VIII

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Los días pasaban y la mujer se encontraba cada vez más afligida, sintiendo la cercanía de su destino como una presión constante de dolor en el pecho.

Primero la muerte de sus hombres por una traición inesperada, después encontrarse a bordo de un navío en el que su presencia no importaba lo más mínimo, y ahora regresar a su sitio natal, el mismo que le dio la espalda cuando más lo necesitaba.

—Enfermarás.

Cómo de costumbre, el capitán aparecía y se unía a su miseria.

—Llevas días durmiendo a la intemperie.

—No pienso dormir rodeada de... hombres.

—¿No lo hacías con los tuyos?—enarcó una ceja.

—Ya hemos hablado de esto.

—Sí, ellos eran diferentes—suspiró—. ¿Qué me dices de dormir en mi camarote? Y antes de que digas nada—continuó al ver su cara de desagrado—. Yo dormiré con el resto, así que estarás tú sola, sin nadie.

—¿Por qué harías eso?—entrecerró los ojos con sospecha—. ¿Es otro de tus trucos?

—Digamos que es parte de mi encanto.

—Y digamos que tu palabra no es nada fiable.

—Bueno, ahí tienes la oferta—sacó la pequeña botella de ron para comenzar a beber—. Es asunto tuyo si aceptas o no.

Por supuesto que su orgullo jamás le permitiría aceptar la propuesta del capitán, pero esa misma noche los astros decidieron alienarse para jugarle una mala pasada. Viéndose envuelta en una horrible tormenta, no tuvo más remedio que ceder, por lo que terminó entrando al camarote con la ropa empapada y lanzándole una mirada de odio.

—Esperaba tu presencia, amor—sonrió de lado, bajando las botas del escritorio para acercarse—. ¿Cómo ha sido la experiencia?

—Dame ropa nueva antes de que enferme y tengas que gastar medicamentos.

—¡Enfermar!—levantó sus brazos con energía—. Creo haberlo mencionado. En ese caso... yo tenía la razón.

—¡Jones!

—Demasiado mal humor para tanta belleza—se paseó por el cuarto antes de entrar a la habitación—. ¡Deberías trabajar eso!

No diría ni una sola palabra, porque estaba segura de que terminaría matándolo, así que esperó a que saliera de nuevo, esta vez con unas cuantas prendas secas.

—Eres desagradable—extendió frente a ella una de las telas, cerciorándose de que era de mujer.

—Solo buen previsor—guiñó un ojo.

—Juro que si entras te corto la otra mano—amenazó, entrando a la habitación para vestirse.

—¿Qué diría eso de mí siendo yo un caballero?—dijo con burla—. Jamás mancharía mi nombre de tal manera.

—Puedes largarte. Soy capaz de dormir sola.

—¿No me dejarás apreciarte ni un segundo?

—¡Jones!

—Ya me voy, amor—sonrió divertido—. Sueña conmigo.

—¡Serán pesadillas!

No resultó nada cómodo volver a recostarse sobre aquella cama. Sobre todo por el aroma que, pese a no resultar desagradable al olfato, molestaba a la mujer, porque el capitán a bordo cargaba con la misma fragancia.

Transcurrida la noche, Freya se levantó sin ningún inconveniente, de hecho, incluso se sentía con mejor ánimo tras haber dormido en una cómoda cama en vez del frío suelo chirriante de madera. Aunque su estado de ánimo decayó un poco al recordar su próximo destino.

Los próximos días fueron tranquilos, pero también inquietantes por ese sentimiento angustioso de regresar al que una vez fue su hogar.

Fue agradable volver a conciliar el sueño, y poco a poco, sin darse cuenta, el capitán del barco fue ganándose un pequeño espacio en su corazón, aunque trataba de autoconvencerse de que aquel sentimiento de calidez, ser tratada con amabilidad, era lo único a lo que podía aferrarse en estos momentos. Por esa razón no llegaba a bajar esa coraza. De esa manera, la relación entre ambos no avanzó en ningún otro aspecto, hasta que finalmente llegó el día tan esperado.

Todos habían desembarcado, dirigiéndose seguramente a algún lugar en el que poder hacer de las suyas, pero Garfio se quedó un poco más con Freya.

—Aquí nos despedimos, Jones—soltó un pesado suspiro, echando un vistazo a su alrededor.

—Veo tu nostalgia, querida—torció una sonrisa—. Es aquí de donde procedes, ¿me equivoco?

—Como nuestros caminos no volverán a cruzarse, te daré mi más sincera respuesta—sonrió ampliamente—. Y es sí. Ahora, si me permites, ha sido un pequeño placer—comenzó a alejarse.

—¡Yo sí quiero que nos volvamos a ver!

—Estás mal—rió, dando media vuelta para mirarle con diversión en sus ojos—. ¡Hasta nunca jamás, Capitan Garfio!—dijo con burla.

Prosiguió su paso como si sus caminos jamás se hubieran cruzado, declarándose perfectos desconocidos. Pero eso no pareció contentar al corazón de Garfio y, resignado, lo único que pudo hacer fue seguir su instinto, persiguiendo a la mujer desde una distancia prudente.

Llegó a arrepentirse de su decisión, pero ya era demasiado tarde para echarse atrás, pues tal parecía que ella se detuvo en su destino, no muy lejos de donde habían embarcado. Era un pequeño pueblo bastante encantador, pero algo apagado.

Los murmullos inundaron el lugar, todos salían de sus casas para saber quién había llegado, y al parecer la conocían muy bien, sin embargo, las miradas no eran de bienvenida.

—¿No estaba muerta?

—Es un pirata, ¿qué se podría esperar de ella?

—Los malos hierbajos nunca mueren.

—"La esposa de la muerte", ridículo.

Pasó de largo, pareciendo ignorar cada palabra que escuchaba, pero no era así. Cada una de esas palabras se incrustaban profundamente en su corazón.

Garfio estuvo atento cuando se detuvo frente a una de las casas, esperando pacientemente a que quien la habitaba saliera de ella. Y fue una gran sorpresa cuando tres jóvenes, dos varones y una jovencita, se asomaron por la puerta, quedando perplejos ante la presencia de la mujer. Fue uno de los muchachos que corrió, con los ojos empapados en lágrimas, para abrazarla, entonces los otros dos le siguieron el paso, imitando la acción.

—Mis niños hermosos...—dijo con la voz rota por el llanto.

—Hermana, tú...—habló la chica.

—Se suponía que estabas muerta—completó el otro varón.

—¡Hijos!—salió una mujer de aparentemente más edad que Freya—. ¿Qué...? Oh—llevó una mano a su corazón—. ¡Oh, querido!—gritó llena de dolor.

—¿Qué ocurre?

Por último, un hombre robusto salió con prisa, temiendo por la seguridad de su familia, pero la sorpresa fue demasiado inesperada.

—¡Freya ha vuelto, está viva!—exclamaron los tres hermanos.

ÉRASE UNA VEZ DOS CORAZONES ROTOS || CAPITÁN GARFIO | KILLIAN JONES X LECTORADonde viven las historias. Descúbrelo ahora