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Fue dos semanas después de acabar el curso de forma oficial. Agoney aún tuvo unas últimas reuniones para dejar el curso finiquitado y listo para pasárselo al claustro del año siguiente. No tendría noticias de si seguía allí hasta mitad de verano y no tenía sentido pasarse el día esperando una llamada.

La idea fue de Marcos, al que le faltó poco para tirarnos de las orejas hacia su coche. Afortunadamente, ya no era el coche antiguo que llevaba cuando íbamos al instituto. Este era azul oscuro y por la pintura habría pasado por uno recién sacado del concesionario, aunque nos había contado que era de segunda mano.

—¿Habéis visto qué belleza? —Le dio un golpecito suave al capó—. Con el dinero de vuestros padres, chavales.

Soltamos una carcajada y metimos las cosas en el maletero. La idea de la playa llevaba tiempo circulando entre nosotros, y parecía el momento ideal para salir del pueblo. Sería mi primera vez desde que llegué el año anterior.

Mi primera vez desde la última con Carles.

Álvaro llegó hasta nosotros con su hija pegada al pecho por uno de esos aparatos para padres y dos bolsas en las manos.

—Sacadme de aquí, por favor. —Alzamos las cejas—. No aguanto más en casa.

—¿No eras tú el entusiasmado con tu nueva etapa de hombre florero en casa?

—En verano no —aclaró, dejándole las bolsas al dueño del vehículo—. ¿Qué, me pongo delante para que la cría esté cómoda?

—¡Sí, hombre! —intervino Arnau—. Yo soy el copiloto declarado cuando voy con Marcos.

—Y yo suelo estar solo en la parte de atrás —suspiró el más moreno—. Y ahora apretaditos.

—Si quieres me quedo yo con la niña delante. —Se ofreció el rubio.

Álvaro la apretó más contra sí, con mirada desconfiada.

—Antes me quedo en casa.

Para evitar que se proclamara una guerra mundial, porque ambos estaban dispuestos a llevar su postura hasta el final, ayudé a mi hermano a deshacerse de su aparato y quedarme yo con Olivia.

Acabé yo en el centro, con Álvaro en el lado derecho y Agoney en el izquierdo. Arnau se encargaba de la música, consciente de sus privilegios, y Marcos canturreaba mientras conducía, apartando las manos del volante más veces de las necesarias para poner a mi hermano de los nervios.

—¿No puedes conducir con las dos manos ahí?

—Relaja, hermano, que está todo bien, todo bajo control.

—Yo no soy tu hermano —gruñó.

Mientras ellos discutían pasivo-agresivamente, yo intentaba distraer a Olivia. Arnau no estaba por la labor de poner música infantil, así que se aburría entre música de reggaetón y de rock, que parecían ser sus únicos géneros permitidos.

—¿Me la dejas? —preguntó Agoney en un determinado momento, con voz susurrada e inclinado sobre mí.

—Sí, claro, suerte —añadí con sorna.

La tomó el tiempo suficiente para ponérsela sobre los muslos. La pequeña, que no llegaba al año, tenía un mohín permanente, que desapareció en cuanto el moreno empezó a hacerla botar al ritmo de la música. Al principio hacía caso más a los botes, pero acabó descojonada de la risa, acabando de golpe con la discusión. Álvaro pestañeó, observando con estupefacción las risas de Olivia. No era que nunca se hubiera reído así, pero era demasiado seria para su edad.

—No, si... nos ha venido bien y todo venir.

Llegamos a un pueblo costero cuando todavía era temprano. El plan era pasar el día allí, comiendo de tapers la ensalada de pasta que nos habíamos montado de forma individual. Álvaro llevaba un biberón para su hija, pero tuve que compartir la comida cuando llegó el momento.

Dos amores, una vida-RAGONEYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora