PRÓLOGO

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—¡Niños, con cuidado!—advertí a mis tres hermanos pequeños que correteaban frente a la casita.

—Mi dulce amada.

Me giré rápidamente hacia aquella voz tan conocida y tan melodiosa para mí, encontrándome con el hombre al que mi corazón pertenecía.

—¡Neville!—dejé la cesta de la ropa para lanzarme a sus brazos.

Nos hizo dar un par de vueltas antes de apartarme para clavar su mirada en la mía. Amaba sus ojos, siempre tan sinceros y encantadores que me contemplaban con tanto amor, un amor verdadero que calentaba mi corazón rebosante de alegría ante su presencia.

—¿Estás lista?—esbozó una radiante sonrisa.

—Estoy deseando con ansias que caiga la noche—acerqué mi rostro en busca de su calor.

Días atrás, mi enamorado me imploró permiso para pedir mi mano ante mis padres, algo con lo que me encontré completamente conforme y acordamos realizar lo antes posible.

Sin embargo, este no era mi final feliz.

Ese mismo día, la tarde antes de la supuesta pedida de matrimonio, sucedió un giro inesperado que cambió mi vida. Sentí mi corazón romperse en mil pedazos cuando descubrí al que me prometió el mundo entero entregarse a otra mujer. Fue entonces cuando comprendí que hasta el más encantador de los hombres puede resultar ser de la misma calaña, buscando siempre lo mismo en una mujer, con la palabra endulzante detrás del oído para conseguir lo que desean.

Lo único que quería hacer en ese entonces era huir, desaparecer por completo y no volver a compartir ni siquiera una mirada, pero mis deberes pesaban sobre mis hombros. Así pues, cargaba con la responsabilidad de tener que ayudar a mis padres en sus labores y a mis hermanos con su cuidado, al igual que, según padre, encontrar a un buen hombre para formar una familia y honrarlos como se merecen.

—¡Freya!

—¿Qué deseas?—tomé los jarrones abarrotados de agua, levantándome de la orilla del río para regresar al pueblo y alejarme de él.

—Escúchame, por favor—sentía su desesperación—. Todo se trata de un malentendido.

—No, no pienso malgastar mi tiempo en escuchar tus falsas palabras.

—Déjame... Déjame ayudarte.

Trató de quitarme ambas vasijas de los brazos, pero aparté mi cuerpo con violencia, alejándome de su tacto.

—¡No requiero de tu ayuda!—bramé con indignación—. Soy una mujer fuerte que no necesita de la presencia de ningún hombre que le endulce el oído.

—Freya, por-

El olor a leña quemada invadió mis fosas nasales, y al parecer no era la única, porque Neville dejó de hablar para mirar en dirección a nuestros hogares.
Dejé caer el agua, corriendo con todas mis energías para llegar lo antes posible al origen del incendio: la madera de las casitas del pueblo.

—¡Madre!—al abrir la puerta sentí mi garganta cerrarse ante tanto humo.

Salí corriendo con tanta prisa que no pensé claramente la situación, pero el agua que traía podría haber servido, aunque el fuego ya había crecido demasiado.

—¡Padre!—continué gritando—. ¡Beatriz!—llamé a mi hermana pequeña.

La desesperación y la idea de perder a mi familia comenzaban a consumirme.

—¡Benet! ¡Florian!—llamé a los gemelos.

—¡Freya!

Jadeé al escuchar la vocecilla aterrorizada de Benet.

—¡Sigue hablando!

Guiándome por su voz, llegué hasta una de las habitaciones de los niños, donde se encontraban mis tres hermanos abrazados, llenos de miedo y con sus cuerpos temblando.

—He intentado romper la ventana...—sollozó Florian, tratando de contener sus lágrimas—. No se abre, está atascada.

—Lo has hecho bien—acaricié su cabeza con rapidez—. Eres un hermanito mayor muy valiente. Ahora, haceos a un lado.

Siguiendo mis instrucciones, los tres se pusieron detrás de mí. Las llamas estaban a punto de alcanzarnos, pero tomé impulso, agarrándome del marco de la ventana y recogiendo mi vestido para quebrar el cristal con mis pies.

—¡Vamos, niños!—los cargué para que salieran rápidamente—. Cuidado con los cristales.

—¡Niños!

Tras escuchar las voces de mis padres en el exterior, una ola de alivio recorrió mi cuerpo y salí de inmediato para reunirme con ellos. Pero la situación no era nada favorable en el otro lado.

—¡Madre, padre!—gritaron mis hermanos.

Cinco Caballeros Negros rodeaban a mis padres y, a pesar del acontecimiento, no pude evitar analizar todo lo que me rodeaba: caos y destrucción. Unos llorando la muerte de su ser querido, otros la pérdida de aquello por lo que tanto habían trabajado. Y a pocos pasos de mí, cerca de la entrada de lo que una vez fue mi hogar, Neville. Yacía tendido en el suelo, desangrado y sin vida, con su espada a su lado como símbolo de una muerte honorable.

Luchó por vivir.

Me acerqué a él. Las lágrimas no salían, solo un sentimiento de tristeza recubierto de una ira que conseguía opacarlo. Bajé sus párpados con mis dedos.

—Te amé tanto...—un par de lágrimas se escaparon de mis ojos.

Tomé la espada, caminando hacia los Caballeros de la Reina Malvada, posicionándome frente a mis hermanos.

Un silencio abrupto se formó en el ambiente, escuchándose únicamente las llamas embravecidas siendo movidas por el viento. Entonces, las carcajadas de los Caballeros.

—Terminemos con esto de una vez.

La espada de uno de ellos iba directo al cuello de mi madre, pero antes de que llegara, el filo de mi espada cortó la mano con la que estaba dispuesto a ejecutar dicha acción.

Jamás olvidaría los gritos de aquellos desgraciados después de todo el daño que causaron.

ÉRASE UNA VEZ DOS CORAZONES ROTOS || CAPITÁN GARFIO | KILLIAN JONES X LECTORADonde viven las historias. Descúbrelo ahora