Aridez blanca

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Brilla el sol bajo un cielo azul moteado de nubes blancas,
lo que me recuerda que estoy muerta por dentro.
Respiro; y estoy muerta por fuera.

El dolor vuelve con los días claros, más agudo y punzante,
me atraviesa a golpes de incesantes latidos arrítmicos
que resuenan incansables en mi doblegada cabeza.

No hay nada que calme este penar candente
que serpentea sinuoso por mis angulosas oquedades,
cargados de innumerables sinsabores y padecimientos.

Nadie viene a acallar mi sufrimiento,
nadie lo distrae ni lo comparte,
está aquí conmigo, con su inmensa aridez
abarcando cada segmento de mi ser desacompasado.

Sólo los fríos con su oscuridad consiguen apaciguarlo,
pero no desaparece, porque ya hace tiempo que no rompe el día,
sumida en esta noche eterna que anestesia los sentidos,
contemplo con indiferencia como pasan las horas muertas.

Los días se suceden y aunque quiero,
no puedo ver más allá de la penumbra que me ilumina.
Otro día más que pasa y no puedo sentir, o quizás si siento,
siento que nada vive en mí que no sea esta aflicción que me consume.

Mi corazón, oscuro sótano de despropósitos
en donde en algún lugar perdido se desangra mi alma,
desde que en los límites de mi frontera ya no estás tú.

Palabras enmohecidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora