_1_ Hermanos

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Rhydian

—¡Ahh! ¡Maldita escoria!

-¡Vamos, enano! -Palmeé su hombro sin parar de reír. -No fue para tanto.

Se removió ante mi tacto completamente molesto.

-¿¡Que no fue para tanto!? -Pateó con fuerza el costado del cuerpo inerte frente a nosotros. -¡El muy hijo de puta ha manchado mi camisa con su sucia sangre!

-Eso no fue culpa de él. -Seguía burlándome por verle tan fuera de sí. Era consciente de cuánto odiaba pasearse por el lugar sin sentirse impecable. -Te acercaste demasiado a la zona roja.

-¡Apenas la pisé!

Continuaba resoplando y maldiciendo al tiempo que propinaba otra patada a aquel tipo ya sin vida.

-¡Odio que sean tan desafiantes allí arriba, capaces de sentirse que nada podrá con ellos y que aquí abajo no soporten un poquito de dolor! -Bufó una vez más tratando de limpiar la pequeña mancha en su camisa, junto al cuello de la misma.

-No es la primera vez que ves a un humano de ese tipo. -Inquirí iniciando el paso junto a él para salir de la celda 437.

-¡No sirven para nada!

-Aún no sé de qué te sorprendes, enano. Llevamos siglos sabiendo esa realidad. -Volví a reír al ver su gesto molesto sin dejar de querer eliminar esa manchita.

-Señor Rhydian, señor Emeric...

Mi hermano y yo silenciamos nuestra conversación y miramos en la dirección donde provenía aquella voz.

-Habla, Dargos. -Le señalé.

-El Maestro requiere su presencia.

Emeric y yo conectamos nuestras miradas de nuevo, pensando en cuál sería el motivo por el que el Maestro quería vernos. Miré una vez más a Dargos y asentí, dio media vuelta y caminó por los pasillos del submundo asegurándose a cada rato de que continuábamos detrás de él.

-Sabe lo del ácido. -Susurró Emeric dibujando su característica sonrisa burlona.

-No lo creo. -Cuestioné frunciendo el ceño por la duda. -Quemarle el rostro a esa alma no es nada por lo que tuviéramos que recibir una reprimenda, enano.

-Y tendrías razón si no se tratara del alma de Igor Rostarov.

Reímos. Fue inevitable.

Igor Rostarov no era otro que el líder de la Bratva. Treinta y siete años al mando de la mayor Organización de la mafia Rusia, el temor de los peces gordos. Se pasó toda su insignificante vida dedicándose al trafico de drogas y de armas, así como a la trata de blancas. Se movía en el mundillo de la explotación infantil. Mataba a todo aquel que se interponía en sus negocios, si le estorbaba, sobraba. Pasaba sus noches tomando Whisky de Johnnie Walker Blue Label, auténticos puros habaneros y disfrutando de su colección de putas personal.

Nadie pensaría que un ser tan temido como él, quien prácticamente tuvo el mundo humano a sus pies, acabase en el infierno porque bajó la guardia mientras una de esas prostitutas le practicaba un oral en lo que otra aprovechaba para clavarle una navaja plegable Wolfgang Loerchner en el cuello.

Una forma muy patética de morir... ideal para un ser patético como él.

-Sólo fue un poco de ácido. -Bufé sonriendo al recordar cómo esa ánima gritaba implorando por su ¿vida? Fue realmente gracioso.

-Le pertenecía a Klaus.

-Tiene el resto del cuerpo para torturar.

-¡Klaus odia que toquen a sus presas! -Llevó sus manos a su cabeza y saltó emocionado. Apostaría tres siglos destinado en las catacumbas a que este enano disfrutaba al imaginar la reacción de Klaus al descubrir que habíamos tocado su 'juguetito'

Demon: Cenizas del perdón © //Libro 1: Rhydian//Donde viven las historias. Descúbrelo ahora