque fuera por el hecho de hacer nuevos amigos.
Carles se situó a mi lado y le dio un sorbo a su copa, de un color mucho más saludable que lo que había visto fuera.
—¿Qué tal te lo estás pasando? Mola, ¿eh?
No era mucho mi estilo y no paraba de moverme por lugares que no conocía, pero estaba con el chico que me gustaba y a sus amigos parecía caerles bien.
Era un buen balance como para contestar con positividad.
—Sí, la verdad es que mola bastante. —Me lamí los labios, deseando tener el vaso que llevaba antes de entrar a la discoteca—. No estoy muy acostumbrado a esta música, pero está guay.
—Está increíble. —Sus ojos parecieron iluminarse, y me quedé en ese brillo el resto de la noche—. A mí me flipa la música para bailar, y en español, que me cuesta una barbaridad el inglés. Son un peñazo, tan impronunciables...
Tragué saliva y asentí, con un entusiasmo algo apagado por saber ese detalle sobre él.
—Claro, todas esas canciones en inglés... No hay quien las entienda.
—¡Eso mismo digo yo! A Ago le encantan, cada semana está obsesionado con un disco diferente, que si Madonna, que si Queen creo que se llaman... Al menos le gusta el Canto del Loco, pero a veces es agotador.
—A mí también me gustan ellos. —Suspiré—. Pero esta música también está bien.
Carles asintió y dejó pasar unos segundos.
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Dos amores, una vida-RAGONEY
FanfictionRaoul tiene 17 años y odia muchas cosas. Odia la librería de sus padres. Odia a su hermano y su perfección. Odia el pueblo en mitad de la sierra en el que está atrapado mientras tenga 17 Odia no ser capaz de hablar con el chico que le gusta. Y ahora...