Sé que Carles se contuvo de emoción cuando le conté que había decidido irme con él a "recoger" sus cosas de Ibiza. Todavía no habíamos hablado de qué pasaría con la casa de la isla si era verdad que quería instalarse en el pueblo, pero supuse que teníamos tiempo.
La idea era irnos después del fin de semana, aprovechando los precios más bajos para unos billetes comprados en el último minuto. Por tanto, ese sábado me encontré a mí mismo abriendo la librería a mi hora, como si no estuviera a días de decidir toda mi vida.
Agoney y Olivia se pasaron a mitad de la mañana. Él llevaba una sonrisa cansada, que se correspondía con las noches en vela que llevaba a rastros, y pensaba que no me daba cuenta.
—Hola, guapo. —Me incliné en el mostrador para darle un beso y aprovechar para dejar la mano en su mejilla—. ¿Te está dando muchos dolores de cabeza la peque?
—Está tan apática como todos. —Se encogió de hombros—. ¿Qué tiene febrero tan frío para tenernos así?
—No te lo digo porque...
Puso una mueca al entenderme. Abajo, Olivia no parecía muy preocupada. En cuanto le dimos vía libre, se fue a la sección infantil a cotillear los libros de esa zona, a sabiendas de que le dejaría el que quisiera, mientras no se lo llevara a casa.
Me distraje con un cliente y, cuando volví al mostrador, mientras se decidía, lo pillé mirando a la niña, muy serio.
—Ago —lo llamé, y no seguí hablando hasta que no se giró hacia mí—, ¿cómo estás? Y sé sincero, que no estoy para medias tintas.
—¿Podría estar mejor? —Resopló—. No sé cuál es la respuesta correcta.
—La que diga la verdad. —Apreté su mano. La tenía congelada—. Te estás arrepintiendo, ¿no?
—No —fue demasiado rápido, más de lo que me gustaría—. No voy a pasarme toda la vida con la duda. Vas a irte con él y a elegir lo que te haga feliz. Punto y final.
Puse un puchero. Le creía, era lo más justo, pero no significaba que él fuera a pasarlo bien. Iba a ser una tortura, aunque yo pretendiera hablar con él a menudo.
Al verme así, dio la vuelta al mostrador. Cogió aire antes de pasar sus brazos por mi cintura y acercarme a un abrazo. Sujetarme por encima de su cuello salió natural, así como apretarme hasta que su calor corporal se mezcló con el mío.
—Vamos a estar bien, ¿verdad?
—Ay, cariño, si sobrevivimos a esto no va a poder separarnos nada.
Tragué saliva y cerré los ojos, concentrándome en su olor, en lo relajado que me sentía entre sus brazos y teniéndolo a mi alrededor. Era increíble que alguien pudiera actuar como bálsamo de otra persona, yo siempre había creído eso exagerado, pero él me demostraba lo contrario.
Me separé con el corazón acelerado. Mi novio alzó las cejas, preguntándome con la mirada. Podría haber hablado, pero todo se resumía en lo mucho que lo quería, así que eso hice: lo besé, con las manos en su cuello para evitar que se alejara.
Con la boca entreabierta, Agoney no tardó en responderme con mis mismas ganas, e incluso mejorándolas. Me tragué un gemido porque había un cliente buscando libros para su hija pequeña y nuestra sobrina estaba a pocos metros también, pero lo apreté más contra mí y contra el mostrador. Cualquier espacio que nos separara me parecía excesivo.
—Si al final el tío ha tenido su romance de bibliotecario.
Me quedé paralizado, con mi lengua todavía en su boca y nuestras manos tocando todo del otro. No tuve que girarme para saber que se trataba de Carles. Todavía llevaba una mano en el picaporte de la puerta de entrada, y la otra se masajeaba la frente.
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Dos amores, una vida-RAGONEY
Hayran KurguRaoul tiene 17 años y odia muchas cosas. Odia la librería de sus padres. Odia a su hermano y su perfección. Odia el pueblo en mitad de la sierra en el que está atrapado mientras tenga 17 Odia no ser capaz de hablar con el chico que le gusta. Y ahora...