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Me hundo lentamente en el viejo sillón de cuero que semanas atrás había comprado en una subasta de muebles usados

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Me hundo lentamente en el viejo sillón de cuero que semanas atrás había comprado en una subasta de muebles usados. Llevaba perdida en la televisión por al menos media hora; retrocedo dos canales y me topo con una imagen familiar. ¿Esa no es la universidad de bellas artes? Le subo el volumen al canal local, escuchando atenta.

«Dubravko Modric, la joven promesa de la escultura hiperrealista, impartirá sus conocimientos en este nuevo año lectivo» comenta el presentador a través de la pantalla del pequeño televisor de la sala.

—¿Por qué todos ustedes tienen nombres de genocidas en potencia? —le pregunto a Vesna, mi compañera de piso, quien se encuentra organizando sus libros—. Como Drácula.

—Drácula es de Rumania —me recuerda ya por cuarta vez.

Chasqueo los dedos y la señalo, dándole la razón. Ella no aparta la mirada del estante que hace minutos atrás acababa de desempolvar, seguía muy ocupada pensando en sí ordenar sus libros por tamaño o por colores.

Acomodo mis gafas y me quito los calcetines mientras veo la televisión. Luego de un tour por el interior de nuestro salón de escultura y varias frases célebres de un par de artistas sacados de abajo de una piedra, vuelve a mostrarse al periodista frente a la universidad y junto a este se encuentra un hombre de cabellera rubia. El invitado se muestra encantado, sonriendo con los labios apretados y meciéndose de adelante hacia atrás con una evidente despreocupación. Era difícil discernir sus facciones mediante una pantalla de poco más de cien pulgadas y que, además, debíamos de darle un par de patadas cuando se ponía en blanco y negro.

—Creía que siempre que mencionaran lo de "joven promesa" debía de aparecer un niño asiático de tres años.

—Siempre habrá un niño asiático que haga las cosas cien veces mejor que tú. —Ríe Vesna. Ella cede al cansancio y se sienta sobre la alfombra, también viendo la televisión—. Dubravko... Lo vi en la tele varias veces, también aparece en revistas de gringolandia —comenta al tanto que oíamos la absurda cantidad de logros que se le atribuía a ese mismo nombre.

—Entonces este año será complicado —susurro. Arrugo el puente de mi nariz, no se me da muy bien ocultar mi desagrado—. Cuando Peter Jansen nos visitó en el taller de Aberdeen sentí hasta ganas de vomitar. Que ansiedad. Nadie lo dejaba hablar.

—Inclúyete. —Me señala la chica, volteando a verme por encima del hombro.

Me negué a decirle la verdad.

Las dos nos quedamos viendo al escultor, quien explicaba que «Quien cumpla mis expectativas con su proyecto final tendrá mi apoyo incondicional. Las puertas hacia un trabajo prestigioso y excelso dependerá del potencial que demuestren durante este año tan exclusivo». Su dedo índice señala a la cámara con seguridad y luego se echa a reír con mucha tranquilidad. Un trago de saliva recorre mi garganta y mi pecho se comprime. Me noto muy tensa y asustada, dos sentimientos que me dan un pase libre para decir cosas tontas; me es más conveniente ocultar aquellas emociones que me revelaban la premisa del fracaso.

Las manos de Modric Donde viven las historias. Descúbrelo ahora