VII

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Resulta placentero despertar por la mañana y ser recibido con el más exquisito de los aromas, indicio de aproximarse a saborear un delicioso desayuno. Sin embargo, dicha situación le puso alerta, incorporándose de golpe.

Su barco nunca era inundado por tal fragancia culinaria.

—¡Capitán!

Ni siquiera se paró a pensar por qué todavía vestía las mismas ropas que la noche anterior, no tuvo oportunidad porque salió disparado del cuartucho, escaleras arriba, encontrándose con un panorama de lo más inusual.

—¡Capitán, venga a probar!—uno de sus hombres levantó un plato vacío con restos de comida.

—¡Qué manos portadoras de tanta maestría!—exclamón otro—. ¿Y no está casada?

—¡Felizmente libre!—carcajeó desatando risas entre los hombres.

Ahí estaba esa actitud pícara que deseaba ver en ella.

—¿Cómo es que nos deleitas con tu buen humor el día de hoy, amor?—tomó asiento a la vez que recibía un plato lleno.

—Calla y traga, Garfio.

—Como deseéis—ladeó una sonrisa.

El momento en el que la comida llegó a su paladar, una explosión de sabor inundó todo su ser. El desayuno hecho únicamente por un par de manos era lo más sabroso que había probado en años, tal vez nunca.

—La cocina estaba hecha una desgracia—suspiró con cansancio cruzándose de brazos—. Tuve tiempo suficiente hasta que despertaron.

No tenía palabras para nada, sólo asentía, terminando de rebañar los restos de su plato.

—¡Su tripulación fue realmente afortunada de tenerle!

Mala idea fue mencionar aquello. Tras responder con una sonrisa forzada, retomaron las conversaciones y la mujer se levantó extrañamente tranquila, pero Killian pudo notar la profunda tristeza en sus ojos que trató de esconder.

—Fui yo la afortunada.

Con los hombres disfrutando del manjar, consiguió pasar desapercibido y alejarse hacia el mismo rincón del barco que el día anterior, como si hubiera colonizado esa parte de la proa como su sitio seguro.

Viendo que nadie prestaba atención a la mujer por estar ensimismados en gustoso placer, decidió seguirla.

—¿Volverás a intentar algo como lo de anoche?—preguntó al escuchar el sonido, ya conocido para ella, de la suela de sus botas sobre la madera.

—Palabra de pirata—puso una mano sobre su pecho levantando el garfio.

—Si tengo que contar con eso...—resopló con ironía logrando sacar al hombre una sonrisa.

—Hagamos un trato.

—No.

—¿Ni siquiera me darás oportunidad alguna de explicar mis intenciones?

—Por lo que he podido deducir, tus intenciones nunca llevan a nada bueno. Para empezar, ¿por qué me salvaste?

—El gran capitán Garfio jamás ignora a una dama que requiere de su ayuda.

—Resultas desesperante—rodó los ojos—. Continúa con tu ridícula idea.

—¿Qué me dices... de ser la encargada de cocina? A cambio, podrás quedarte a bordo de Jolly Roger.

—¡Deshonra!—bramó indignada—. ¿Cómo se te ocurre algo semejante? ¡Yo antes era capitán, capitana de La Silenciosa! ¿Y pretendes que pase a cocinar para los tuyos y... para tí?

—Ey—levantó los brazos—. ¿Por qué tanto desprecio hacia mi persona? No me incumbe si decides ir a la deriva tú sola, pero yo lo pensaría, amor.

—Solo llévame a tierra y ya me encargaré yo de mis propios asuntos—resopló exasperada.

—¿Pero volverás a cocinar?

—¡Largo!

—No puedes echar a un capitán de su navío, querida.

Apoyó sus manos en la borda para incorporarse, pero entonces algo llamó la atención del capitán. La mujer siseó de dolor, realizando un movimiento brusco dirigido a su brazo que escondió rápidamente.

—Déjame ver.

—Está bien, no te preocupes—dijo con indiferencia.

A pesar de rehusarse, el capitán enganchó su muñeca con el garfio que portaba, dejándola a su merced. Tal parecía que una leve quemadura envolvía parte de su antebrazo y eso le suponía una molestia que requería de atención.

Iba a reclamarle por el contacto, pero selló sus labios al ver cómo el hombre tomaba de un bolsillo de su chaqueta un pequeño frasco de cristal, llevándola a su boca para retirar el corcho con los dientes.

Un gemido raspó su garganta, quejándose por la sensación de ardor en la zona afectada. Ahora Killian sacó un pañuelo de tela, procediendo a envolverlo alrededor de la misma zona. Acercó sus labios, enganchando el extremo de la tela entre sus dientes para tirar de ella y ajustar el nudo.

Lo que más le llamó la atención fue la maestría con la que había conseguido apañar un vendaje con una sola mano, como si fuese todo un experto, cosa que también le causó curiosidad al querer saber por cuánto tiempo había convivido de esa manera.

—Listo, ya no estarás de tan mal humor.

—¿Qué te ha hecho pensar que algo tan insignificante alteraría mi humor?—frunció el ceño.

—Percibo que eres de esas—sonrió con sorna.

—¡Si pudiera te arrancaba la cabeza!—apartó la cara con indignación—. ¿Me dirás ya nuestro destino?

—El que deseéis.

—¡Jones!

—Tus expresiones son muy entretenidas—rió bajo—. He aquí.

Sacó un mapa. No dejaba de sorprenderle la cantidad de cosas que traía encima, como si los bolsillos de su chaqueta no tuvieran fin.

Extendió el plano ojeando brevemente antes de señalar una ubicación con su índice, dejando a la mujer en shock.

—No puedo.

El rostro de la mujer lleno de pánico causó intriga a Garfio.

—¡No podemos!

—¿Y la razón?

Pensaba cualquier excusa ridícula que se le ocurriese, pero no era capaz de encontrar alguna y tampoco veía conveniente explicar las razones personales por las cuales ella no podía desembarcar en ese lugar bajo ningún concepto.

—Lo siento, amor, pero esto ya estaba previsto—se incorporó, haciendo una mueca al ver su rostro todavía aturdido—. Desembarcaremos ahí y, así como deseas, nuestros caminos se separarán.

Comenzó a alejarse, no sin antes darle una última mirada de compasión, entendiendo que alomejor aquel sitio le traía recuerdos angustiosos. Tal vez fuera por algo relacionado con su reciente pérdida.

Estaba equivocado.

Viéndose sola, volvió sus ojos al mapa sin despegarlos de él, mirando justo el punto en el que Garfio había pasado su dedo, leyendo una y otra vez el nombre donde todo empezó.

—No puedo volver.

ÉRASE UNA VEZ DOS CORAZONES ROTOS || CAPITÁN GARFIO | KILLIAN JONES X LECTORADonde viven las historias. Descúbrelo ahora