Promesa de infancia

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—¿En serio?—Una pequeña sonrisa de satisfacción cruzó por su rostro, aunque trató de ocultarlo inmediatamente

Damián, quien vio a Liz sonreír de manera suspicaz, recordó de inmediato el día anterior cuando aquel hombre escupió frente a él. Al volver para ver a la mujer que amaba, mostró cierto grado de malicia al mirar ese hombre, de cómo los días en que estuvo con ella se quejó por unos momentos de los criminales y ansiosamente esperaba una señal que le indicara que ella no tuvo nada que ver. Pero fue todo lo contrario; Liz simplemente expresó su alivio al saber que ya no tendrían más preocupaciones con una sonrisa. << ¿Realmente lo hizo solo porque me quejé? ¿Realmente lo hizo, verdad? Dios mío, ¿qué debo hacer ahora?>>

—Aunque es un alivio, lo que pasó fue algo sorprendente. Yo creo que por el momento aún estaremos ocupados, señorita— clamo el consejo.

— No hace falta entrar en detalles, de acuerdo. Me aseguraré de hacer las cosas rápido y pasar más tiempo contigo, Liz.

Mientras trataba de ocultar su temor y a la vez un poco de felicidad, pues quién sabe, no cualquiera mata personas solo porque te causan malestar. Aun si trato de ser racional, ¿cómo podría cubrir ese hecho? Volvió a mirar por la ventana para observar cómo la mujer que ama está al lado del hombre que sale con su mejor amiga y enseguida rió.

—Lo hicieron ellos...

—Disculpe señor, ¿de quiénes está hablando?

—De nadie, solo recordé algo.

—Aun si no tenemos pistas, ¿cómo exploraremos lo ocurrido?

— Quizás se mataron entre ellos, Alan, o le debían a alguien. Tratemos de no fundir el pánico entre la gente y terminar con esto rápido.

Los días pasaron, el rey dio la orden a sus guardias de tener vigilancia en las calles y el caso quedó inconcluso. Los nobles no se encontraban satisfechos, pero debieron cumplir con las órdenes del rey. Cinco días después, ocurrió un accidente, más bien un gran revuelo en la sociedad.

— ¿Cómo pueden permitir que dos hombres salgan?

— ¡Es totalmente antinatural!

— Cállate, si te oyen los guardias.
— Que oigan, dos hombres saliendo es espantoso.

— Sin mencionar que el pobre rey debe estar muy disgustado sobre esto.

Estos y más comentarios llegaron al palacio y a oídos de los enamorados, quienes tenían una discusión.

— ¡Suéltame! —expresó con molestia.
— Vamos, Lucas, por favor, hace días que no me hablas —exclamó angustiado.

— ¿Acaso no lo entiendes? ¿Cómo puedo hacer oídos sordos ante tales acciones?

— Lucas, no importa lo que digan los otros —señaló mientras trataba de calmar a su amado.

— Alan, no, señor, soy un plebeyo y un hombre, estoy acostumbrado a chismes o insultos, pero, ¿cómo puedo permitirme la osadía de no solo salir con un noble sino también perjudicar a tan bello ser humano?

— ¡Eso no me importa!

— A mí sí, si me permite, señor —señaló para luego marcharse.

Alan, quien no tuvo más opción que dejarlo ir, fue a quejarse con el rey...

—¿Ahora qué hago?.

—Dale tiempo, Alan, verás cómo luego se calman las cosas y podrás hablar con él.

—Pero...

—¿No confías en tu amigo? Además, recuerda la promesa que te hice. Yo me encargaré de todo.

Hace tiempo, cuando Damián era apenas un príncipe de 8 años, conoció a Alan, quien tenía la misma edad.

— ¡Hola! Mi nombre es Damián.

— Es un placer. Que Dios bendiga al pequeño sol —expresó mientras reverenciaba al rey y al príncipe.

— ¡Vaya! Tu hijo es muy educado. ¿Qué te parece si mientras juegan nosotros hacemos nuestro trabajo?.

— Bien, su majestad. Alan, sé cuidadoso.

Al marcharse los adultos, ambos niños se quedaron solos, pero Alan y Damián no se hablaban, pues tenían sus propios asuntos que atender. Damián, por un lado, quería salir al jardín, y Alan, por el otro, solo leía un libro.

— ¿No te aburres leyendo eso? —señaló el pequeño Damián al ver al pequeño “duque” con un libro sobre finanzas.

— Aún así, ¿no crees que sería mejor, no sé, blandir una espada?

— Su alteza, por favor, no interrumpa mi diversión.

— ¿Cómo?.

— Disculpe, pero no hablo con personas estúpidas.

Damián, enfadado, mantuvo la calma y respondió— Veo que eres un amargado. Mejor voy a entrenar un rato —tomó su espada de madera y comenzó a agitarla.

— Así no es como se hace.

— ¿Qué, ahora sabes cómo tomar una espada? —replicó mientras torcía su rostro.

— Sí, y mejor que tú.

— Bien, entonces demuéstralo —lo apuntó con su espada para luego invitarle a un duelo.

TRONOS : Entre El Odio Y El Amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora