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El resto del año fue tan tranquilo como cabría esperar en un pueblo como el nuestro. Pasamos una semana de verano en Peñíscola toda la familia, con Olivia aprendiendo a nadar a pasos forzados y Álvaro queriendo grabarlo todo.

Luego me invitaron mis suegros a pasar unos días en Canarias, de donde eran originarios. Tuve dudas, porque sería el tercer avión desde que estaba instalado allí y no sabía si podría lidiar con ello sin montar una escena. Pero la ilusión por conocer la tierra de mi novio (que ya conocía por viajes) de su mano pudo conmigo, así que hice ese viaje y no fue tan malo. Su caricia constante me ayudó en el despegue y aterrizaje, y supo entretenerme muy bien.

Con septiembre y un nuevo curso abriéndose paso, todo iba volviendo a su cauce. Los comienzos siempre eran complicados, sobre todo con Agoney teniendo nueva clase a la que ganarse, y yo teniendo que mantener los clubs de lectura cuando algunos se estaban vaciando por falta de tiempo de sus miembros.

El cumpleaños número treinta de mi chico nos pilló ya más instalados en la rutina, una que podía ser aburrida para muchos, pero que yo valoraba después. Lo organicé yo, después de que me dijera que le apetecía algo de fiesta. No era tan habitual en él, así que los tres nos lo tomamos muy en serio y le preparamos la fiesta en el reservado de una discoteca.

—A ver, un brindis por mi chaval. —Marcos alzó una copa—. Porque el último en llegar a la treintena la saboree como se merece.

—Ya estás gracioso hoy —refunfuñó, chocando nuestros vasos—. No sé qué quieres que saboree, no va a cambiar nada de un día para otro.

—No te creas, ¿eh? —añadí yo—. Los treinta te dan una madurez distinta, se ve todo diferente.

El moreno entrecerró los ojos.

—Y esto se lo decís al más maduro de todos —se rio Arnau—. Si de joven le faltaba sacar el libro de fiesta.

—No te creas que a veces no me daban ganas —bromeó, dándole un golpecito en la pierna—. No es mi tipo de entorno.

—Pues ya me dirás tú por qué hemos acabado aquí a tus treinta.

Se encogió de hombros y me robó un beso que me dejó buen sabor de boca.

—Por variar un poco. No voy a ser joven para siempre, no está mal de vez en cuando tomar un par de copas con tu gente escuchando música del demonio.

—Ya le ha entrado el síndrome de la vejez a este. —Marcos fingió poner los ojos en blanco—. Si no te digo yo que el cambio entre los veintinueve y los treinta es notorio...

—Si todo va bien, pronto estaremos escuchando a Beyoncé en un bonito sitio de grada. —Dejé mi mano en su muslo—. Espero que estés escuchándola muchísimo.

—Estoy esperando la chuleta. —Me sacó la lengua.

—¿Qué chuleta? —Entrecerré los ojos.

—Las canciones que vaya a cantar en los conciertos.

—¡Ago!

—¿Qué? Tiene como diez discos, no tengo tanto tiempo para aprendérmelas todas.

—¿Cómo que no? Cada vez que te pongas a preparar deberes, exámenes... La reina de fondo.

—Por mucho que me encantéis hablando de Beyoncé —nos interrumpió Arnau—, estamos aquí para celebrar. Las matrimoniadas gais vuestras, para luego, gracias. —Y nos lanzó un beso.

Le hicimos caso y disfrutamos de la noche. Tras una copa más, nos levantamos para disfrutar de la música. No queríamos mezclarnos entre la gente, así que nos mantuvimos en el reservado hasta que fue hora de marcharnos. Yo cada vez era menos de esas fiestas, pero estaba bien bailar con mi novio en un toque más reggaetonero, con nuestras caderas pegadas y nuestros labios huyéndose toda la noche.

Dos amores, una vida-RAGONEYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora